Jorge Fondebrider. “El misterio es apenas una bagatela”
El poeta, ensayista y traductor, que acaba de traducir a Gustave Flaubert, dice que en poesía busca imágenes cercanas al pensamiento
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Inconclusa, publicada en forma póstuma y protagonizada por dos amigos solterones que pretenden abarcar el amplio espectro de los saberes humanos, de la medicina a las artes, y de la agricultura a la filosofía, Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert, pasó de ser una novela prácticamente ignorada en su época a un clásico defendido a capa y espada por Guy de Maupassant, Ezra Pound, Jorge Luis Borges (que dijo que la había leído once veces), Jean-Paul Sartre, Annie Ernaux y Mario Vargas Llosa, entre muchos otros.
Una nueva edición de la novela por Eterna Cadencia, con traducción, prólogo, notas (más de 1500) y selección de comentarios del escritor Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956), acerca a los lectores una obra que fue comparada con el Quijote y definida como “un intento de Divina Comedia a la inversa” (donde el infierno, antes que los otros, sería la estupidez). El volumen incluye varios apéndices, con citas recopiladas por amigos de Flaubert, que iban a integrar la segunda parte de la novela, y el cuento de Barthélémy Maurice “Los dos amanuenses”, que habría servido de inspiración al gran escritor francés.
Fondebrider, que ya tradujo Madame Bovary y Tres cuentos, recibió el apoyo del Centre National du Livre para llevar a cabo su monumental tarea. “Como procedo con los textos clásicos, mi traducción de Bouvard y Pécuchet es anotada –dice–. Por lo tanto, si sumo el tiempo de estudio con el de traducción, estuve trabajando en el libro unos tres años. Y eso porque ya estaba muy familiarizado con el estilo de Flaubert y sus procedimientos”.
Actualizada merced a los avances de las investigaciones filológicas y genéticas, se puede decir que la suya es la versión más completa en español. “Continuamente aparecen nuevos materiales que modifican lo que se suponía sobre esta novela –indica–. El hecho de que Flaubert no la haya terminado abre las puertas para muchas hipótesis, sobre todo cuando él mismo dejó una variedad de planes diversos que son posibles direcciones de trabajo. Este libro, que en su tiempo no fue entendido, es el mayor antecedente de la literatura contemporánea. Sin Flaubert no hay Joyce, ni Borges, ni Perec, y eso por nombrar a los tres autores más marcados por esta novela”. Consultado acerca de si continuará con la traducción del catálogo flobertiano, responde que eso depende de lo que pidan las editoriales. “Me encantaría; es uno de los escritores de los que más he aprendido y a los que más admiro”.
Este año Compañía Naviera Ilimitada publicó la novela Un hombre singular, del estadounidense J. P. Donleavy, con traducción de Fondebrider. “Fue difícil porque es un autor estilísticamente complejo. Hay muchos niveles de lengua, muchas elisiones de verbos, cambio de tercera a primera persona en una misma frase. Me quedo con las ganas de traducir su Ginger Man y sus textos sobre Irlanda”.
En 2009, Fondebrider fundó el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, donde se discuten cuestiones vinculadas con ese oficio clave para cualquier cultura. “El debate pendiente es cuánto debería pagarse por las traducciones –señala–. La Argentina es el país de Latinoamérica que peor las paga. Con suerte, a un traductor le toca entre el 1% y el 4% del precio de tapa. Es imposible vivir de la traducción. No es consuelo, pero los escritores y las editoriales también ganan muy poco. Los primeros, entre el 8% y el 10% del precio de tapa; los segundos, alrededor del 25%. El resto va para las distribuidoras y las librerías. Luego, hay ferias del libro y también ferias de editores. Sería interesante que alguna vez hubiera ferias de escritores y traductores”.
Además, publicó en España el ensayo (y diario, guía para viajeros e informe para no viajeros) Una traducción de París (Pre-Textos) que ofrece su versión sobre la ciudad, que conoce desde 1978. “Cuando no escribo poesía, escribo ensayo, y uno de mis tópicos favoritos son los lugares –cuenta–. Ya publiqué libros sobre Buenos Aires, la Patagonia, Dublín y París, que son sitios que me resultan familiares. Hace más de cuarenta años que visito París regularmente. Quise sintetizar esa experiencia y tratar de explicar la ciudad para quien no vive ahí, haciendo un poco de historia y también reflejando cosas que vi en mis viajes. Pensé que lo que hacía era traducir París a nuestra propia cultura”.
Su cosecha literaria se completa con un nuevo libro de poemas, La suerte que nos toca (Gog & Magog), donde concurren su amor por los lugares, el jazz y su pareja, la arqueóloga Vivian Scheinsohn, además de su temperamento polémico, con un decir coloquial y culto a la vez. “Publico un libro de poesía cada seis o siete años –calcula–. Más no es necesario. Este incluye lo que sobrevivió de lo que escribí en ese lapso. Muchos de los poemas incluidos se refieren a viajes. Esa inestabilidad me fue propicia y me permitió ensayar formas más largas, poemas que funcionan como secuencias”.
Entre los poetas argentinos, destaca a Joaquín O. Giannuzzi, “por encima de todos”, y también a Raúl González Tuñón, César Fernández Moreno, Juana Bignozzi. “Y más cerca en el tiempo, a Jorge Aulicino, Estela Figueroa, Daniel García Helder –enumera–. Me gustaría creer que en lo que escribo la imagen está muy cerca del pensamiento. Y privilegio la claridad expositiva, algo que espero haber aprendido de Flaubert y de Pound. El misterio es apenas una bagatela”.