Homenaje a Borges. Un refugio en la memoria de versos inolvidables
En el aniversario del nacimiento del creador de El Aleph, la autora se ha permitido jugar y dialogar con frases del escritor enterrado en Ginebra
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Los aniversarios, como se sabe, son ocasiones de balances sorpresivos, de puesta al día de viejas rencillas o de ocultas veneraciones, de oportunidades para mostrar erudiciones insospechadas, vetas secretas o escándalos olvidables de los célebres homenajeados. Pero en los aciagos días que nos acontecen, los aniversarios suelen ser una muestra –a veces patética– de la desesperada necesidad de admirar que los seres humanos tenemos. La admiración nos purifica, nos eleva, nos hace sentir nobles y generosos, nos aparta por momentos de la inmerecida pocilga que la actualidad día a día nos depara.
La celebración del aniversario de Borges no es ninguna excepción en este sentido. Por eso, al lado de las lecturas oblicuas, de los ditirambos exagerados, de las reiteradas y gastadas reverencias, he preferido recluirme en la memoria de aquellos versos de Borges que fueron incorporándose a mi vida interior expresiva, y han ido constituyendo algo así como un diálogo crucial con mi propia experiencia. Por eso me he permitido jugar y dialogar con ellos, desordenándolos entre sí y mezclándolos con mis propios contextos, fantasías y vivencias, porque entiendo que nada homenajea más profundamente a un escritor que el poder hablar desde la lejanía con sus lectores y comunicarse con ellos en lo más profundo, cotidiano y auténtico de nuestro sentir contemporáneo.
Algunos de estos poemas podrán considerarse irrespetuosos o desubicados; ninguno de ellos se aparta de mi más genuina gratitud hacia quien me enseñara, a través de los años, el lenguaje más cierto del corazón.
CONVERSANDO CON BORGES
I
Viene de una sombra ya lejana.
Lleva chambergo azul invierno.
Acaso ocultará un puñal
su poncho de vicuña extraviada.
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche.
*
II
He tratado de borrar tu mirada
y de apagar tus ojos, tu sonrisa, la caricia
de tus manos
profundas
Y solo encuentro esta sentencia:
una cosa no existe: es el olvido
*
III
Navegando tu ausencia sin reparo.
Suave como un sauzal está la noche.
Pero es cierto que ya no me recuerdas.
*
IV
Mi vejez me acompaña como una sombra leve.
Los últimos senderos son de piedra y luna.
Pronto sabré quién soy.
*
V
Son estos los ojos
que alguna vez conversaron con los tuyos.
Y esta es la mano
que alguna vez tocaba
tu cabellera.
*
VI
Todo el jardín es luna
Toda memoria es el jazmín
que fue cayendo mientras te alejabas
VII
Cómo alcanzar el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.
*
VIII
Se me ha perdido el último cuaderno
donde anotaba mis citas preferidas
Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar
*
IX
Clausuradas las puertas de la escuela, de la editorial, del cine
Al fin me encuentro
con mi destino suramericano
*
X
Morir es una costumbre
que sabe tener la gente
Pero también la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.
*
XI
Morirás
como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles.
Has gastado los años y te han gastado.
y todavía no has escrito el poema
*
XII
Oigo en la tarde
la voz deseada de mi padre que vuelve y que no ha muerto;
dijo estas cosas (estas cosas, no estas palabras):
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río
*
XIII
Y a pesar del
íntimo cuchillo en la garganta
oyes la voz del ruiseñor de Teócrito
XIV
Los años que he vivido en Europa son ilusorios.
Yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.
Así dicen
los que eligieron morirse en Ginebra
*
XV
Me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes.
(Porque amar es dar
lo que no se sabe que teníamos)
*
XVI
Alejandra: quiénes somos al juzgarte. Si te cubriste, por deliberada mano, de muerte
*
XVII
Que nadie ni nada nos separe de esta magia cenital, inacabable de la dulce vertiente etimológica
esta pura contemplación de un lenguaje del alba
*
XVIII
En las letras de la rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo
Ya puedes, Jorge Luis, morir tranquilo:
Siempre tuyo será el Nilo con la rosa
*
XIX
Qué importa el tiempo sucesivo si en él
hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde
Qué importa el canon, el Nobel, la ruina
de las editoriales
si alguna vez tuvimos Borges.
*
XX
Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso
Si aún fuera así, si aún persistiera
ese límpido fuego misterioso.
Si aún fuéramos la patria.
Si la patria
todavía existiera