Jorge Bustamante: “En la Argentina, los problemas no son los ilícitos, sino los lícitos”
El autor de La República Corporativa, estudio clave para analizar la maraña legal, impositiva e institucional de la Argentina, sostiene que para que un país funcione no puede haber grupos que se apropien del Estado
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Es una cuadra silenciosa y soleada en uno de los barrios más exclusivos de Buenos Aires. Basta cruzar el umbral de la puerta para que las escaleras conduzcan inmediatamente al pied-à-terre en el que Jorge Bustamante (1943) aterriza cada vez que viene a esta ciudad. Y este pequeño piso, en donde reina el arte contemporáneo, es un festival de obras, colores, texturas y materialidades: los bustos miniatura de Marx, Lenin y Trotsky conviven con un sofá intervenido por un artista emergente –que Bustamante compró en el Barrio Joven de arteBA– y varias portadas de la revista Sur, sobriamente enmarcadas y desplegadas sobre una de las paredes.
Abogado egresado con honores (UBA) y máster en Derecho por la Universidad de Columbia, Bustamante –que desde hace años vive en Uruguay, pero viene a la Argentina regularmente– acaba de reeditar La República Corporativa (Metrópolis). “Soy liberal, pero gran lector del marxismo. Busco correr el velo detrás de las palabras y ver las situaciones de poder. Y eso es un análisis típicamente marxista”, dice mientras recorre los objetos de arte.
En el libro, publicado por primera vez en 1988, un poco antes del agónico final del gobierno de Alfonsín, Bustamante analiza lo que ha sido una práctica constante a lo largo de la historia argentina del siglo XX, sin distinción entre democracias y dictaduras: las presiones corporativas sobre un Estado vulnerable a la captura de intereses parciales, sectoriales y contradictorios.
Ese Estado, según lo describe Bustamante, está colonizado por grupos y camarillas de diferente escala, poder y penetración que, al amparo de un sinfín de leyes, decretos, resoluciones, acápites e incisos, buscan preservar beneficios, negocios y privilegios. ¿Cuál es el resultado? Una sociedad bloqueada por vetos mutuos y neutralizaciones recíprocas; una sociedad anquilosada y sumida en el atraso. “Es que en la Argentina el problema no son los ilícitos sino los lícitos”, dice Bustamante, y se refiere a la maraña legal, impositiva e institucional que incluye regímenes especiales, resoluciones discrecionales y regulaciones específicas que ampara y beneficia a algunos pocos en detrimento del resto. Esa sobrerregulación, sostiene Bustamante, solo ha traído parálisis colectiva, estancamiento y decadencia. “Para que un país funcione, no puede haber mercados cautivos y no puede haber gente que se apropie de las empresas públicas. Son grupos que tienen normas del Estado a su favor para explotar al resto y obtener plusvalías del prójimo”.
Escribió el libro cuando tenía 40 años y ahora, 35 años después, dice que nada ha cambiado. Que hubo dos intentos: el de la reforma del Estado, la Desregulación y la Convertibilidad llevada adelante por Carlos Menem a partir de 1991 y, ahora, con el gobierno de Javier Milei. Pero en el medio, con el kirchnerismo en sus diversas versiones y gestiones, se revirtió el proceso y se profundizaron las regulaciones invasivas, los impuestos distorsivos y las protecciones diferenciales desde un Estado saqueado en una Argentina con escandalosos indicadores de pobreza, inflación y corrupción.
"Lo que está abajo de la destrucción es la inflación y lo que está debajo de la inflación son gastos desmedidos para ganar votos”"
“Todo eso está destruido en la Argentina. Lo que está abajo de la destrucción es la inflación y lo que está abajo de la inflación son gastos desmedidos para ganar votos. En la Argentina se canjearon gastos por votos”, concluye Bustamante.
–En todas las democracias liberales del mundo existen presiones corporativas sobre los Estados y lobbies legales para conseguir beneficios. ¿El problema son las corporaciones o el problema es que haya un Estado vulnerable a esa captura corporativa?
–En nuestro caso le agregaría un plus: es un Estado que conceptualmente piensa que eso está bien. Hay dos formas de apropiarse de rentas públicas: una es a través de la contratación, en la que el Estado paga dinero. Las grandes fortunas se hicieron así. Todas. Y después están los que dicen “yo con el Estado no tengo nada que ver, yo tengo reservas de mercado”. Son los que venden con un plus y ganan plata porque, por ejemplo, está prohibida la importación. O negociás con alguien del sector público o negociás la norma con el Estado.
–¿Cómo describiría el proceso que se inició con la llegada del kirchnerismo?
–En los últimos veinte años hubo gobiernos de izquierda. Cuando este libro se escribió era básicamente el resultado de gobiernos de derecha de tipo fascista. Es decir, la tradición peronista clásica, corporativa. Salió con Alfonsín, pero la carga pesada viene de la historia, viene desde el año 43 en adelante. Si uno mira las normas, son normas históricas que se fueron acumulando con el peronismo y los militares. El coronel Perón tuvo dos años de gobierno con Farrell. Piensan lo mismo. Los militares son la forma ordenada del peronismo, pero en realidad son iguales: los dos son corporativos, los dos tienen el mismo librito. No lo tenía Alfonsín. Alfonsín fue un cambio, pero no tuvo la gestión económica adecuada. Hablaba de estas cosas, pero no lo tenía tan claro.
–Las corporaciones siempre estuvieron presentes en el discurso del kirchnerismo: había una crítica y una demonización.
–El kirchnerismo habló mucho de las corporaciones, pero lo usaba en el sentido norteamericano: las corporations. Hablaba contra las empresas. Y en el libro, cuando hablamos de corporaciones, hablamos de formas corporativas de organización que incluyen muchísimos servicios: la logística, el transporte, los sindicatos. No las corporaciones de las que hablaba Cristina Kirchner. Pero tampoco se hizo nada para eliminar el poder de las corporaciones en el sentido en que lo usamos en el libro, y en muchos casos se profundizó. Se magnificó el rol de la corrupción, por ejemplo. La causa de los cuadernos es un ejemplo de eso: revela un poder corporativo fenomenal por vía de la corrupción, no de la ideología.
–Y ahora hay una demonización del Estado. Usted se considera liberal. ¿Cuál cree que debe ser el rol del Estado? ¿Con qué funciones? ¿Para qué servicios?
–Primero que nada, yo reivindico el Estado. Me indigesta que liberales mancillen el nombre del Estado. El Estado que costó tanto armar, el Estado por el que tanta gente dio su vida, debatió y tuvo ilusiones. El Estado es fundamental. Pero tenemos que saber que las limitaciones del Estado se deben a la naturaleza humana. En cuanto el ser humano empuja al Estado más allá, arma mercados. Enseguida lo coopta. En países que tienen mucho capital social, sobre todo los escandinavos, el Estado puede cumplir roles porque no se mercantiliza. El mercado no entra. Pero cuando hay mercaderes por todos lados y todos lo cooptan, no hay reglas de nada. Entonces, el Estado tiene que ser necesariamente compacto y cumplir sus fines de la mejor manera posible, pero siempre con un ojo encima de que no se estén generando nuevamente grupos corporativos que lo esquilman. Yo creo que el Estado tiene que estar presente. ¿Pero qué Estado? ¿El Estado marioneta que está cooptado para llevarse la plata a casa? No. El Estado tiene que tener una proporción que esté vinculada con la disponibilidad de recursos, que tiene que ver con la productividad argentina. En una Argentina con baja productividad y cada vez con más gasto público, lo que hay es inflación. Entonces, hay que aumentar la productividad, mejorar el capital social y aplicar la ley.
"Los militares son la forma ordenada del peronismo, pero en realidad son iguales: los dos son corporativos, los dos tienen el mismo librito"
–¿Por dónde se empieza desarmar esta madeja de nudos corporativos y esta dinámica perversa que usted describe?
–Hay que desregular, pero se necesita caja, se necesita plata. El Gobierno necesita plata. Yo no voy a decir lo que tienen que hacer porque tienen que tratar de hacer lo que puedan, pero en el ideal sería lograr apoyo internacional: Fondo Monetario, Banco Mundial o anticipo del gas, del litio. Todas estas regulaciones, los lícitos de Argentina, han conformado una trama que es como un sistema de baldosas irregulares donde finalmente todo encaja. El día que se toca una baldosa y se dice “este inciso se va a cambiar”, se afecta a todo un pedazo de la sociedad argentina. Son las reglas de juego de la Argentina que todos hemos consentido por estar involucrados. Todo el mundo lo va aceptando y al final nadie quiere que los toque.
–Pero para ir en la dirección que usted propone hay que levantar baldosas.
–Sí, hay que levantar las baldosas. Y con cada baldosa que se levanta, se toca a argentinos de carne y hueso, gente buena, trabajadora. Entonces hay que tener plata para hacer transiciones. Y si se logra un shock de confianza, el shock puede ser mucho más corto, porque la Argentina es un país tan fenomenal, tan increíble que puede haber una demanda enorme de empleo, nuevas actividades o actividades clásicas que se expanden. No hay otra salida. Nadie te va a dar nada. ¿Qué es esa colita en el sur de Sudamérica? “Es un territorio vacío lleno de bellezas naturales”. “Es Argentina”. “¿Y cuántos son?” “47 millones”. ¿Sabés qué? Argentina es un diamante. Entonces no hay derecho cósmico en que hagamos este desastre. Nadie nos va a regalar nada.
–Pero eso exige una cirugía mayor de alta precisión.
–Totalmente. Y hay que hacerla con humanidad. Ahí yo no estoy de acuerdo con mis colegas. El camino es el mismo, pero enfatizan tanto el tema de los precios… Y el ser humano no está hecho de precios: te estás enfrentando con gente real. Eso hay que explicarlo. Hay que hacer todo lo posible para atender esas transiciones. Vos tenés que saber que cuando le das una beca a un violinista novel o a un artista que puede tener vocación, pero no talento, estás sacándole a alguien que no tiene para comer. Cuando no hay plata, es así. Para la convivencia se necesita la política, y para la política se necesita liderazgo. Los liderazgos son convicciones y si genera convicciones hace más fácil los tránsitos. Acá no se explica bien. Se explica bien en términos de las teorías, pero falta un mensaje conmovedor en el que la gente se haga cargo del problema y se sienta aliado al esfuerzo que está haciendo por una buena explicación. Que tenga sentido.
"“Este país no es competitivo. Y la palabra competitividad, que no escuché en ninguno de los debates, tiene que estar en el centro de la escena"
–Macri fue por el gradualismo y Milei, por el shock. ¿Qué análisis hace de estos caminos distintos??
–Uno está en la vida diaria y dice “ellos deben saber más que yo”. Para ser competitivo y generar riqueza –riqueza que después pueda financiar derechos y gastos– hay que desanudar los nudos. Y cuando no los desanudás al comienzo, no los desanudás nunca más. Macri pensó convivir con los nudos y sobre eso lograr inversiones. “Los nudos dejámelos, pero yo voy a construir sobre eso”. No pasó. Y en cuanto a Milei, en lo personal, yo soy de la línea Mitre-Sarmiento-Avellaneda- Roca-Carlos Pellegrini. Y Milei me choca por montones de razones, pero creo que el avión que maneja va para el lado correcto, grosso modo, porque si no nos vamos al tacho. De todas maneras, hay cosas que no ha atacado como la corrupción. Y en eso, por lo visto, no ha tenido mucho entusiasmo. Con respecto a la ley ómnibus, hubiera hecho un proyecto mucho más corto para atacar directamente los temas esenciales: bajar el gasto público y reducir déficit fiscal porque hay que parar la inflación. Y hubiera dejado otros temas para batallas sucesivas. Creo que él quiso hacer todo de golpe un poco para decir “el momento de poder lo tengo ahora y si tardamos un minuto, cada artículo que no podamos sacar no lo sacamos nunca más”. Una vez que golpeás, todos los grupos que sienten amenazados se blindan, contratan al mejor abogado y comienzan las presiones y negociaciones con los secretarios de Estado, los ministros nacionales. Y ese artículo que lo dejaste por separado no lo metés nunca más. No quiero juzgar si hicieron bien o mal. Visto ex post, con los recortes, las idas y las vueltas, hubiera sido mejor concentrarse en lo esencial.
–¿Qué significa, para usted, ser un país normal?
–País normal quiere decir un país sin cimbronazos, sin cambios bruscos, sin bandazos. Y en la vida individual quiere decir que encuentres trabajo, que ganes lo suficiente para vivir, que la clase media pueda tener ahorro y que la moneda sea estable, que puedas educar a tus hijos, que vayas a una guardia y te atiendan, que pidas un turno y te lo den, que los médicos cobren decentemente. Hay una cantidad de cuestiones fáciles de tildar que no requieren cosas extraordinarias. Todo eso está destruido en la Argentina. Lo que está abajo de la destrucción es la inflación y lo que está abajo de la inflación es un gasto desmedido por gastos hechos para ganar votos. En la Argentina se canjearon gastos por votos. Entonces está todo con una fragilidad extraordinaria. ¿Cuál es el camino? Equilibrar las cuentas públicas, bajar el riesgo país, producir un shock de confianza, recuperar la moneda y el poder adquisitivo del salario. Ser competitivos. Históricamente la Argentina se conformó como una sociedad económicamente cerrada con sobrecostos laborales, juicios, sobrecostos en logística, camiones, insumos. Todo es caro en Argentina. Este país no es competitivo. Y la palabra competitividad, que no la he escuchado en ningunos de los debates públicos, tiene que estar en el centro de la escena.
UN EXPERTO EN DESREGULACIONES
PERFIL: Jorge Bustamante
■ Jorge Bustamante nació en Buenos Aires en 1943. Se graduó de abogado en la UBA con medalla de oro en 1967. Obtuvo la beca Fulbright y es máster en derecho por la Universidad de Columbia, de Nueva York.
■ Entre sus actividades públicas, fue secretario de Industria y y ministro de Bienestar Social de Corrientes y en 1982 ocupó el puesto de subsecretario de Economía durante la gestión de Roberto Alemann.
■ Acaba de reeditar La República Corporativa (1988-2023). Nada cambió, publicado originalmente en 1988, durante el gobierno de Alfonsín. Es una propuesta para desarmar el entramado legal, impositivo e institucional que da forma a la Argentina.
■ En 1992, publicó La desregulación, entre el derecho y la economía.
■ También dio a conocer recientemente 300 cuentos de buenas noches, donde recopiló los relatos que durante la pandemia le narró en audios de WhatsApp a su nieto.