Héctor Abad Faciolince: “Seguimos creyendo que nos salvará un cacique supremo”
El escritor colombiano, autor de una celebrada novela que narra el asesinato de su padre a manos de la guerrilla, afirma que en América latina la tradición del caudillo autoritario es nefasta
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MADRID.– Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) cierra los ojos para responder. Mira atento a su interlocutor cada vez que se le hace una pregunta, con el gesto de un médico empático que busca, antes que recetar un fármaco, proponer un tratamiento. Luego recuesta el cuello sobre el sillón y deja caer los párpados. Cada tanto –atravesado a veces por el dolor y otras por el enojo– invoca poemas que recita de memoria. Con el mismo tono sereno, osó una vez a decirle a Gabriel García Márquez que su libro Noticia de un secuestro contenía errores y omisiones, un comentario que fue primero rechazado con furia por el Premio Nobel, pero luego reconocido como válido cuando el propio Gabo lo convocó para formar parte de la redacción de su nueva revista.
El destino y la barbarie lo ubicaron en un papel que jamás buscó: ser un testigo de la violencia reciente en Colombia y un vocero del proceso de paz. Es el autor de El olvido que seremos, una novela sin ficción que reconstruye la vida, obra y asesinato de su padre, el médico sanitarista Héctor Abad Gómez, un crimen perpetuado por grupos paramilitares en 1987. El título de esta oda a la bondad y al compromiso es el verso de un poema que encontró en el bolsillo del saco de su padre el día que lo asesinaron. Abad Faciolince rastreó esos versos hasta la Argentina y asegura pertenecen a Jorge Luis Borges, aunque María Kodama lo niegue. La novela fue adaptada al cine con guión de David Trueba y dirección por Fernando Trueba, una producción que puede verse actualmente en Netflix. Obtuvo el Goya a la mejor película iberoamericana y arrasó en la última entrega de los premios Platino.
Influyente columnista político –actualmente en el diario El Espectador–, crítico del gobierno de Iván Duque, Abad Faciolince es además traductor del italiano, editor y autor de las novelas Angosta y La Oculta. Graduado en Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín, escribe desde hace años un diario y muchas de esas páginas aparecen en el libro Lo que fue presente. Sabe que la vehemencia no equivale a tener razón y que el rencor es un monstruo que mueve a seres anónimos y también a líderes. Cree en la necesidad de la reconciliación, la social y la personal. Por eso, junto con Juan Cruz Ruiz, emprendió una cruzada por reunir en un abrazo final a Mario Vargas Llosa y García Márquez poco antes de que este falleciera. El intento se frustró, pero valió la pena probarlo. Como su padre, en este gesto buscó tender puentes entre mundos distantes.
-Revive el asesinato de su padre cada vez que habla de su novela más reconocida y de la película. ¿Cómo se sobrepone al dolor?
-Es muy raro revivir los pedazos más trágicos de la propia vida. Sin embargo, cuando mi hermana Marta se murió de cáncer, a los 15 años, un año después mi padre escribió un artículo que se llamó “La niña que se convirtió en leyenda”. Yo creo que él pensaba que si uno convertía en leyenda, en cuento, en ficción o en historia algo muy doloroso, eso se volvía más manejable, como si el dolor se convirtiera en cuento. He pensado con la película que convertir algo real en ficción –porque en la película somos nosotros, pero no lo somos; es mi infancia, pero no lo es; es mi casa, pero no es– hace que esto se convierta en leyenda. Y de alguna manera lo aleja de mí porque lo convierte en un objeto de arte, en algo que es bonito, pero que no es mi misma historia. Entonces, lo llevo bien.
-El olvido que seremos es señalada por la crítica como una novela que ya se ha convertido en un clásico. Incluso, como la primera gran novela hispanoamericana del siglo XXI.
-Sin embargo, a mí me da la impresión de que en la Argentina el libro no ha llegado mucho. Una vez que estuve en Buenos Aires, algunos años después de la aparición del libro, vi que no estaba en ninguna librería y eso me dio pesar. Sé lo buenos lectores que son los argentinos. Tengo buenos lectores y buenos amigos allí, pero no sé si el libro ha llegado.
"La ficción y el arte tienen un poder evocador que la vida misma no tiene."
-Ha llegado, y quizá con la película llegará a otro público. Le pregunto por ese juego cervantino, ¿cómo es verse convertido en personaje? ¿Qué emociones o qué sensación emerge al verse en una pantalla?
-Ahora que acaba de morir mi madre [Cecilia Faciolince] noto que las personas importantes, cuando se van muriendo, cuando dejan de ser, se convierten en recuerdo, en memoria que se va desdibujando. Pero, cuando algo se vuelve ficción, es mucho más recordable que la misma realidad. La ficción y el arte tienen un poder evocador que la vida misma no tiene. Lo llevo con sorpresa, pero lo llevo también como con una nostalgia póstuma: todas estas personas que se van a morir, yo mismo, han quedado guardadas.
