José Eduardo Abadi: “Los seres humanos somos imperfectos, y eso es una suerte”
Solo cuando reconocemos nuestras debilidades podemos amar, dice el psicoanalista; en este fin de año en el que la angustia y la esperanza conviven, invita a la introspección y a un aprendizaje compartido
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Sentado en el living de su departamento, José Eduardo Abadi se toma unos minutos de más para finalizar una cita presencial con una paciente y, luego, recibir en aquel lugar a esta periodista, a quien invita a ubicarse en el asiento que prefiera. “Excepto en este, que es el mío”, advierte, en referencia a un sillón individual vintage retapizado en lino gris y posicionado de cara al Río de la Plata.
Desde su escaño con vistas privilegiadas, y bajo la autoridad que le otorga su vasta trayectoria como médico psiquiatra y psicoanalista, Abadi reflexiona sobre el estado ánimico de los argentinos, comenta que recibe, por estos tiempos, consultas “de medio país” en su consultorio, y sugiere fórmulas para atravesar la angustia producida por la crisis económica sostenida, la falta de identidad social y política, y el desgaste con el que se llega a fin de año tras el largo y convulsionado proceso electoral que acaba de atravesar la Argentina.
"Tenemos tendencia a repetir lo traumático, lo que nos hizo daño. El aprendizaje es clave para trabajar esto. Hay que discernir y corregir"
Considera que muchas de las respuestas para transitar la felicidad pueden buscarse en la Antigua Grecia, período en el que los hombres se constituyeron libres y pensantes y, por sobre todo, “encontraron, gracias a los textos de Homero, un argumento común que los unió y trascendió”, dice. Pero aclara: “Es difícil construir comunidad en un país que vive en alerta y en recelo, sin una historia que lo reúna, sin confianza y sin proyectos”.
El entusiasmo que le despiertan los años anteriores a la era cristiana se lo debe a sus padres, ambos psicoanalistas, quienes lo introdujeron, desde muy chico, en los relatos de La Ilíada, La Odisea y Edipo Rey. “Me crié entre el deseo, la ansiedad y el placer de la tragedia griega”, confiesa, entre risas.
Sobre esos temas profundiza en este diálogo con LA NACION. Abadi describe un sentimiento de ansiedad generalizado, y remarca la importancia de jerarquizar los momentos de placer. Y señala que, con el cambio de gobierno, el fin de año resulta distinto de lo que fue el transcurso de 2023.
En diciembre, la asunción de Javier Milei como presidente de la nación ha despertado esperanzas en algunos y preocupación en otros, dice Abadi. “La ilusión es que se produzca una mutación, un cambio que supere la situación de angustia que estuvimos padeciendo. Sin embargo, permaneceremos un largo período en aquel lugar angustioso, hasta que ese cambio se produzca. Esto conlleva a mucha ansiedad y da curso a somatizaciones: la gente tiene malestar, taquicardia, contracturas, palpitaciones, trastornos gastrointestinales, respira mal, se marea. El cuerpo se expresa de múltiples maneras, pero sepamos que estas expresiones del cuadro panicoso no suelen ser graves ni peligrosas en términos orgánicos, más allá de que se sufran mucho y que generen una enorme infelicidad. Son somatizaciones vinculadas a un alto nivel de frustración, que lleva años azotándonos como país y como sociedad; una frustración que se basa en la repetición. Nuestra sociedad vive repitiendo lo que no le sale bien, termina siempre yendo a beber del aljibe vacío.
–¿Por qué reincidimos en esto? ¿Las crisis no nos dejan aprendizajes para poder corregirlas?
