Italo Calvino. Un escritor inconfundible que encontró inspiración en Borges
El autor de El barón rampante, de cuyo nacimiento se cumplen cien años, fue el orfebre de una obra donde coinciden la fantasía, lo simbólico y lo lúdico
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Homenajear a Italo Calvino, a cien años de su nacimiento, implica regresar a las fuentes de una riqueza literaria que caracterizó a Italia en el siglo XX. Ante una pléyade de poetas y de prosistas como Eugenio Montale, Cesare Pavese, Elsa Morante, Dino Buzzati o Natalia Ginzburg, por citar algunos, el nombre de Calvino también resulta de primer orden al recorrer las letras de su tiempo.
Calvino nació el 15 de octubre de 1923 en Cuba, por la breve estadía de sus padres, que formaron una típica familia italiana de lazos culturales. Comenzó a forjar su futuro en un ambiente de estudio y de perseverancia, en medio de la realidad europea golpeada por la guerra. Así fue como, marcado por las huellas de esa época, se sumó a la generación de quienes vivieron el compromiso de los años de la resistencia. A su modo, Calvino respondió al llamado interior de oponerse al totalitarismo imperante a través de la construcción de una palabra que, abierta a los demás, buscó transmitir el dolor de un mundo inclemente.
Aquella reflexión constante indujo a Calvino a una carrera cada vez más unida a la escritura. Cuando se graduó en Letras, sabía seguramente que en primer lugar estarían sus inquietudes intelectuales y éticas. Durante el período de posguerra valoró con creces la idea de libertad, que tanta influencia ejerció en todos sus escritos. Acumuló lecturas en su memoria y pergeñó un proyecto literario, con el afán de establecer un pensamiento de base humanista.
La identidad de una temática calviniana, inconfundible, es el eje de los estudios de su obra, cuyo conjunto exhibe un carácter bastante ecléctico. Ya en su primera novela, El sendero de los nidos de araña, publicada en 1947, Calvino se destaca por dar forma a una historia que cala hondo en el lector. No solo está presente el triste devenir de un niño, sino también los sombríos días de la Segunda Guerra Mundial y de lo que ocurre en una pequeña localidad de la Liguria y en los bosques cercanos. Es una mirada que advierte sobre la necesidad de aislarse y de no hacerlo al mismo tiempo, en una paradoja nunca resuelta.
Su literatura se enfoca en no detenerse ni en el pasado ni en el presente, y en la condición de retratar la vida muestra realidades dinámicas. Sus novelas y sus cuentos provocan un efecto sugestivo que, en esencia, permite al lector recrear los hechos sin que estos estén anclados a un contexto. Más allá del trasfondo histórico de algunos de sus relatos, aun así prevalece lo atemporal en la medida en que los personajes y las circunstancias labran su autonomía.
Búsqueda personal
En cierto sentido, Calvino puso a prueba sus dotes literarias a partir de una escritura experimental. Hasta la década de 1950, la columna vertebral de su obra descansó en el neorrealismo, corriente que en Italia abrazaron casi todos los representantes de su generación. Incluso llegó a decir: “El neorrealismo es uno de los pocos movimientos italianos de los que siempre se habla en el exterior”.
En efecto, Calvino pareció reconocer que –al menos él– necesitaba respirar otro oxígeno, que lo lanzara hacia una literatura más personal. A distancia de una tradición como el neorrealismo, que también había colmado al cine, eligió aproximarse a un registro propio. Esto, en sí, lo alentó a incursionar en algunos aspectos de la literatura fantástica. Alguna vez afirmó: “Los relatos fantásticos son significativos, porque nos dicen muchas cosas sobre la interioridad del individuo y sobre la simbología colectiva”. Cabe destacar, en este recorrido, que seleccionó y prologó dos tomos de cuentos bajo el título Relatos fantásticos del siglo XIX.
Entonces, sin proponérselo del todo, comenzó a buscar con esmero la manera de hacer literatura desde otro lugar. Y así nació la trilogía de sus novelas más originales: El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente. Las tres composiciones contagian el carisma de la fábula, no exenta de la energía que destila lo fantástico. No obstante, subyace en clave algo profundo como la inquietud existencial que persigue al hombre contemporáneo.
Luego llegaron títulos que lo instalaron en la perspectiva de lo simbólico, en pos de crear señales que por elevación apuntaran a la crítica social. De este ciclo son los libros que lo hicieron un clásico en las escuelas italianas, como Las ciudades invisibles y, sobre todo, los relatos de Marcovaldo. Al margen de las interpretaciones, el común denominador de su narrativa es el ingenio. También el estilo elegante, ya que Calvino se descubre en cada frase. Aun en la madurez escribía con ahínco, sin dejar de corregir. Era exigente consigo mismo y con los demás. Durante décadas fue editor de la prestigiosa Einaudi, cuyo catálogo se nutrió siempre de grandes autores locales y extranjeros. Como muestra del rigor (a veces arbitrario) de Calvino basta con leer Los libros de los otros, que recoge parte de su correspondencia profesional. Allí es casi anecdótico enterarse de su firme rechazo a originales de algún autor reconocido y, a la vez, de palabras elogiosas para publicar determinados textos. Pero con el tiempo aseguró que juzgar un escrito, ajeno o propio, lo conducía a un desafío complejo.
Es sabido que Calvino se relacionó con la Argentina por razones familiares. En 1964 se casó con Esther Singer –fallecida en 2018 a los 93 años–, una traductora argentina que lo había conocido en París. Y que trabajaba por entonces para la Unesco y era amiga de Aurora Bernárdez, esposa de Julio Cortázar. Todo esto contribuyó a crear un puente que, en definitiva, puso a Calvino en contacto estrecho con las letras argentinas. No solo eso: amplió su visión de la literatura de los años sesenta, que tuvo por epicentro el boom latinoamericano.
Por eso, sus ideas permanecieron asociadas al concepto de que la variedad expresiva, de algún modo, describe mejor el fenómeno literario. Enfoque que le permitió avanzar hacia el terreno de las tramas fantásticas, observando con curiosidad las nuevas formas del realismo mágico.
Borges como referente
Sin embargo, terminó por ceder al espléndido universo que desplegaba el talento de Borges. Quien era, sin duda, un referente literario en sentido cabal. Lo ponderó en su ensayo Por qué leer los clásicos, donde resalta el estilo borgeano, que combina lo breve con lo profundo. En una carta a Primo Levi escribió que admiraba mucho a Borges porque en sus cuentos era capaz de crear “climas enrarecidos, algo único”.
Así, Calvino no tardó en sentir empatía por ese grupo de intelectuales argentinos proclive a reunirse: Borges, Bioy Casares y las hermanas Victoria y Silvina Ocampo. Solían conversar, en tertulias, sobre los aspectos inherentes a la creación. La afinidad de Calvino con la obra de Borges explica también la predilección de ambos por los relatos de corte filosófico. Hay un excelente libro de Vargas Llosa, Medio siglo con Borges, que echa luz sobre la influencia del autor argentino en el plano de la imaginación y de las sutilezas de estilo. Algo similar animó a Calvino cuando en su múltiple tarea de periodista, narrador, ensayista y editor indagó en dirección a las letras universales y, tal vez sin notarlo, encontró el pulso de la literatura fantástica en la inspiración que siempre le despertó Borges.
Italo Calvino murió en 1985. Un año antes había visitado Buenos Aires, invitado a participar en la Feria del Libro. Esther Singer, ya viuda, recordó: “Italo era un hombre de pocas palabras. En 1984 fuimos a Buenos Aires. Había vuelto la democracia. Él sabía bien lo que había sucedido durante la dictadura. Me dijo, con mucha tristeza: ‘Parece mentira, una ciudad tan linda y que esconda esas atrocidades’”. Lograba mirar alrededor, escuchar, descubrir el sufrimiento. Años más tarde, en 1999, se realizó una muestra en Buenos Aires de 150 imágenes de Calvino, tomadas de su archivo personal, entre fotos de su vida, autorretratos y páginas manuscritas. Concitó la atención del público. La organizó el Instituto Italiano de Cultura, en el Palais de Glace, y ahí estuvo Ernesto Sabato. Tras recorrer la muestra, declaró que se sentía orgulloso de haber tratado a un escritor íntegro como Calvino.
Profesor y escritor. Autor, entre otros libros, de El sentido de educar