-Escribió este libro cuando habían pasado 20 años del asesinato de su padre. Es también, de alguna manera, un diario y un archivo donde permanecen detalles de la historia de tu familia. ¿Volvió a leerlo? ¿Modificaría algo de él?
-Hay cosas que se van borrando de la memoria. Hice pequeños cambios cuando la novela pasó de la editorial Seix Barral a Alfaguara porque cada editor tiene sus correctores, sus editores, sus dudas. Ahí introduje una pequeña escena, no más de uno o dos párrafos, ya sea porque me había acordado después o porque alguna hermana mía me lo había contado. En general, escribí este libro con la memoria de mis hermanas y de mi madre, más que con la mía, que es muy mala. La película es muy fiel al libro. Faltan algunas cosas, y hay otras que no escribí o cosas que mi padre no dijo. Pero Fernando Trueba dirige tan bien, que es como si mi padre lo hubiera dicho.
-¿Por ejemplo?
-La frase que más me gusta de la película y que agrega Fernando es cuando el padre le dice al joven: “Los problemas de los demás no son nunca solamente de los demás”.
-Mencionaba un viaje a Argentina. Usted rastreó quién era el autor del poema que contiene el verso “El olvido que seremos” y llegó a la conclusión de que había sido el propio Jorge Luis Borges, a pesar de la negativa de María Kodama, hace algunos años. Pero luego otros artistas, como el recientemente fallecido Guillermo Roux, respaldaron su hipótesis. ¿Tuvo contacto directo con ella?
-Curiosamente, coincidí con ella en Málaga. Durante un almuerzo le dije que le quería contar mi historia. Ella, que estaba con una amiga o su secretaria, me dijo que la historia era muy bonita, pero que Borges no le hubiera entregado unos poemas inéditos a nadie. Quise decirle que no podría haber tantos mentirosos que sostuvieran lo contrario, pero no pude hacerlo.
-Viajó con la comitiva del ex presidente Juan Manuel Santos a recibir el Premio Nobel de la Paz. Allí también estaba Íngrid Betancourt. En la reciente Comisión de la Verdad se encontraron las víctimas y los sobrevivientes del terror en Colombia con la cúpula de las FARC. ¿Usted cree en el perdón?
-Yo le hice una larga entrevista a Íngrid cuando ella publicó sus memorias del secuestro. Ella me dijo que somos primos lejanos y eso me halaga mucho. Creo que entre nosotros se desarrolló un cariño porque a ella la atacaban mucho durante el secuestro. Nadie puede ser juzgado en una situación extrema como la que ella vivió, tan dolorosa, tan injusta. Estar amarrada, encadenada en la selva durante seis años. Nadie tiene derecho a juzgarla porque nadie sabe cómo se comportaría en una situación extrema como esa. Criticar a alguien que está en una situación desesperada es un acto inhumano por parte de los que vivimos cómodamente. Cuando Santos nos convoca para viajar con él a recibir el Nobel, lo interpreté como un acto de reconocimiento, de memoria, pero también de reconciliación. Creo, más que en el perdón, en la necesidad de la reconciliación. Es algo que no se pudo consolidar, pero un país no puede seguir adelante sin esos acuerdos simbólicos.
"La gente no es ni buena ni mala. Tiene defectos y virtudes. Hay buenos y malos a ratos"
-Este año la Feria del Libro de Madrid tuvo a Colombia como país invitado. El embajador colombiano en España explicó que diseñó la lista de invitados de la delegación oficial con un criterio: su neutralidad. Ni usted ni Santiago Gamboa o Pilar Quintana fueron invitados y eso generó una gran polémica porque son algunas de las plumas más destacadas de su país. ¿Qué significa ser neutral? ¿Existe la neutralidad en la literatura?
-Creo que no existe ese nuevo género literario inventado por un embajador. ¿Qué es la literatura neutra o neutral? Tampoco puede existir el español neutro que intentaban algunos productores de TV con sus actores: “Para que esto circule en todo el ámbito de la lengua, hablen en un español neutro”. Si uno intenta ser neutro en la literatura o en la lengua, al intentarlo, lo único que puede hacer es quedarse callado. La literatura neutra solo sería llenar páginas en blanco.
-Su padre le inculcó la importancia de la bondad. ¿Piensa que es o puede llegar a ser una fuerza transformadora de la sociedad?
-La gente no es ni buena ni mala. Tiene defectos y virtudes. Hay buenos y malos a ratos y también normalitos. Creo que hoy hay una fascinación por el mal, en el cine, en la literatura y también en la conversación. Creo que esa presencia es muy explicable, porque los seres humanos nos tenemos que saber proteger del mal. Por lo tanto, es muy importante representarlo para aprender a reconocerlo. Yo me imagino que los primeros narradores orales, alrededor de una fogata, hablaban del peligro del depredador o del enemigo, para protegerse de él. El bien ha caído en una especie de desprestigio, como de bobería, de inocencia.
