Hate-reading: de lo malo también se aprende
Si bien el término hate-watching ha cobrado mayor relevancia en estos últimos años de streaming, el diccionario Merriam-Webster consigna que esta palabra surgió en 2008. La definición de su significado, según este diccionario, es mirar una película o serie para reírse de ella y criticarla. Ese es el placer. Un artículo de Alissa Wilkinson que publicó en agosto pasado The New York Times y otro escrito por Laura Marajofsky, “Te amo, te odio, dame más”, para el suplemento Conversaciones de Domingo, del 6 de octubre, en este diario, analizan este fenómeno y el hecho de que cada vez más se extiende esta práctica y se diversifican las motivaciones que llevan a alguien a sumarse a esta tendencia. Consiste en ver series que uno odia para después destrozarlas entre amigos o en las redes. También existen aquellas personas que soportan el displacer de observar interminables sucesiones de episodios para no quedarse fuera de las charlas que los verdaderos fanáticos generan sobre ellos. Esto sería algo así como “pertenecer tiene sus privilegios”, como rezaba una publicidad de una tarjeta de crédito, pero en este caso con sacrificios. Y, por supuesto, nunca faltan los pícaros que no se someten al flagelo, pero que las critican o las elogian, según las circunstancias lo requieran, como si hubieran experimentado un irrefrenable binge-watching, es decir, frenesí de maratoneo. En este caso, no quedarse afuera es la consigna.
"A diferencia del hate-watching, el hate-reading es una actividad más silenciosa, una conducta más solapada, de puñal bajo el poncho, con menos audiencia probablemente por la simple razón de que el watching hoy en día es un hábito y tema de conversación muchísimo más extendido que el reading"
Ambos artículos sobre el hate-watching me llevaron a preguntarme si existe el hate-reading. Vuelta a consultar el diccionario, y esta vez fue el Cambridge el que me dio la respuesta, aunque sin fecha de origen: leer un libro, un diario, una revista, etcétera, que uno piensa que es malo, por el simple placer de burlarse o criticarlo. Si bien no es un fenómeno viral ni está en expansión, es cierto que existe y que no son pocos los que lo practican desde tiempos inmemoriales, ya que estos textos no son producto de las nuevas tecnologías y sus influencias culturales. A diferencia del hate-watching, el hate-reading es una actividad más silenciosa, una conducta más solapada, de puñal bajo el poncho, con menos audiencia probablemente por la simple razón de que el watching hoy en día es un hábito y tema de conversación muchísimo más extendido que el reading. Casi no existe ya charla formal o informal en la que no surja la trillada “¿qué estás viendo?”, sin necesidad siquiera de aclarar a qué se refiere la pregunta.
"También existen aquellos que chequean las listas de best sellers para ver qué novela encabeza el ranking y comprarla por más que sepan de antemano que no les va a gustar. Tras leerla y confirmar lo tan temido, se regocijan en plantearse diversos interrogantes"
Sin embargo, aunque no goza de tanta popularidad, hay una mayoría silenciosa que cultiva afanosamente el hate-reading. Están quienes no se pierden las columnas de ciertos autores en diarios y revistas porque los aborrecen tanto a ellos como lo que escriben. Existe un placer morboso en leerlos para después comentar con alguien o simplemente rumiar en soledad que es increíble que fulano o mengano escriban semejantes sandeces y que encima se las publiquen. También existen aquellos que chequean las listas de best sellers para ver qué novela encabeza el ranking y comprarla por más que sepan de antemano que no les va a gustar. Tras leerla y confirmar lo tan temido, se regocijan en plantearse diversos interrogantes. ¿Qué tiene de interesante o entretenida para que todo el mundo la compre si parece escrita por inteligencia artificial? ¿O soy yo el problema? ¿Es un Nobel en ciernes y mis limitados conocimientos culturales y, sobre todo, literarios no me permiten apreciar sus méritos? Otras veces los interrogantes quedan de lado, porque es tan mala que con destrozarla con comentarios lapidarios alcanza.
De todos modos, sin intenciones de que suene a moraleja del tipo “no hay mal que por bien no venga”, es cierto que de todo siempre algo se aprende. El hate-reading enseña a separar la paja del trigo. Permite detectar aquellos errores que los autores no deben cometer, esos imperdonables en los que no deben incurrir. La crítica ayuda a contrastar, a discernir y a valorar cuando la serendipia nos bendice con un texto de buena calidad. Pero, a su vez, nos da un baño de humildad: ¿quién es uno para burlarse de aquellos textos que para muchos lectores son un entretenimiento, una compañía o simplemente un placer?