Houellebecq, nuestro artero contemporáneo
No se puede decir que a Michel Houellebecq le falte talento para mantener sus activos literarios bien cotizados. Crear expectativa es parte de su know-how. La traducción de su nuevo opus, Aniquilación –a punto de salir en libro físico, pero que ya circula digitalmente– lo confirma. Tiene más de 700 páginas y es su novela más extensa. El escritor que supo imaginar en Sumisión una Francia gobernada por un musulmán o imaginar su propia muerte en El mapa y el territorio parte de otro escenario de ficción con la mira en el futuro próximo: la trama transcurre en 2026/27 y tiene como trasfondo el final del segundo mandato de un innominado pero reconocible Emmanuel Macron. Ese modesto cebo de proyección tiene sus raíces en la actualidad, como es habitual en Houellebecq: la novela se publicó a principios de 2022, antes de que el ex secretario del filósofo Paul Ricoeur fuera reelecto presidente. “Un profeta es la persona menos original del mundo –anotó alguna vez Wyndham Lewis, que se jactaba de esa capacidad–: todo lo que hace es imitar algo que no está ahí, pero que pronto estará”. Todo indicaba que de llegar compitiendo con la ultraderecha al ballotage, Macron triunfaría. Houellebecq no se reivindica de vanguardia (el vorticista Lewis, que escribía hace un siglo, sí), pero, buen lector de H.P. Lovecraft y del utopista Charles Fourier, le da un nuevo giro al juego con el porvenir: menos profético ahora que provocador, imagina una izquierda extinta.
La facilidad de aprovechar lo que está ahí, latente, es un instinto único de Houellebecq, tan hipersensible que a veces la realidad aparece para dejarle una nota al pie (el día que salía Sumisión se produjo el ataque contra Charlie Hebdo, que en esa edición llevaba al escritor en su portada). Pero esa superficie esconde una estrategia secundaria, menos evidente, que les da espesor a esas historias naturalistas que, bien miradas, se centran en vidas sentimentales anómicas, en un mundo sin brújula, entre paréntesis, donde todo es marketing y consumo, puro cansancio de sociedad capitalista enriquecida.
Con excepción de La posibilidad de una isla, donde la brecha se amplía hasta la ciencia ficción, muchas tramas de Houellebecq se aprovechan de ese vacío entre el futuro cercano y el presente intolerable: ese desfase es la fuente secreta de angustia que, como gran baudeleriano artero y preciso, el novelista le inocula al lector para hacerlo sentir contemporáneo.
Aunque ya nadie lo recuerde, una artimaña de esa clase ya se encontraba en Las partículas elementales, la novela que a fines de siglo pasado convirtió a Houellebecq en maldito profesional. Al final de ese libro, se descubre que todo está narrado desde el futuro. Para entonces, gracias a Michel Djerjinski, el protagonista, y sus trabajos reina una neohumanidad que vuelve a la todavía vigente durante el relato, con sus sufrimientos y violencias, un arcaísmo. Ese fast-forward inesperado opaca, sin embargo, un dispositivo que la lectura en traducción –por su demora lógica– no permitió discernir del todo. Publicada en francés en 1998, Las partículas elementales transcurría en 1999; vale decir, el año siguiente, que es cuando la novela hizo eclosión. El dato no refleja ninguna perspicacia crítica personal, sino que es empirismo puro: cuando leí la novela poco después de su salida, en 1999, estaba en Francia y puedo dar fe de los efectos inesperados de la simultaneidad del presente de la acción y el de la lectura. Por pura casualidad, el ficticio Djerjinski vivía a una cuadra y media de dónde paraba yo. De hecho, los dos comprábamos el café en el mismo supermercado. En un momento de distracción, parecía de verdad posible encontrárselo, que lo imaginario y la realidad coincidieran en el mismo plano.
Las partículas elementales dividió aguas por razones mucho más evidentes que ese artilugio pasajero, destinado a los primeros lectores. Escandalizó por su tono antihumanista y por su arreglo de cuentas con la generación de Mayo del 68. También por su deliberado francés sin brillo, casi una herejía en un idioma en que hasta los que escriben mal parecen escribir bien. Los desfases posteriores se volvieron de un futurismo noticioso y coyuntural, de alto impacto, pero mucho de esa antigua sutileza debe perdurar por ahí, ayudando a que los libros de Houellebecq sigan siendo mucho más que best sellers de un día.