Hubo un jardín, de Violeta Correa Fiz
La narradora de “Un amor imaginario”, uno de los cuentos incluidos en Hubo un jardín, disfruta poniendo inyecciones: “Hay culos esmirriados, avaros en las carnes y en el alma”. En su comprobación casi naïve se entrevé la dicción poética que Valeria Correa Fiz ya había ejercitado en sus inicios, antes de desplegar el personal bagaje narrativo que la dio a conocer con La condición animal (2016). Ahora, la escritora nacida en Rosario, pero afincada en Madrid, consolida su exploración de la animalidad en las inclinaciones reprimidas de ciertos gestos humanos.
Hubo un jardín propone desde el título un trompe l’oeil cifrado en plantas y vergeles. En la representación ficcional de un pasado inocente, lo bucólico es una engañosa escenografía: la carnalidad con que la aguja de una jeringa o el puñal de un orixa (o el emblema viril de un sirviente) atraviesan los cuerpos, definen la tonalidad en la que debería ejecutarse (leerse) esta exultante suite en siete movimientos.
Siete relatos que remiten a una adolescencia rosarina: Correa Fiz narra instalada en España, pero evoca la Argentina “en argentino”. El Hotel Edén de La Falda, una casona rural a 200 kilómetros de Rosario, el matadero que da título a “La Celestial” o el departamento exclusivo en Recoleta de “Las comisiones”. O el bar de una esquina de Rosario: desde allí una púber vigila el balcón de su madre, y cierra el admirablemente escueto “Así en tu cuerpo como en el mío” en la mejor tradición del remate clásico practicado en el género. El itinerario de las memorias de jardines prevé, más que la utopía de una Arcadia perdida, los terrores de una inocencia que se derrumba.
En los relatos despuntan escenas obsesivas, fundantes de mitos personales (bocas “colgadas de un pezón”, trátese de un bebé o de un amante) o el éxtasis q ue suscita el descubrimiento de un tótem fálico prohibido en “El invernadero de Eiffel” –una nouvelle, en rigor–, en la que la núbil fisgona que narra imagina “la maraña de hilos que suponía esa historia entre el jardinero y [mi tía] la señorita Hortensia, diez años mayor que él”: la emblemática señorita Julia de Strindberg resucita en un invernadero rural de Santa Fe.
Hay en el volumen oficio, casi un código, en la evocación de los mitos de la adolescencia, un sacudimiento que despierta los fantasmas tan temidos del sueño (o “el miedo a soñar”, como el de la narradora-paciente de “Las comisiones”), el incendio, la sangre.
Como sostiene la narradora de “Un amor imaginario”, “hay mucho relato encerrado en los cuerpos”. Ese enjambre, sustentado tal vez por una pulsión ancestral, conforma lo que Correa Fiz acierta a movilizar: una aventura visceral, más allá de las categorías literarias.
Hubo un jardín
Por Valeria Correa Fiz
Páginas de Espuma
150 páginas, $ 2290