Jornaleros y arquitectos. Mitre y el empeño por restituir la historia e interpretarla
Fatigó los archivos y dio a los hechos sentido y dirección; sus biografías de Belgrano y San Martín le permitieron entrar a la trama de la independencia de todo un continente
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Mitre hizo historia y escribió historia. Nada de lo público le fue extraño; pocas cosas, a la altura del conocimiento historiográfico de su tiempo, fueron ajenas al propósito de reconstruir la historia de nuestros orígenes. Durante aquella larga trayectoria, la política significó por tanto en él vida histórica y vida presente. A Mitre podría caberle el comentario que le dedicó Trevor Roper a Macaulay: “Los mejores políticos [son] aquellos que han estudiado historia y los mejores historiadores aquellos que han tomado parte en la política”.
Sin embargo, esta fusión de vocaciones, típica por lo demás de los historiadores del siglo XIX, no da cuenta enteramente del rigor en el uso de las fuentes, que trasladan el pasado al presente, y de la enorme acumulación de datos de que se valió Mitre para dar cima a la Historia de Belgrano y de la independencia argentina y a la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana. La biografía fue pues el vehículo para entrar de lleno en la trama de la revolución e independencia de todo un continente.
En esta actitud ante el pasado sobresale una combinación de experiencia y análisis. Por aproximaciones sucesivas, atento al método experimental, el historiador debía elaborar las piezas de un conocimiento provisorio sujeto a refutación. En la polémica que sostuvo con Vicente Fidel López, Mitre advirtió que “cada nuevo historiador agrega un anillo a la cadena interminable de la tradición, que se eslabona formando sistema, y no puede decir por esto que el último eslabón agregado constituya toda la cadena y que los anteriores sean inútiles”.
Asoma en este texto el estilo de un artesano, amante de su oficio en una comunidad del saber, que extrae de los archivos una masa aún ignorada de documentos y testimonios, “como esos jornaleros –subraya Mitre– que sacan la piedra bruta de la cantera, y cuando más, la entregan labrada al arquitecto que ha de construir el edificio futuro”. Las figuras de jornaleros y arquitectos muestran la convivencia, en una misma operación, de dos clases de historia, según las llama François Furet: la historia que, con el mayor número de piezas, restituye el pasado y la historia que, no contenta con ello, lo interpreta.
"En este retrato atento al detalle, Belgrano es un protagonista bifronte"
Con respecto a la historia restitutiva, los apéndices documentales a las historias de Belgrano y San Martín hablan por sí mismos; manifiestan la densidad de la investigación empírica y reflejan el apetito de Mitre para captar la singularidad de los hechos y actores de un pasado cruzado por la guerra y la palabra. La narración descriptiva es central en este tramo del ejercicio historiográfico. La biografía de Belgrano tiene una cadencia que recoge al principio la formación intelectual de un espíritu abierto a las luces de la Ilustración –economía, libertad y educación– y más tarde, respondiendo al deber cívico, las penurias de la guerra. En este retrato atento al detalle, Belgrano es un protagonista bifronte: como Moreno y Castelli, en el atrapante relato de la Semana de Mayo es un legislador; como San Martín, en batallas anotadas con minucia, un hombre de armas.
La historia interpretativa le exige en cambio a Mitre modificar su posición de cara al horizonte más vasto de las acciones colectivas, que dan a la historia sentido y dirección. Para internarse en este fascinante montaje teórico vale la pena reparar en el capítulo introductorio a la Historia de Belgrano..., “La sociabilidad argentina, 1770-1794” (rehecho por Mitre varias veces hasta su versión definitiva en la edición de 1877) y en la “Introducción histórica. La emancipación sudamericana” que abre la Historia de San Martín… Esta lectura permite detectar qué principio de legitimidad inspiraba Mitre en su afán para dar a conocer “la historia de una época”. ¿Era acaso aquella nación en ciernes un proyecto apto para dar curso a una república democrática?
La introducción a la Historia de Belgrano… es imprescindible para responder a esta pregunta. Mitre revela en esas páginas el desarrollo en el Río de la Plata de una igualdad innata, diferente del boato y de la servidumbre indígena en el Virreinato del Perú, y las fuerzas instintivas que alberga la sociedad platense. La “democracia genial”, en cuanto califica una inclinación espontánea de habitantes en condiciones igualitarias, es por consiguiente un legado de la historia; la república, a su vez, deberá ser producto de la inteligencia del legislador.
