Jorge Ossona: “La Argentina no es un país pobre, sino empobrecido”
En parte de los sectores humildes hay una memoria de lo que fue el trabajo y el estudio, dice el historiador, lo que supone un capital; afirma que hoy el peronismo es lo más parecido a una franquicia para alcanzar poder
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La Argentina parece encerrada en un círculo vicioso. Gobernada por una clase política de escasa renovación, durante las campañas los candidatos critican lo que hay y se presentan como lo nuevo, pero cuando acceden al poder nunca cambian los mecanismos de financiamiento y de perpetuación de los mismos de siempre en sus distritos. En esta realidad se apoyan hoy algunos dirigentes de impronta mesiánica para ensañarse con “la casta”, pero después muestran la hilacha a la hora de armar las listas de candidatos con amigos y familiares.
Dinastías provinciales y coparticipación, empleo público y pobreza, peronismo y poder. De todo esto habla durante este charla Jorge Ossona, historiador, profesor de Historia Económica y Social argentina, investigador de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y autor del libro Punteros, malandras y porongas (Siglo XXI), entre otros.
“El peronismo es lo más parecido a una franquicia”, destaca, y hoy por hoy considera al partido fundado por Perón, no sin un dejo de ironía, “una forma de acumular poder muy exitosa, uno de los pocos caminos que quedan para el ascenso social”.
"Si seguimos reproduciendo el círculo vicioso de la pobreza, los chicos seguirán siendo carne de cañón del narco y de actividades ilegales"
¿Cómo funcionan estas dinastías provinciales, estos regímenes?, se pregunta. “A través de la institución que te garantiza más confianza, la familia”, señala. “Porque este tipo de sistemas está fundado en la lealtad, que significa la traición en potencia. Quien te puede garantizar más fidelidad es la familia; entonces se acomoda a los parientes, a los amigos. Así todo queda en las mismas manos”.
A la hora de señalar a quienes usufructúan estos mecanismos de perpetuación política en distintas jurisdicciones del país, Jorge Ossona no hace distinciones partidarias.
– ¿En algún sentido, el actual esquema de coparticipación ayuda a perpetuar las dinastías provinciales?
–Cambiarla es una cuenta pendiente de la democracia. En la reforma constitucional de 1994 se estipuló un cambio de la ley de coparticipación, pero solo se hicieron parches. En los hechos funciona un unitarismo perverso, porque es un unitarismo travestido de federalismo. Eso genera regímenes provinciales parásitos. Si un señor no tiene que recaudar lo que gasta y todo se lo transfiere la Nación, ¿qué uso le dará a esa plata? Básicamente, reclutar votantes. Para él y para el gobierno nacional. Así, los gobernadores son hombres de los presidentes. Su función es recolectar votos seguros a través del empleo público. No hablamos de funcionarios o empleados, sino de gente que lisa y llanamente no hace nada. Trabaja de pobre. Trabaja de movilizarse en actos, cortes... Y por supuesto, recibe un subsidio. Una provincia como Formosa, como tantas otras, tiene más empleados públicos que privados, lo que determina que este tipo de regímenes sean contrarios a cualquier tipo de actividad económica productiva. Nadie cuenta con seguridad jurídica en un lugar donde impera este estado de cosas.
–En el conurbano bonaerense, el poder también parece ser un bien hereditario que pasa de padres a hijos, o de maridos a esposas. Y menciono San Isidro, como para no hablar solo del peronismo.
