Historia de un poema y la novela de una vida
Un error involuntario, es decir, una errata, puede desembocar en la historia de una vida. El martes pasado, publiqué en este diario, en la sección “Manuscritos”, la nota “Caminar y amar en un pentagrama”, sobre el hermoso recital que el barítono Rafael Fingerlos y el pianista Sascha El Mouissi ofrecieron en el Teatro Colón en el ciclo del Mozarteum Argentino. Entre otras canciones, interpretaron A vucchella (“Una boquita”), del compositor Paolo Tosti sobre un poema del gran poeta Gabriele D’Annunzio (1863-1938). Desventuras de la mecanografía: convertí a Tosti en Tosi. Mea culpa. Para reparar en algo la falta, resolví contar parte de la novela que hay detrás de esos versos en dialecto napolitano.
"El tenor Enrico Caruso haría un hit mundial de la canción"
Nápoles 1892. El joven y arrollador D’Annunzio (29 años), periodista y gran promesa de la literatura italiana, acababa de llegar a la ciudad después de separarse de su esposa –no se divorciaron–, la bellísima Maria Hardouin, hija de los duques de Gallesi, apenas un año menor que él. Se habían casado en 1883; ella, ya embarazada, tras un escándalo olímpico en la alta sociedad romana. Para lograr que los duques aprobaran el casamiento con un plebeyo de los Abruzzos, el “Vate”, como lo llamaban, había publicado en la revista Cronica Bizantina el poema “Il peccato di maggio”, de una sensualidad embriagadora, agitada por la lírica turbulencia hormonal del seductor abruzzese : “In ogni vena a me correva l’aspro vin de la giovinezza” (“Por cada vena me corría el áspero vino de la juventud”).
El “divino” D’Annunzio colaboraba en la capital partenopea con Il Mattino y Corriere di Napoli, donde también trabajaba su amigo Ferdinando Russo, periodista, poeta y letrista. Según la leyenda, Russo le propuso a su compañero que escribiera una poesía en dialecto napolitano, casi desconocido para el recién llegado. Gabriele compuso un soneto de versos heptasilábicos; “A vucchella” (“La boquita”). Casi intraducible. Para tener una idea, baste esta versión traidora: “Eres como una florecilla, / Tienes una boquita, / Sólo un poquito, marchita. / Dame, dámelo, dámelo, / Es como una rosita. / Dámelo, un besito. / Dámelo, Cannatella. / Dámelo y tómalo, un beso pequeñito. / Un beso pequeñito / Como esta boquita que parece una rosita, / Sólo un poquito marchita…”
El dialecto napolitano era invento y caricatura. Estaba atiborrado de aliteraciones, de diminutivos que lo eran de otros diminutivos. Todo, eso sí, de una musicalidad y un ritmo de virtuoso. Gabriele se olvidó del poema. En 1907, Tosti, que tenía una copia, le puso música. El tenor Enrico Caruso haría un hit mundial de la canción.
Es curioso; ¿por qué en un poema galante, de tono jocoso, la boquita de rosa, está algo marchita? ¿No suena a burla? D’Annunzio se sentía asediado y esclavizado por la belleza irresistible de las mujeres. En 1892, a su esposa, la sucedió en Nápoles la princesa siciliana Maria Gravina Cruylas di Ramacca, esposa del conde Anguissola di San Damiano, con el que había tenido cuatro hijos. Gravina, dos años mayor que Gabriele, era hermosa, alta, imponente, de cara dramática. Nada inocente. Se encontraba con el poeta en forma clandestina en un departamento que ella había alquilado. Allí los sorprendió una tarde el conde Anguissola. Los denunció por adulterio. Fueron procesados y condenados a la cárcel por cinco meses, pero el rey los indultó. El 3 de enero de 1893, nació Renata, la hija de los amantes: sería la preferida de D’Annunzio, que la apodaría “Ciciuzza” (“Gordita”). La pareja vivía en la pobreza, endeudada.
Gabriele estaba rodeado de otras amantes. La princesa Ramacca tuvo otro hijo, pero D’Annunzio no lo reconoció. También ella cometía infidelidades. Durante ese período, él escribió la novela El inocente, que tuvo éxito de crítica y de ventas. Se la dedicó a Gravina. Fue su despedida. Luchino Visconti filmaría una versión del libro en 1976.
La princesa Ramacca se fue hundiendo en un torbellino de deudas y decadencia. Terminó, olvidada, en Montecarlo, donde administraba una modesta pensión para huéspedes. ¿D’Annunzio habrá pensado en ella cuando, con irónica ternura, se refirió a la boquita un poco marchita de Cannatella?