Hundido Insaurralde, flota la hipocresía
El país político conoce muy bien las aguas en las que se hundió Martín Insaurralde. Lo demuestran en estos días la simulada indignación, el intento de demostrar sorpresa y el atolondrado ejercicio del peronismo kirchnerista de desviar la atención hacia lo superfluo.
No hay un único Insaurralde, aunque pocos como él hayan sido derrotados por sí mismos. El punto no es la torpeza del exjefe de gabinete de la provincia más importante del país para ocultar el goce de sus recursos inexplicables.
"El presente de Insaurralde y la reacción del peronismo bonaerense son una continuidad de viejas prácticas gastadas por el uso y el abuso"
El hecho que estalló en el corazón de la campaña electoral es que propios y extraños sabían muy bien y desde hace tiempo que sujetos como el licencioso y licenciado intendente de Lomas de Zamora no operan solos. Son parte de un sistema, de una trama aceptada y consentida que tiene beneficiarios, resignados y algunos detractores entre los dirigentes políticos y de cuánto sector social, sindical o económico de poder influya en la vida pública.
Ahora que todo se mide según las métricas de los votos, Javier Milei tiene derecho a felicitarse. Fue él quien acertó con el brochazo grueso al pintar a todos los que no son él mismo o los del grupo que aluvionalmente se está reuniendo en su contorno. La casta es una descripción maniquea de autoindulgencia. No todos los políticos son corruptos, pero entre ellos son bien identificables quienes lo son y lo ostentan.
No es Milei, o al menos no lo parece, un cruzado en contra de la corrupción, que de eso se trata el naufragio de Insaurralde. Milei acusa a la casta por gobernar mal, no por robar.
El libertario venera con devoción a Carlos Menem, durante cuya presidencia se extendió como una mancha un nuevo tipo de dirigentes que se autocelebraban mostrando el resultado de sus enriquecimientos. El poder relacionado con el juego legal y clandestino, el tolerante crecimiento del narcotráfico, el difuso límite entre el delito y el negocio, entre la economía en la superficie y la que opera oculta, tiene a dirigentes como Insaurralde como protagonistas conocidos. Y también relacionados a las mil y una cajas de la política, hasta el extremo de un robo por goteo como el descubierto con los oscuros fondos de la Legislatura bonaerense.
Nada nuevo, todo bastante tolerado. Un abismo se abre entre los poquísimos beneficiarios del régimen y sus votantes.
Data del menemismo la construcción de un sistema judicial para garantizar la impunidad. El kirchnerismo se benefició por años de los mismos jueces de las servilletas menemistas.
Los votantes argentinos quedaron expuestos más de una vez a preferir a gobernantes de éxitos tan supuestos como delitos bien comprobables. Solo el agotamiento de ambos modelos peronistas puso en valor la necesidad de una cierta transparencia en el manejo del poder. Pero en general entre los argentinos primó la tolerancia hacia los corruptos.
El presente de Insaurralde y la reacción del peronismo bonaerense son una continuidad de viejas prácticas gastadas por el uso y el abuso. También de la Justicia, que no atinó a investigar la información periodística que ofreció Carlos Pagni en su programa de televisión sobre la entrega de 20 millones de dólares como parte del acuerdo de divorcio de Insaurralde con la ahora exesposa Jesica Cirio.
A Insaurralde debieron encontrarlo en un video en Instagram atribuido a su acompañante cometiendo el abuso de un amoroso crucero por el Mediterráneo para que se desataran las investigaciones en su contra. Y algunas parecen más destinadas a encubrirlo que a obligarlo a probar cómo ostenta una vida de millonario.
Tampoco el kirchnerista exsecretario de Obras Públicas José López había sido investigado hasta la madrugada en la que se le ocurrió ocultar ocho millones de dólares en un supuesto convento de General Rodríguez.
"No sea cosa que Insaurralde termine pagando el precio de no saber ocultar lo que otros esconden"
La fuga de escándalo complica todavía más a quienes la intentan. Axel Kicillof dijo que no sabía dónde estaba su jefe de gabinete. Raro, tratándose del supuesto responsable del manejo de su gobierno; alegar la propia torpeza no es un recurso. El gobernador y candidato a la reelección hasta borró el cargo que tenía Insaurralde en un intento de negación que lo acerca, más de lo que lo aleja, al problema.
Kicillof debió soportar que Máximo Kirchner le impusiera a Insaurralde en su gabinete luego de la fuerte derrota en las elecciones de medio término de 2019. Ahora paga el precio doble de soportar una carga que ya no puede presentar como ajena.
El hijo de la vicepresidenta, él mismo involucrado en causas judiciales que lo pueden llevar a juicio con altas posibilidades de condena, huye del escándalo usando el silencio. Otro tanto hizo su madre, luego de acordar con Kicillof y Sergio Massa el despido inmediato de Insaurralde. Lo echaron porque fue descubierto, no por lo que era desde hace tanto tiempo.
La reacción de Massa deja ver la verdadera reacción del peronismo bonaerense y de la dirigencia política en general. El candidato presidencial se ocupó de poner en duda a la difusora y a la vez compañera de la lujosa navegación.
Afilado en la reconstrucción histórica de las relaciones circunstanciales de otros dirigentes, recordó que la misma mujer había estado vinculada a Daniel Scioli. ¿Sugiere Massa que hay un servicial sistema de apriete a los corruptos que les pone trampas como venganza o como extorsión? ¿Cómo lo sabe? ¿Importa más que establecer el nivel de enriquecimiento del verdadero protagonista del caso?
Massa, como el resto del peronismo, ponen el foco en cómo fue descubierto Insaurralde. Quieren saber quién pudo haberlo traicionado.
Pero lo que importa saber, en cambio, es cómo y durante tanto tiempo alguien pudo acumular tanto y ostentarlo hasta caer descubierto por esa misma manía de disfrutar lo conseguido. No sea cosa que Insaurralde termine pagando el precio de no saber ocultar lo que otros esconden.