Humor de mujer. Nora Ephron, un derroche de gracia e inteligencia
Periodista, cineasta y escritora, la autora de Se acabó el pastel llega con dos libros; y no está sola en el arte de motivar sonrisas
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En la literatura es más fácil hacer llorar que provocar risa. No hay duda de que el humor es una de la cuerdas más difíciles de tocar, incluso para quienes hacen arte con palabras. Y la cuestión parece todavía más compleja si quien escribe es una mujer. Al menos lo era cuando ser mujer implicaba también ser una dama. Es imposible reírse con un corsé apretado, y menos, frente a la mirada inquisitorial de una sociedad que exigía decoro, pudor y sumisión. Pero los distintos feminismos irrumpieron en escena, rompieron ese molde rígido y de un modo inesperado transformaron el sentido del humor.
Así y todo, en las primeras décadas del siglo XXI persistía la idea de que las mujeres eran incapaces de ser graciosas. Al menos eso escribía el crítico inglés Christopher Hitchens desde un artículo en la revista Vanity Fair. ¿Mera provocación o pura ignorancia? Sin duda, por entonces las escritoras ya hacían humor. Basta pensar en la norteamericana Dorothy Parker y su elegante ironía o, un poco más cerca, Sara Gallardo, una autora que supo reírse de su clase, de los estereotipos y las experiencias cotidianas. En otras palabras, escritoras con sentido del humor había y muchas. Tal vez el problema fuera que no eran leídas, o si lo eran, no se comprendía del todo su gracia.
Como sea, hoy las mujeres hacen reír desde sus escrituras, incluso algunas obligan a frenar la lectura por las carcajadas que despiertan, como ocurre con la norteamericana Nora Ephron (Nueva York, 1941-2012) y su novela Se acabó el pastel. En sus frases se ve la naturalidad de su estilo, cierta liviandad, y sobre todo, un humor desopilante y lúcido que permite entender hasta qué punto la risa es esencial para atravesar las peores tragedias.
En la historia, el alter ego de la autora es Rachel Samstat, una judía neoyorquina que se dedica a escribir libros de cocina con más anécdotas que recetas. Está embarazada de siete meses, tiene un hijo y va por su segundo matrimonio. Un día se entera que Mark, su esposo periodista, está enamorado de Thelma, una periodista casada con un diplomático acartonado. Cualquier coincidencia con la realidad no es casualidad. Ephron ficcionaliza su drama personal: estaba embarazada de su segundo hijo cuando descubrió que su entonces esposo, Carl Bernstein, célebre por haber investigado –junto con Bob Woodward– el caso Watergate, le era infiel con la periodista Margaret Jay, esposa del embajador británico en Estados Unidos. Y todo Washington lo sabía. Parece difícil imaginar un escenario más dramático, solo que ella logra reírse de sí misma y de la situación, y de un modo lúcido, convierte el dolor en literatura.
Si bien Ephron era una artista multifacética, cineasta y guionista –con éxitos como Cuando Harry conoció a Sally o Tienes un e-mail– también escribió ficción y ensayos personales. Y todas sus dimensiones tienen un rasgo en común: la audacia de exponerse hasta el ridículo. Una faceta que se nota, en especial, en los veintitrés ensayos agrupados en No me acuerdo de nada, el último libro que publicó antes de morir en 2012, recientemente editado en español. Los textos hablan de sus comienzos como periodista, hay anécdotas banales, una reflexión sobre la memoria y el pasado, peripecias que exponen su vulnerabilidad, y más que ninguna otra cosa, una mirada del mundo directa, que no tiene miedo de ir más allá de los estándares de corrección.
La manera de ironizar sobre los judíos neoyorquinos o sobre el feminismo de postal acerca los ensayos de Ephron a las columnas de Fran Lebowitz (Morristown, 1950), otra mujer que hace reír, y cómo. La escritora e intelectual sufre un bloqueo desde hace décadas, y volcó su humor a las pantallas. Así, protagonizó un filoso documental, Public Speaking, y la serie Supongamos que Nueva York es una ciudad, ambos de su amigo Martin Scorsese. Gracias a eso, en el último tiempo, se compilaron sus dos libros de columnas, artículos y máximas en Un día cualquiera en Nueva York, con un tono algo más erudito y ácido que Ephron, pero igual de graciosa.
Otra autora que tira abajo el mito es la belga Amélie Nothomb (Kōbe, Japón, 1966). Desde novelas como Estupor y temblores o Petronille, por ejemplo, muestra que se puede pensar la contemporaneidad desde el absurdo de ser vulnerable, falible, cínica. Todo al mismo tiempo. Es una de esas autoras que pueden hacer humor de cualquier tema, la bulimia, el alcoholismo, incluso el Vía Crucis, como ocurre en Sed, su novela más reciente. En ella narra los días previos a la crucifixión de Jesús de Nazareth. Y sí, Nothomb es una escritora irreverente. Explora sus miserias y las de una sociedad ocupada en una búsqueda existencial que se llena de alcohol, comida y sarcasmo.
En un registro más alucinado, cercano al absurdo, la escritora catalana Laura Fernández (Terrassa, 1981) despierta la risa desde La señora Potter no es exactamente Santa Claus. La historia es ambiciosa, tiene más de cuarenta personajes y 600 páginas; transcurre en el pueblo imaginario llamado Kimberly Clark, allí vive la escritora Louise Feldman, autora de un único libro infantil que se volvió un clásico y atrae miles de lectores al lugar. Los fanáticos visitan el pueblo y se llevan souvenirs en la tienda de Randal Peltzer. La muerte de este hombre altera la paz de los pueblerinos, la trama se expande en múltiples historias que incluyen detectives, fantasmas profesionales en casas embrujadas, falsos asesinatos. Y en un tono delirante, las peripecias hablan sobre la creación, la maternidad, la renuncia y la lectura como refugio.
Claro que la lista de escritoras capaces de hacer reír se ramifica en su diversidad. A ellas no las convoca el humor vacío, sino el espanto de descubrirse falibles en medio de una sociedad agotada de tanta perfección, belleza y felicidad. Y para contarlo, entre la tragedia y la comedia, las mujeres sacan el hacha del humor y quiebran a pura desfachatez el hielo de las convenciones.
Se acabó el pastel
Nora Ephron
Traducción: Benito Gómez Ibáñez
Anagrama
201 pg./ $ 2950