– El ser humano tiene una tendencia individual y grupal a repetir lo traumático, lo que le hizo daño, y a autoconducirse a la misma tristeza y el mismo fracaso. Justamente, el aprendizaje es una de las claves para trabajar este problema. Implica pensar de nuevo la pregunta, dejar de actuar en relación al deseo o al sometimiento de lo que el otro dice, y convertir nuestra razón en algo activo que permita reflexionar, discernir y corregir. Hay que salir del pensamiento mágico de creer que las cosas se arreglan simplemente con el deseo de que eso suceda. Los problemas se resuelven con voluntad y buscando interlocutores. El aprendizaje no se hace en soledad, implica compartir enseñanzas y generar lazos y empatía por el otro.
–Pero en estos tiempos hostiles suele predominar el “sálvese quien pueda” y tienden a desaparecer la noción comunitaria y la empatía. ¿Cuál es el motor para construir comunidad?
–El “sálvese quien pueda” es falso. Nadie puede salvarse solo. No hay posibilidad de sentirme persona si no registro al otro. Es porque te reconozco que yo soy, como enseña la teología. Y, por lo tanto, hay que conformar un grupo. ¿Cómo se hace? Con el registro mencionado. Con voluntad (y no deseo) de alcanzar lo que buscamos. Con normas que enlacen a la gente en vínculos sanos y no carcelarios. La norma la incorporamos al entender que no quiero hacer lo que está prohibido, no solo porque me hace mal a mí, sino porque, también, le hace mal al otro. El grupo se conforma con confianza. Con leyes. Y con un argumento común; una historia que nos reúna y trascienda nuestras individualidades; una narrativa que nos configure dentro de una misma aventura.
"Las cosas no se arreglan solo con el deseo. Hay que dejar el pensamiento mágico. Se resuelven con voluntad y buscando interlocutores, empatía con el otro"
–¿Y dónde se encuentra ese argumento común?
–Los griegos lo encontraron en Homero, en La Ilíada y La Odisea. Y cuando [el emperador romano] Augusto le preguntó a Mecenas, años después, por qué Roma había conquistado Grecia, pero no podía doblegarla en términos humanos y civiles, su confidente le respondió: “Es que esta gente es libre, sienten algo que va más allá de ellos, que los trasciende, y cuyo motor está en aquellos relatos de guerra y de restauración. Cuando un hombre se siente así, no hay manera de vencerlo”. El entonces emperador hizo algo muy inteligente: mandó a redactar la Eneida, su propia Ilíada, el argumento que hizo que Roma dejara de ser un imperio militar y pasara a ser el imperio cultural que definió Occidente. Entonces, ¿qué es lo que crea este argumento común? Una mística laica. Si un país no tiene eso, es un país pobre, sin fuerza, con desamparo, miedo y desconfianza; y con individuos débiles, cuyo recurso es el aislamiento o la violencia.
–En el marco de esta crisis general y de la vorágine con la que se vive el día a día, se han deteriorado buena parte de los ritos y de las creencias espirituales o religiosas, que muchas veces operan de bastones para salir adelante. ¿Cómo experimentar una felicidad sostenida?
– La alegría y la unión tienen que conformar una manera de transitar la vida, no solamente ser productos de festejos singulares o de eventos transitorios, como el del Mundial de fútbol o una emergencia. Hace 20 años, cuando saqué el libro De felicidad también se vive, empecé a hablar de la “felicidad posible”. Se trata del ejercicio constante de valores como el vínculo, la jerarquización del placer, la creatividad, el aprendizaje, la voluntad. El fin no es llegar a un puerto, sino optar por un modo de vivir con positividad, que incluye, por supuesto, la adversidad, la tristeza y la pérdida. Pero esto nunca va a llegar de manera espontánea; si no buscás la felicidad, olvidala. El motor para perseguirla son las ganas de vivir.
–La aceleración de la vida quema, además, la posibilidad de detenerse en las transiciones. Ya casi no hay sensación del paso de un año a otro, no hay balance ni consciencia del cambio. ¿No nos pasa esto con el Año Nuevo?