Tocqueville decía que no hay democracia posible sin un punto de partida favorable que siembre en América el sentimiento de igualdad. Mitre traslada ese sentimiento a nuestro territorio y lo pone en movimiento para seguir, a lo largo del proceso histórico, el rastro de ese impulso. Si, por un lado, se ha depositado en los orígenes esa democracia instintiva y rudimentaria, por otro, la forma de dicha materia deberá proveerla la ilustración del Río de la Plata, esos hombres de leyes que traen la novedad de las revoluciones en América del norte y Europa y de las constituciones que nacían al calor de dichos sucesos.
"Mientras en breve lapso la geografía de la independencia se expande, comienza a cobrar cuerpo la realidad de un pueblo soberano capaz de hacer la ley y elegir a los gobernantes"
En la mirada de Mitre, una tendencia respondía a la necesidad; la otra, al arte de forjar regímenes de gobierno, guardianes de la libertad y adecuados a ese pasado pronto a entrar en ebullición. Con el relato de 1810, arranca este proceso que se dilata y conquista más espacio en el tiempo reconcentrado de una década (Belgrano muere en 1820 y San Martín culmina su plan continental declarando la Independencia de Perú un año más tarde). Mientras en breve lapso la geografía de la independencia se expande, comienza a cobrar cuerpo la realidad de un pueblo soberano capaz de hacer la ley y elegir a los gobernantes. También en este trance, la historia se dilata a partir del momento iniciático en la ciudad de Buenos Aires hasta alcanzar, de la mano de San Martín, a Chile y Perú.
No obstante, al pueblo soberano le costará prevalecer porque en ese estallido del antiguo régimen intervienen dos fuerzas opuestas: la de los letrados, que luego de declarar la Independencia en 1816, apuestan a favor de principios monárquicos y aristocráticos, y la de los caudillos del litoral, agentes tal vez inconscientes de la democracia genial que, con su acción contestataria, van delineando la configuración de un territorio, sede posible de un futuro Estado federal. Esta dialéctica es para Mitre constructiva; pone de relieve la potencia de una historia capaz de superar obstáculos y de configurar una nación indisolublemente ligada al principio de legitimidad de la república democrática.
Tan enérgica es esa propensión republicana que llega hasta el límite de vencer las desviaciones del rumbo de Belgrano y San Martín. El fracaso de las intenciones monárquicas de Belgrano en el Congreso de Tucumán en 1816 y de San Martín en Lima en 1821 es funcional a la historia republicana; demuestra, en efecto, que ni aun esos personajes excelsos pueden torcer semejante determinación. No habrá monarquía incaica, según el proyecto de Belgrano, ni tampoco federación monárquica impostada sobre el suelo americano, según el proyecto de San Martín. Este es el juicio de la historia, administrado desde luego por Mitre, que al cabo se impone.
A menudo se afirma que Mitre asigna a un puñado de individuos extraordinarios la misión exclusiva de hacer la historia. La sentencia no debería ser tan rotunda porque una tensión entre la libertad de los actores y los condicionamientos de la historia marca el recorrido de los libertadores San Martín y Bolívar con el sello de la victoria y, también, con el timbre de la derrota. La monocracia de la presidencia perpetua que persigue Bolívar en 1826 (un concepto que Mitre toma del historiador alemán G. G. Gervinus) y los proyectos monárquicos de San Martín sucumben en el curso de un quinquenio: a los triunfos militares sucede de inmediato la frustración institucional. Así, “los dos libertadores del sud y del norte de la América meridional, desaparecerán de la escena después del triunfo de sus armas, uno después de otro, quedando triunfante la república”. Ambos, concluye Mitre, “coinciden hasta en su melancólica catástrofe [...] la fatalidad los iguala: los dos mueren en el ostracismo.”
El derrumbe de los héroes en este final cargado de pesadumbre contrasta con la grandeza invicta de la historia republicana. Es una marcha incontenible que supone una porfiada convicción. El párrafo con que Mitre pone punto final al capítulo introductorio a la Historia de San Martín…, exhibe como esa convicción implica una promesa abierta: “...antes de terminar el próximo siglo [...] toda la América será republicana. En su molde se habrá vaciado la estatua de la república democrática, última forma racional y última palabra de la lógica humana, que responde a la realidad y al ideal en materia de gobierno libre”. Una proyección histórica que busca atrapar el futuro: Mitre jamás cejó en defender ese porvenir.
El autor es Doctor en Ciencias Políticas; presidente de la Academia Nacional de la Historia y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas