Javier Auyero: “El Estado muchas veces reproduce la pobreza que dice combatir”
Tras publicar un libro que narra las estrategias de supervivencia en los barrios más postergados, el sociólogo reconoce la ayuda oficial que allí se brinda, aunque haya agentes estatales que pactan con el delito
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Los pobres en la Argentina son expertos en supervivencia. Han aprendido a sobrellevar el estado crónico de crisis en que viven desde hace décadas, donde a los problemas económicos se les suma la inseguridad de cada día. Viven con recursos obtenidos de las changas, el apoyo familiar y la solidaridad del vecino, algunos del narcomenudeo, pero agregan todo aquello que le provea el Estado. Así arman su sostén económico para llegar al fin de semana, porque el fin de mes queda cada vez más lejos. La violencia, no obstante, los acorrala, como se vio el miércoles en el conmocionante crimen de Morena Domínguez, de solo 11 años, en Lanús. Sin embargo, conservan la esperanza de un futuro mejor.
“Hoy subsisten una tercera parte con un plan, otro poco con un trabajo, y parte de la comida suelen recibirla de la familia, por ejemplo de una tía que recibe de un comedor escolar. Y así van armando sus estrategias de sobrevivencia”, dice el sociólogo Javier Auyero, quién escribió Cómo hacen los pobres para sobrevivir (Siglo XXI) junto a Sofia Servián, una joven antropóloga que vive en el barrio La Matera, en el sur del conurbano bonaerense, y que hizo el trabajo de campo hablando con sus familiares, amigos y vecinos.
Auyero tiene en cuenta que un alto porcentaje de la sociedad critica la forma en que hoy interviene el Estado, en muchos casos de manera clientelar. Sin embargo, destaca que, aun con todas sus fallas y distorsiones, la red estatal es un diferencial positivo de la Argentina en comparación con otros países de la región y los Estados Unidos.
Para Auyero, el clientelismo es un fenómeno complejo que exige distintas perspectivas. “Si lo mirás desde abajo –destaca–, desde quién lo usa, es una manera que tienen para obtener recursos, subsidios, un plan. Pero es cierto también que las redes clientelares ayudan a reproducir una manera predatoria de política, enriquecen a ciertos dirigentes, permiten escalar posiciones en el campo político. Es muchas cosas al mismo tiempo”.
"La vida en los márgenes es violenta, precaria, dura, pero de ninguna manera los lazos sociales están rotos. Aun en medio de las dificultades la gente sale a la calle, se asocia"
El clientelismo también adopta formas diferentes con el paso del tiempo. Por ejemplo, como le contaron a Auyero los vecinos de La Matera, hoy, a diferencia de hace un par de décadas, hay punteros que buscan intercambiar planes sociales a cambio de favores sexuales.
–¿Cómo es vivir en los márgenes en la Argentina, y qué diferencia hay en comparación a los que viven igual en otros países de la región?
–Vivir en los márgenes es arduo. Es arduo físicamente, moralmente, emocionalmente. Es difícil no llegar a cubrir todos tus gastos, tus necesidades básicas. De ahí nuestro interés al investigar y realizar trabajo de campo durante tres años para describir las estrategias a las que apela la gente para sobrevivir materialmente, para llegar al fin de semana, porque a fin de mes hoy es un montón, y al mismo tiempo subsistir a la violencia que la rodea. Lo que observamos es que se dan combinaciones de trabajos precarios con asistencia estatal, acción colectiva más o menos disruptiva, algo de economía ilícita. Y redes de reciprocidad. Estas cinco cosas las combinan más o menos creativamente para llegar a fin de mes. Los pobres son expertos en combinar estrategias. La diferencia de la Argentina, por ejemplo, con Estados Unidos o con otros lugares de América Latina es que nuestros territorios marginados están muy penetrados por la acción estatal. No hay un Estado ausente, está por todos lados: está en la escuela, en los planes sociales, en los centros de salud. En otros países latinoamericanos, en cambio, está bastante más ausente. En las favelas brasileñas, por ejemplo, aparece pero de una manera mucho más punitiva, con su fuerza policial. Lo mismo en territorio donde viven pobres, latinos y negros en Estados Unidos. En las afueras de ciudades como Bogotá o Soacha en Colombia, o de la ciudad Esmeraldas en Ecuador, vos ves menor presencia estatal que la que ves hoy en el conurbano bonaerense. Esto no quiere decir que el Estado funcione acá de una manera maravillosa, es un Estado muy precario, muy intermitente, ambivalente, segmentado, que muchas veces reproduce la pobreza y la violencia que dice combatir. Pero nadie puede decir que ese Estado esté ausente.