-No se considera un escritor político, sus novelas no son políticas, pero es una de las voces más destacadas a la hora de analizar el contexto colombiano.
-No me apasiona la política, me aburre, me enoja, me quita la calma. Cuando me ocupo de la política o de la violencia es porque es irremediable. Yo quisiera no haberme tenido que ocupar nunca de ellas. Y si lo hago es porque la violencia llegó hasta la puerta de mi casa. ¿Cómo no hacerlo? Lo hice por desesperación. Preferiría escribir comedias de amor.
-Entonces no le gustaría ingresar en política o no se ve obligado a hacerlo, como lo hizo su padre.
-No, cada día menos. Además, mi esposa me dice que si llego a poner un pie en la política, me abandona al día siguiente. Acabo de tener un problema con un diario español muy político, muy de izquierdas, en una entrevista donde se me tergiversó y se escribió algo que yo no había dicho [el autor no dijo una frase que luego fue rectificada: “los embajadores de Colombia son sicarios”]. En política estamos muy expuestos a esa manipulación perpetua, a obtener grandes titulares, a que alguien lo ponga en Twitter y luego que mucha gente te alabe y otra te deteste.
-¿Cree que hay aún una caricaturización de América Latina fuera de la región?
-Creo que sí. A muchos les encanta pensar, y puede que tengan un poco de razón, que América Latina se parece un poco a como era Europa en 1930, sociedades donde había una miseria muy grande, donde la gente ofrecía servicios muy baratos. Esto produjo cierto justificado resentimiento y situaciones revolucionarias muy radicales, fascistas o comunistas. Les fascina pensar que el escenario latinoamericano es como esa época. A los extremistas de cualquier lado les encanta hacernos decir que estamos en el umbral de una nueva época, sea comunista o fascista. Los de la derecha celebran a un tipo como Bolsonaro y los de la izquierda tratan de ocultar las barbaridades de gente como Daniel Ortega, Nicolás Maduro o Hugo Chávez. Esa caricatura le sirve a los extremistas europeos para alimentar su resentimiento, su odio, su populismo, sus ganas de retroceder en Europa.
-¿Qué significaría “retroceder en Europa” según esta mirada? ¿Acercarse al escenario actual de América Latina?
-Son sus ganas de volver a crear fronteras y decir que esto, Europa, es un fracaso. Y lo peor es quienes dicen que hay que tener una gran líder de izquierda o de derecha que ponga las cosas en orden. Claro, tenemos en América Latina nuestros propios méritos y seguimos eligiendo caudillos.
-¿Somos democracias jóvenes? ¿Es producto de la desigualdad, que es justamente uno de los factores contra los que luchó su padre, y de la falta de educación?
-Ojalá yo supiera. No soy un politólogo, pero si te fijas, la mayoría de los países menos subdesarrollados, menos injustos, que han logrado un bienestar más grande, con excepción tal vez de Estados Unidos y de Francia, no son regímenes presidenciales sino parlamentarios. Un régimen parlamentario permite sacar del poder a quien lo está haciendo mal en cualquier momento de su mandato. Nosotros, no. Queremos una especie de virrey temporal por cinco años, o por cuatro, y muchas veces esos líderes intentan perpetuarse en el poder y cambiar la Constitución. Todavía seguimos creyendo que nos salvará un cacique supremo. Esa tradición, la del hombre salvador, visionario, es nefasta. Como Perón, en la Argentina, que sigue siendo visto como un salvador.
-¿Pudo leer Volver la vista atrás, novela de Juan Gabriel Vásquez [ganadora del Premio Vargas Llosa] sobre la vida del cineasta Sergio Cabrera, quien precisamente estuvo en la guerrilla desde joven y la abandona? ¿Hay un diálogo entre esta novela y la suya sobre el daño que hacen las ideologías extremas?
-Estuvimos cenando el otro día. Me gustan mucho las novelas de Juan Gabriel Vásquez y las he reseñado. Pero no he leído su novela porque estoy escribiendo sobre un cura bueno, un hombre maravilloso, muy alto, de 130 kilos, que nos enseñó a ver cine y a escuchar música clásica en Medellín a muchas personas, inclusive a Sergio Cabrera. Empecé a leer su novela, pero me dije: “Esto me va a interferir con mi manera de contar y no quiero interferencias”. Luego la novela se aparta, me han dicho. Ya la leeré con gusto.
-Otra vez el tema de la bondad y su capacidad transformadora.
-Sí, yo estoy un poco harto de los curas pedófilos. Este cura se fue a vivir con mis niños y con la madre de mis hijos cuando me fui de casa. Él fue ahí a esperar un trasplante del corazón y fue maravilloso con mis hijos. Parto de la realidad, pero luego me alejo. Y sí, quería escribir sobre un hombre bueno, sobre el bien, porque es tan misterioso y tan fascinante como el mal.