–En el conurbano lo que se observan son microprovincias. Otra de las consecuencias de la reforma constitucional del 94, al suspender el sistema de colegios electorales. Pero eso es entrar en una discusión jurídica más compleja. La exgobernadora María Eugenia Vidal promovió una ley para prohibir más de una reelección de los intendentes. Ahora, en los hechos, esto se dispuso hace dos años, finales de 2021, por lo que se les dio a los alcaldes que ya estaban en el cargo la posibilidad de una tercera reelección. Al mismo tiempo pueden pedir licencia y después volver o dejar a la esposa o la hija. Estas dinastías funcionan a través de la institución que te garantiza más confianza, la familia. Porque este tipo de sistemas está fundado en la lealtad, que significa la traición en potencia. Quien garantiza más fidelidad es la familia. Entonces se acomoda a los parientes, a los amigos, y todo queda siempre en las mismas manos.
"Gracias al actual sistema de coparticipación, los gobernadores son hombres de los presidentes. Su función es juntar votos a través del empleo público”."
–Esto es parte de nuestra cultura política y nadie parece dispuesto a modificarla.
–Es un problema estructural, de cultura política. Va mucho más allá del peronismo. Recuerdo el caso emblemático de Santiago del Estero, donde estaba la pareja Juárez. Ahora están los Zamora y practican las mismas mañas que los Juárez. Entonces uno se pregunta: o la gente es hipócrita o hay un régimen, una cultura política, que los obliga a comportarse así, a volver a votarlos como si nada. Esto es muy paralizante, por lo tanto hay que cambiarlo. Ahora, respecto a situaciones como la del Chaco o la de Formosa, existe el artículo sexto de la Constitución Nacional, que prevé la intervención federal allí donde no se cumple con el régimen republicano, representativo y federal. Una institución de la que se abusó, hay que decirlo. Pero eso no quita que hoy haya situaciones que la ameritarían. Ahora, jamás la dispondrían quienes necesitan a esos gobernadores para tener votos seguros. Los gobernadores son recolectores de votos para el presidente. Esto nos remite a otra cuestión, que son los legisladores, puestos a dedo por el gobernador y reclutados en su séquito. Ellos tienden, por obvias razones, a reproducir este sistema poco virtuoso. Es gente que no tiene ningún tipo de iniciativa a favor de su provincia, tienen muy bajo nivel cultural, y están ahí para ganar mucha plata. Duran cuatro años y después son cambiados por otros. Utilizan esa experiencia para luego, a su regreso, seguir sus carreras en los estados provinciales. Esto compromete el sistema representativo y republicano de gobierno, porque si en el Congreso las provincias están representadas por este tipo de legisladores, tampoco se puede pedir que sean un contrapeso respecto del Poder Ejecutivo. Esto nutre lo que podemos llamar el decisionismo presidencialista.
–La Argentina es un país empobrecido y las estructuras que crearon esta pobreza solo parecen perpetuarse. ¿Hay margen para romper esta inercia?
–Todo esto está vinculado a la pobreza. Una provincia o un municipio que no se desarrolla obviamente genera pobreza. Hace doce años que la Argentina está estancada, y eso se ve en dos termómetros: uno económico, que es la inflación, y otro social, que es la pobreza. Según los datos del Indec de diciembre, tenemos 39% de pobreza: 18 millones de pobres de los 46 millones de personas que tiene la Argentina. Eso no es muy sostenible en el mediano plazo. Hay sectores que hace tres generaciones desconocen la cultura del empleo regular. Eso genera consecuencias que están empezando a ser analizadas por la academia dentro de lo que se llama la economía informal, donde la gente no quiere formalizarse y le va muy bien siendo informal. A veces a través de actividades lícitas que no pagan impuestos; otras veces, de las otras. Ahora, ese 10% de pobres que son indigentes va a seguir requiriendo de subsidios de por vida. Ahí a lo que hay que apuntar es a la primera infancia, para evitar que los hijos de esos argentinos sigan reproduciendo el círculo vicioso de la pobreza y por lo tanto sigan siendo carne de cañón del narco y de las actividades ilegales.
–¿El nuevo presidente de la Argentina tiene que empezar entonces por la educación?