–¿En qué sentido decís que el Estado reproduce la pobreza y la violencia? ¿Lo hace como parte de una estrategia política o por ineficiencia o ignorancia?
–Es difícil imputar a cualquier Estado una voluntad única. Los Estados no son ni homogéneos ni unitarios. Los Estados tienen muchas manos. De manera que uno puede decir que tiene la mano derecha de la economía, y la izquierda de la asistencia. Pero tiene también la mano punitiva... Tiene muchos tentáculos, por lo que es muy difícil decir “tiene esta intención”. Cuando uno ve los efectos de la acción estatal, puede decir “no hay tolerancia frente a ciertas cosas”, “hay ignorancia y desidia frente a otras cuestiones”. Hay mucha tensión en otros casos. Esto a nivel teórico. Y a nivel práctico, cuando agentes del Estado coluden con traficantes, y se llaman unos a otros, y liberan zonas, y en las zonas que liberan pueden actuar los narcotraficantes libremente, y hasta matarse libremente, como sucede en muchos conurbanos de ciudades de la Argentina, ahí lo que ves es que el Estado está produciendo la propia violencia que dice combatir.
–Cuando te preguntaba, pensaba también en el clientelismo, en ese Estado que en realidad busca un voto, sabiendo que el ayudado le responderá fielmente porque necesita sobrevivir y porque ese mismo Estado es ineficiente y en lugar de brindarle un ayuda lo empobrece.
–Habría que hablar largo para no caer en los estereotipos y terminar haciendo lo que hacemos todos fácilmente, que es demonizar al puntero. Si pregunto hoy a cualquiera de los lectores dónde queda el barrio La Matera, nadie lo sabe ubicar; ahora le pregunto qué opinión tienen de un puntero político, y todos tienen alguna opinión. El esfuerzo del libro es mostrar las ambivalencias y las múltiples dimensiones que tiene el clientelismo. Si lo mirás al clientelismo desde abajo, desde quién lo usa, es una manera que tienen para obtener recursos, subsidios, un plan. Es cierto que las redes clientelares también ayudan a reproducir una manera predatoria de política, enriquecen a ciertos políticos, son maneras de hacer política y de escalar posiciones en el campo político. Es muchas cosas al mismo tiempo. Y si uno lo quiere reducir, por la intención de hacer un juicio rápidamente, por ver solo una sola dimensión, concluye “los punteros son malos”. Puede ser que así nos quedemos todos tranquilos, pero eso está muy lejos de la realidad. Hace veinticinco años escribí un libro sobre clientelismo, la primera crítica que me hicieron fue “ese fenómeno se está muriendo”. Es una muerte un poco larga una de veinticinco años ¿no? ¿Y por qué no se muere? Porque cumple más funciones que las que le queremos atribuir. Siempre que discutimos la pobreza, inmediatamente giramos hacia la política y el punterismo. Y lo que hacemos en esa operación es dejar de lado la economía. Quienes viven en los márgenes, además de sufrir la extorsión de los punteros, sufren la explotación económica. Hicimos muchas entrevistas para el libro, y lo que más sale es la condición de hiperexplotación y de precariedad en que trabaja esta gente. Incluso los que dicen que tienen trabajo formal después te cuentan el día y ves que los tienen en condiciones ultraarbitrarias.
–Cuando decís que los pobres son expertos en combinar estrategias, ¿creés que es fruto de la viveza criolla o de la experiencia de haber transitado tres generaciones sin trabajo sistemático?
–No, en realidad creo que son estrategias que se dan los más desposeídos, los sumergidos, en todos lados. El libro originalmente se llamaba “Cómo siguen sobreviviendo los marginados”, porque era una especie de homenaje a un libro mexicano muy clásico de hace cincuenta años que se llama “Cómo sobreviven los marginados”, de Larissa Adler de Lomnitz. Había otro parecido norteamericano, y ambos se dedicaron entonces a indagar ese mundo donde la gente decía “no hay Estado” y “hay hiperdesempleo”, entonces ¿cómo hacen para sobrevivir? Y bueno, en todos lados donde hay gente que vive en condiciones de miseria, se las arreglan. Nosotros en el libro hablamos de “bricoladores”, que no es otra cosa que combinar estrategias que vienen dadas por las condiciones de oportunidades que tienen. En la Argentina hay redes clientelares operando, pero también hay un repertorio de acción colectiva que es muy fuerte.
"Yo tenía una visión del clientelismo que me costó deshacer. No veía tanto la extorsión que hay detrás. Este nuevo libro tiene más énfasis en la cuestión predatoria"
A lo que voy es que los pobres, en general, arman estrategias para sobrevivir pero no en condiciones de su propia elección. Aquí hay redes, hay repertorio de acción colectiva, hay redes asociativas, familiares. Si uno ve cómo sobreviven las familias que entrevistó Sofía, nota que resolvieron el tema de su terreno con toma de tierras, y el de su techo con redes familiares... Hoy subsisten una tercera parte con un plan, un poco con un trabajo, parte de la comida la reciben de la familia, pero tal vez de una tía que recibe de un comedor escolar. Y así van armando un presupuesto.
–¿Qué te ayudó a ver Sofía Servián desde su investigación de campo en su propio barrio y entre los suyos?
–Yo tenía una visión del clientelismo muy establecida que me costó deshacer. No veía tanto la extorsión que hay detrás. Este libro tiene más énfasis en la cuestión predatoria. Ella me lo hizo ver. Me decía “mirá, a mi mamá le sacaban parte del plan, no es que me lo contó alguien”. Cuando investigué el tema en el año 95, no había tanta presencia estatal, tantos recursos en los barrios. No estoy defendiendo, no estoy diciendo que este es un Estado maravilloso. Pero lo que no podemos negar es que es un Estado presente. Hay más dinero que entra a esos lugares, y hay más oportunidades para hacerse de ese dinero. En aquel entonces, además, la palabra piquetero no existía, y las lógicas de acción de las protestas piqueteras y las de los punteros clientelares eran opuestas. Hay hasta textos que plantean la dicotomía “Sos puntero o sos piquetero”. Hoy, las lógicas de acción se combinan. Hoy muchos punteros, de cualquier partido, hacen intermediación personalizada, te doy algo a cambio de, pero también te organizan una protesta o un corte de calle. Eso no sucedía hace veinticinco años. Y con respecto a lo de la extorsión, antes nunca había escuchado que los punteros intercambiaran acceso a planes por favores sexuales. Y eso hoy pasa. En La Matera no lo escuchamos una vez, lo escuchamos muchas veces. Estos comportamientos que fijan un canon de lo que se le va a pagar al puntero para que te anote en la cooperativa, eso no lo había escuchado. Había oído de disputas, de si estás con él no estás con este... pero nada a este nivel.
–¿Y a qué atribuís que hoy sea así? Muchos dicen que esto tiene que ver con que a pesar de una mayor “presencia” del Estado, hay una excesiva delegación de poder de parte del Estado para con estos sujetos.
–Es una presencia del Estado con muy poco de lo que los norteamericanos llaman accountability (responsabilidad). Falta una rendición de cuentas. Pero no es por desidia, solamente. Te diría que es por cierta tolerancia porque así se financia la política. Es un error pensar que “ah, el puntero se queda con la plata”. Esto le sirve para hacer política. La política en la Argentina es muy cara. No es nada novedoso, pero la carrera de un intendente o un concejal arranca en el barrio haciendo lo que hace un puntero. Para acumular poder tenés que acumular dinero. Si acumulás dinero, acumulás más poder. Y así te convertís en concejal, intenente, diputado...
–Hablás en el libro de que los pobres, si bien están “abrumados” por la situación en la que viven, “persisten” con sus batallas y ven en esta posibilidad de lucha “una esperanza”. ¿Me explicás este circuito?
–Alguna vez creímos que el libro estaba terminado en el capítulo 5. Hasta ahí el libro era muy abrumador, con mucho sufrimiento, poco de esta esperanza tanto individual como colectiva. Habíamos visto el esfuerzo que ponen las madres en hacer la tarea de la escuela junto con sus hijos, el esfuerzo que hacen para mandarlos al colegio, y eso podía ser visto como esperanzador... Pero sucedió que durante la pandemia, cuando ya estábamos trabajando en el libro, vimos que buena parte de la gente se alimentaba en el comedor. Y le sugerí a Sofía que hiciera observación participante ahí, en uno de los comedores más grandes de La Matera. Fue y estuvo seis meses trabajando con las mujeres. Le propuse que fuera porque me interesaban las cuentas del comedor. De dónde venía la comida, a dónde iba. Qué se comía. Pero terminamos descubriendo otra cosa: que el comedor es un centro de sociabilidad, de creación de respeto mutuo, de cuidado. De algo que va más allá de la sobrevivencia: la persistencia. La gente, más allá de sobrevivir, quiere crear comunidad. Ser conocido, respetado. Estas mujeres que están ahí son mujeres que la pelean. Y sin embargo, su bienestar está ligado al bienestar de la comunidad. Puede sonar muy romántico, pero van tras el bien común.
–¿La sociedad no está tan rota?
–De ninguna manera la sociedad está rota. Una socióloga mexicana que se llama Ana Villarreal marca cómo incluso en situaciones donde uno dice “la violencia rompe el lazo social”, sucede que al tiempo ves que la gente, para salir a la calle, se asocia una con otra. Crea caravanas, sale junta. Acá ahora vemos lo mismo, la gente se da aviso por WhatsApp cuando va a salir, avisa cuando llega. Así lo que aparece rompiendo el lazo social, si uno lo ve con más detenimiento, termina juntándolo. No está todo roto. Está todo muy delicado, muy difícil, la vida en los márgenes es violenta, es precaria, es dura, no llegas a fin de mes. Pero me parece que a veces hay una tendencia a contar lo que llamo la single history, la historia sola, que tiene que ser en blanco y negro y simplificada. O tiene que ser una historia de sufrimiento o de celebración. Y me parece que no es ni una cosa ni la otra. La Argentina vive en una crisis económica y en una crisis social desde que hago sociología. Hay momentos un poco mejores, momentos un poco peores. Cuando escribí La violencia en los márgenes (2013), la gente me increpaba porque decía que exageraba. Y yo lo que veía era que la concentración de homicidios en Ingeniero Budge era espantosa y eso para mí era una crisis de seguridad. Cuando uno habla de la pobreza no solo como un estado de carencia material, sino como una ecología de instituciones rotas, no está hablando solo de lo económico, o de lo político, o de lo cultural, o solo de lo institucional. La pobreza hoy en la Argentina es esa suma de cosas. Por eso es tan difícil decir en tres minutos qué es lo que hay que hacer para salir adelante. No obstante, la gente que vive en los márgenes, cuando le preguntás cómo está hoy en comparación con cómo estaba cuando arrancó el asentamiento, te dice que están infinitamente mejor. Basta ver las fotos que te muestran para entenderlos. Eso es así por el esfuerzo colectivo. Los ves cavando zanjas para hacerse las casas o cortando una calle porque no les ponen la luz, o yendo a reclamar porque temen por sus vidas. Piden para que les hagan la escuela, el centro de salud... Si vos caes como un extraterrestre decís “esto es un barrio miserable”, y por ahí tenés razón. Pero le preguntás a la gente y te dicen: “Sí, acá hay carencias, pero yo estoy acá desde hace veinte años y esto hoy es mucho mejor”. Y es así por la acción colectiva, ahí radica su verdadero poder.
UN ESTUDIOSO DE LA POBREZA URBANA
PERFIL: Javier Auyero
■ Javier Auyero, sociólogo, nació en Lomas de Zamora en junio de 1966 y reside en Estados Unidos.
■ Es profesor de Sociología en la Universidad de Texas, Austin. Se doctoró en Sociología en The New School for Social Research y recibió becas de la John Simon Guggenheim Foundation, de la Harry Frank Guggenheim Foundation, del American Council of Learned Societies y de la National Science Foundation.
■ Es autor de varios libros, entre otros, La política de los pobres, Pacientes del Estado, Vidas beligerantes y la Zona gris. Es coautor de Inflamable. Estudio del sufrimiento ambiental (con Débora Swistun), de La violencia en los márgenes (con María Fernanda Berti) y de Entre narcos y policías (con Katherine Sobering).
■ Sus áreas de trabajo son la etnografía política, la pobreza urbana, la acción colectiva, los estudios latinoamericanos y la teoría social y cultural.