– Sí. Pero sería bueno no limitar el balance solamente a un día del año, ni tampoco dejar pasar la oportunidad que nos ofrece esta celebración para pensar en nosotros y en los nuestros, ya que con esta posmodernidad que es más vertiginosa que veloz parece haber quedado poco espacio para la exploración de la densidad interior. Se cree que hay que hacer, en lugar de ser, y tener cada vez más para llegar a ser; el resultado es una insatisfacción crónica, en tanto nunca se tiene lo suficiente. Algo muy bueno es ejercer el ocio periódicamente, algo que los filósofos griegos aconsejaban de modo enfático. Platón decía: Dios no quiera que algún día gobierne alguien que no haya practicado mucho ocio y que solo se haya dedicado a trabajar, en referencia al trabajo en términos de ganancia material permanente, que no permite la indagación de un ser. El placer nos hace más ricos, tanto individualmente como en nuestra relación con el otro, y permite convertir los acontecimientos en experiencias.
"Se cree que hay que tener cada vez más para llegar a ser. El resultado es una insatisfacción crónica, en tanto nunca se llega a tener lo suficiente"
–Suena ideal poder extender el disfrute y la introspección, pero ¿cómo se habilita esto y cómo se evita la frustración o el desánimo cuando los sueldos no alcanzan y los precios siguen subiendo?
– Cuando tenemos un país en el que falta techo, comida y educación, y lo que hay es un desprecio por la vida, lo que se crea es resentimiento y se fomenta la discriminación. Y es dificilisimo, sino imposible, alcanzar el placer. Un hijo crece con posibilidades cuando se lo ama, cuando se lo cuida y cuando se está disponible para él; cuando un padre puede meterse en su mundo para ayudarlo a alcanzar lo que busca y necesita. Esto tiene que replicarse en el Estado, que debería tener un rol más “parental”, a los fines de crear una amistad cívica en la que todos entiendan que tienen que dar para crecer, con necesidades básicas sostenidas que permitan poder empezar a jugar con los matices más profundos e importantes, que necesitan de un cuerpo alimentado, un descanso cumplido, una educación posible y una psiquis cuidada.
–Y mientras esperamos que esto llegue, ¿qué acciones podemos tomar, en términos individuales?
– Tener conciencia de lo mal que estamos y ponernos en relación con otros. Primero, en pequeños grupos; después, en grupos mayores. Crear comunidad, solidaridad, relación. Buscar interlocutores, cuestionarnos qué nos pasa, por qué sufrimos. Poder ejercer la pregunta, fomentar la curiosidad, generar vínculos de amor. Insisto: preguntar, pedir y aprender son tres palabras fundamentales.
–Tienen que darse muchas cosas al mismo tiempo…
–La clave en una familia, en una pareja o en una sociedad es no pretender la perfección. La perfección se convierte en un bloqueo de la posible realización. Los seres humanos somos imperfectos por esencia, y eso es una suerte. Si uno fuera perfecto, no tendría nada que buscar en el otro; eso solo conduce a una soledad narcisista, realmente mortífera. La imperfección genera movimiento, aporte, fluidez e intercambio recíproco, densidad. Cuando reconocemos nuestras debilidades, podemos amar. Solamente se ama y se quiere a los imperfectos. A los perfectos, se los venera, y hay uno solo: Dios.
–Hace un momento nombraba el miedo, palabra que resonó con frecuencia durante el último período electoral: el miedo de los votantes a lo desconocido y, en simultáneo, el miedo a seguir con un modelo que llevaba años anquilosado a los comandos del poder. ¿Cómo actúa la sociedad ante el miedo?
–Hay dos tipos de miedo: el miedo neurótico a un peligro imaginario, que deriva en un sistema de defensas sin sentido y gasta energías inútilmente, y el miedo aliado, que nos permite ser valientes y desarrollar herramientas para enfrentar distintas situaciones desafiantes. Cuando una sociedad, como la argentina, acarrea desamparos, desesperanza y desesperación, siente un profundo miedo. Esto es porque no se nutrió de vínculos que la hicieran sentirse parte, ni percibir confianza y acompañamiento.