–Por la educación preescolar, por el propio embarazo. Hay experiencias en América Latina que deberían ser tenidas en cuenta, como las políticas implementadas en Uruguay. Hay que establecer un plan materno infantil multidisciplinario, con gente que ha hecho un seguimiento del embarazo hasta que nace la criatura, y de ahí se lo empiece a encaminar hacia una institución preescolar que después siga siendo monitoreada por el Estado, a los efectos de producir un cambio cultural que los coloque en óptimas condiciones para iniciar el primario, luego el secundario y en lo posible que vayan a la universidad o emprendan estudios terciarios. Porque solo así van a poder garantizarse un empleo formal, un empleo digno, y van a salir de la pobreza.
–Esto de la educación se lo hemos escuchado decir a Mauricio Macri y a Alberto Fernández, y sin embargo acá seguimos, siendo más pobres.
–Hay una cuestión clave: nada se puede hacer con una inflación superior al 140% anual. Primero hay que ir por una política macroeconómica que aspire a bajarla a un dígito en los próximos cuatro años, y esto tampoco es soplar y hacer botellas. No conviene esperar salidas milagrosas porque casi siempre son engañosas. Uno podría, con una perspectiva de mediano plazo, poner el pie en el acelerador de estas políticas educativas para que cuando el problema empiece a resolverse, todos estos proyectos estén en marcha. La segunda cuestión es el crecimiento económico. La idea es que estos chicos puedan encontrar un trabajo formal en una actividad requerida por el patrón de crecimiento que emprenda el país una vez resuelta la inflación. Estamos hablando de un conjunto de cosas, es como una especie de rompecabezas, con piezas intercaladas: la educación, la integración urbana, el crecimiento económico, la inflación, todo tiene que formar parte de un conjunto. Para esto se necesita mucho poder político y por supuesto, acuerdos.
– ¿No parece haber clima de acuerdos?
–Tenemos una cultura política en las antípodas. Es lo que veníamos hablando. Son expresiones de deseo. Ahora, si no acordamos, si no lo hacemos, auguro un panorama bastante gris para la Argentina. Porque esto no da para más. No es posible pensar ninguna de esas cosas sin crecimiento, sin desarrollo económico y social, y para eso hay que ordenar la macroeconomía y generar una política mejor. Y cuando uno habla de una política mejor es volver a la Constitución. Porque nos hemos ido de ella a raíz de todas estas deformaciones que estamos describiendo a instancias de los gobernadores, los intendentes. Hay un sector de la pobreza, el 20%, compuesto por gente que tiene memoria. Porque la Argentina no es un país pobre, sino un país empobrecido. Por lo tanto hay una memoria colectiva de lo que fue el trabajo, de lo que es el estudio. Hay mucha gente humilde que envía a sus chicos al colegio impecables, que tienen los carnet de vacunación completísimos. Son personas que en un contexto de crecimiento estarían en condiciones de salir fácilmente. Es más, desean, aquellos que reciben subsidios, no percibirlos más. Preferirían un trabajo estable, en blanco. El problema es que para eso se necesitan condiciones. Sin ellas, a la gente la condenás a encontrar en esos subsidios un ingreso más. Pero un ingreso que no les alcanza para vivir. Es un subsidio que no sirve. El denominado plan equivale a medio salario mínimo, al que a su vez se le hacen descuentos porque hay alguien que te hace la gestión para conseguirlo, porque se requieren conocimientos informáticos que el beneficiario no tiene. Después está el otro medio salario, que debería responder a un proyecto de fuerte incidencia social con contraprestación. Y aquí el tema es que este está tercerizado en las organizaciones sociales o en sectores de las intendencias, y lo que suele suceder es que estos proyectos no se hacen. Por eso la pregunta es ¿a dónde va a parar esa plata? Va a parar a las cajas negras de la política. La gente que constituye cooperativas termina no sabiendo a qué cooperativa pertenece. Básicamente, porque no son cooperativas sino partidos políticos, cooperativas travestidas. Hay que cambiar ese orden de cosas. Es necesario que el Estado vuelva a tomar cartas en el asunto. Y que ese dinero se empiece a usar en fomentar esos programas de emprendedurismo social que son necesarios para que la sociedad se desarrolle.