–Para bien o mal, ahora gobierna el país un presidente que, tempranamente, parece haber empezado a cumplir con lo que prometió durante su campaña. ¿Qué repercusión tiene esto en la sociedad y en la confianza de los ciudadanos?
– Todavía persiste aquel miedo y hay mucho obstáculo sobre cómo se va a desenvolver el Gobierno. Incluso, hay dudas sobre si [el presidente Javier Milei] está equivocado o en lo cierto en relación a lo que pretende. Pero ojalá que pueda existir un período en la Argentina en el que aquello que se prometa sea claro y se cumpla. La confianza es esencial.
–La libertad es un bien preciado por la ciudadanía, y el Gobierno ha hecho de ella su bandera. Parte de la sociedad, sin embargo, siente una especie de vértigo. ¿Podría haber riesgo de una suerte de “sobredosis” de libertad?
–Hay que diferenciar la libertad de la anarquía, porque muchos creen que la libertad es no tener noción de los límites ni de lo que es posible o imposible; también, olvidar que hay un “otro” además de uno. Si se piensa a la libertad como una suerte de desenfreno loco, es un error. La libertad está ligada a la razón, a la convivencia, al límite, al crecimiento. Pero, sobre todo, la libertad es la mejor forma de convivir creando e imaginando. No tiene que ser la respuesta a una opresión, sino una manera de concebir la vida en comunidad. Suponer que eso es igual a la anulación total de los límites es una ingenuidad.
–¿Pueden ayudarnos a atravesar estos tiempos difíciles aquellos ritos un poco perdidos que antes mencionábamos?
– Los ritos son la escenificación de los mitos. A los mitos de la Antigua Grecia se los dramatizaba a través de rituales, haciéndolos pasibles de ser entendidos por la sociedad, y permitiendo, así, incorporar enseñanzas, historias y explicaciones de lo misterioso. Luego se expresaron de modo laico en el teatro y en el ejercicio de ciertas prácticas o ceremonias (a veces, también, religiosas) que son buenas cuando uno participa de ellas con permeabilidad y no bajo un determinado mandato. Solo así generan momentos de una extraña plenitud, que suponen una superación al mismo tiempo que integran.
–¿Por qué pone tanto énfasis en recuperar la tradición griega?
– Por un lado, ahí está la cuna de la pregunta y del pensamiento, que le dieron al hombre un lugar decisivo en su proyecto de vida, que tiene que ver con la libertad y con ser autor y actor de sus propios actos. El segundo motivo tiene que ver con una confesión personal: mi papá y mi mamá fueron psicoanalistas, y, cuando era chico, no me contaban “Pulgarcito”, sino Edipo Rey, La Odisea, La Ilíada; me crié entre el deseo, la ansiedad y el placer de la tragedia griega (risas).
PSICOANALISTA Y ESCRITOR
PERFIL: José Eduardo Abadi
■ José Eduardo Abadi es médico psiquiatra, psicoanalista y escritor. Integra la Federación Latinoamericana de Psicoanálisis y la Asociación Psicoanalítica Argentina. Participa, también, del ámbito académico como profesor catedrático de la licenciatura en Psicología de la UADE y es profesor invitado en distintas universidades nacionales y extranjeras.
■ Es columnista de distintos medios gráficos y audiovisuales y tuvo un programa en Radio Cultura, La aventura de pensar. Ha trabajado en el campo artístico y fue premiado por su desempeño en el teatro como dramaturgo y actor.
■ Publicó una decena de libros, entre ellos Y el mundo se detuvo. La vida nos ofrece una nueva oportunidad (Grijalbo, 2021, junto a Patricia Faur y Bárbara Abadi), ¿De qué hablamos cuando hablamos de buen amor? (Grijalbo, 2015), De felicidad también se vive (DelBolsillo, 2011) y El sexo del nuevo siglo (Sudamericana, 2006).