–¿Cómo ve hoy al peronismo?
–Eva Perón decía “donde hay una necesidad, hay un derecho”. Hoy ese postulado ha cambiado: “Donde hay una necesidad, hay una oportunidad de robar” o “donde hay una necesidad, hay un negocio”. El peronismo está atravesando una crisis muy grande y no sé si la va a sobrevivir. Creo que sí, porque el peronismo es una tradición sociopolítica. Es el producto de una etapa de la historia del país en la que se terminó de consolidar la nacionalidad. Pero hoy por hoy el peronismo es lo más parecido a una franquicia. ¿Qué significa ser peronista hoy? Y bueno, simplemente querer poder. Cuando los peronistas hablan del pueblo, y dicen “yo soy el pueblo”, hablan del peronismo; no hablan ni de los pobres, ni de los trabajadores, ni de la juventud revolucionaria. Hablan de poder. Ser peronista hoy es pretender acceder al poder y utilizar los fondos y los recursos que te da el poder con discrecionalidad. Es decir, de manera no republicana. Es una forma de acumular poder muy exitosa. Uno de los pocos caminos que quedan para el ascenso social, que antes se conseguía a través del esfuerzo, del trabajo, del ahorro, del estudio. Hoy eso sido reemplazado por la audacia, la astucia, decir una cosa un día y al siguiente otra. Como se ha peronizado la cultura política argentina en estos términos, no en el sentido virtuoso del peronismo, peronistas somos todos. Hay muchos dirigentes dispuestos a hacer las cosas bien, gente de muy buena fe, en todos los partidos políticos. No es cuestión de ser antiperonista o antirradical. Pero desgraciadamente no son los que están en los puestos más altos del poder. Ya vemos quiénes llegan, los más audaces.
–¿Mantiene de todos modos la esperanza de ver una Argentina distinta?
–Soy historiador y sé que hay procesos tácitos, subterráneos, invisibles, y que no necesariamente son negativos. Puede ser que estén ocurriendo cosas que estén fuera de nuestro radar. Que se estén acumulando una serie de fenómenos positivos que pueden llegar a sorprendernos en el corto, mediano o largo plazo, pero que en determinado momento podrían fraguar algo mejor. La Argentina es un país muy rico. En bienes naturales, pero también humanamente. Están todos nuestros chicos que se van, pero también pueden volver. La base está.
–¿Lo preocupa la ausencia de votantes que se ha evidenciado en algunas provincias que ya votaron?
– Convendría posar la lupa sobre el abstencionismo, que podría incubar un “que se vayan todos” en sordina. Lo que vendrá, más allá del resultado, será durísimo y habrá que verificar el grado de tolerancia social de los ajustes. El episodio reciente en Jujuy resulta, como poco, inquietante.
ENTRE LA ACADEMIA Y EL TERRENO
PERFIL: Jorge Ossona
■ Jorge Ossona es profesor de Historia por la Universidad de Belgrano. Actualmente se desempeña como docente e investigador en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela Normal de Lomas de Zamora.
■ Es investigador formado del Centro de Investigaciones en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración de la UBA y del Centro de estudios de historia política de la Universidad Nacional de General San Martín.
■ Ha publicado numerosas compilaciones y artículos en revistas especializadas.
■ Es autor de Punteros, malandras y porongas. Ocupación de tierras y usos políticos de la pobreza. Y escribió el capítulo “Detrás de La Salada: ocupaciones territoriales y economías clandestinas en la localidad de Santa Catalina, Lomas de Zamora” en el libro Conurbano infinito, compilado por Rodrigo Zarazaga y Lucas Ronconi
■ Es miembro del Club Político Argentino.