Hace 450 años, Santa Fe nacía como preludio a Buenos Aires
Juan de Garay fundó la ciudad el 15 de noviembre de 1573, a 80 kilómetros al norte de su emplazamiento actual
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Concebida como puerto y estación de intercambio, en suma, como posta logística en el sistema Paraguay–Paraná, la ciudad y jurisdicción de Santa Fe nacía el 15 de noviembre de 1573 de la proclama fundadora de Juan de Garay, rubricada por el acta ritual a orillas del río de los Quiloazas, 80 kilómetros al norte de su actual emplazamiento.
Con esta acción, el capitán vizcaíno daba un paso adelante en su plan de reocupar la cuenca resignada de hecho por España mediante la decisión de abandonar, en 1541, el fuerte de Santa María del Buen Ayre, asediado de continuo por los querandíes, para concentrar la mesnada conquistadora en Asunción del Paraguay, situada unos 1500 kilómetros aguas arriba.
Aquella decisión, instada por el veedor real Alonso Cabrera pese al íntimo desacuerdo de Domingo Martínez de Irala, habrá de significar la ausencia de huestes hispanas en la cuenca media e inferior del Paraná (salvo esporádicas incursiones) durante más de treinta años.
Irala, artífice de acuerdos tejidos con jefes de parcialidades guaraníes que así se fortalecían en sus constantes litigios internos con otros grupos indígenas, será quien asegure la pervivencia del fuerte erigido por Juan Salazar de Espinosa en 1537 y convertido en ciudad en 1541, el mismo año del abandono del Buen Ayre.
Luego, en su crecimiento, la pequeña urbe se transformará en un centro irradiante de expediciones exploratorias y fundacionales hacia el noreste (actuales estados brasileños de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná), el norte (el sistema de los Jarayes, hoy, el Pantanal), y al noroeste, donde Nufrio de Chaves fundará, en 1561, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra (llanos del actual oriente boliviano), gesta de la que participará el capitán Juan de Garay, proveniente del Alto Perú, quien ocupará en el Cabildo el cargo de regidor. Más adelante, hacia el sur, serán implantadas Santa Fe, Buenos Aires, Concepción del Bermejo y Corrientes.
La inquieta itinerancia de Garay por los caminos de la conquista lo llevará, a lo largo de su vida, del Pacífico, por el que ingresó al Perú en 1544, al Atlántico sur, en 1581, cuando luego de fundar la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires (1580), incursione al sur junto a su yerno, Hernandarias, y llegue hasta la costa de la actual Mar del Plata impelido por la ilusión de descubrir la por entonces mentada Ciudad de los Césares (en rigor, de Francisco César). Es que ese nombre se relaciona con un marino a quien Sebastián Gaboto había distinguido con el título de “sobresaliente” dentro de su armada, y al cual había instituido jefe de una de las columnas enviadas tierra adentro desde el fuerte de Sancti Spiritus (zona del actual Puerto Gaboto en la provincia de Santa Fe) para rastrear supuestas riquezas de oro, plata y piedras preciosas, imaginario que, a menudo, empujaba a los soldados a acometer búsquedas en las que dejaban sus huesos.
Pero César regresó, y reportó haber encontrado un pueblo indígena con abundantes metales preciosos, aserto coincidente con los de otros integrantes de la expedición, germen, al cabo, de una leyenda que impulsó reiteradas expediciones a la Patagonia, culminadas con invariables fracasos.
Al margen de ese espejismo, lo interesante es que el fuerte de Sancti Spiritus, destruido e incendiado por los timbúes en 1529, luego de que gran parte de sus habitantes fueran muertos durante el ataque, había sido levantado por Gaboto en 1527 en la desembocadura del río Carcarañá. Era un lugar clave desde el punto de vista geográfico, un antiguo portal de comunicación entre los nativos de las islas y las costas del gran río con pueblos indígenas del noroeste.
El navegante veneciano, imantado por versiones relacionadas con una fabulosa sierra henchida de plata (el futuro Potosí), decide incumplir su capitulación con el rey de España, que lo obligaba a navegar hacia Oriente (a las islas Molucas o de la Especiería) a través del austral paso interoceánico descubierto por Hernando de Magallanes en 1520. Pero él cambia el alto valor de las especies como preservantes y sazón de los alimentos en el mercado europeo, origen del contrato, por imaginados destellos de oro y plata en el desconocido interior de Sudamérica.
Será su perdición, porque terminará con un juicio en España y cárcel en Orán (norte de África). Pero lo que quedará plantado como hito en el terreno y los mapas del siglo XVI será el fuerte, que perdurará como referencia para los que vendrán después, más allá de su imagen de muñón calcinado.
Ese es el lugar que, en sus respectivas expediciones, tenían en foco Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba de la Nueva Andalucía (6 de julio de 1573), y Juan de Garay, creador de la ciudad y jurisdicción de Santa Fe el 15 de noviembre de 1573, luego de esquivado a medias un previo conflicto territorial entre ambos conquistadores. También coincidían sus planes: poblar un puerto (San Luis de Córdoba) para el Tucumán que gobernaba, en el caso de Cabrera; y una ciudad-puerto, en el de Garay, para luego avanzar, en ambas visiones, hacia el estuario del río de la Plata, umbral del océano Atlántico, y fundar allí la ciudad-puerto de Buenos Aires, nombre nunca olvidado desde la expedición de Pedro de Mendoza, quien, en 1536, implantara el fuerte de Santa María del Buen Ayre en el sitio que hoy ocupa la capital de la Argentina.
El conflicto entre las pretendidas jurisdicciones de Córdoba y Santa Fe, solapadas en una significativa porción del territorio por ambas reclamado, se dirimirá años después en Lima, sede del Virreinato, a favor de Santa Fe, aunque con menor alcance geográfico que el que esta última planteaba. Lo importante, en cualquier caso, es que Santa Fe se constituía en la primera ciudad-puerto de la Argentina, estación de intercambio de bienes entre Asunción del Paraguay y el Perú, además de las ciudades en lento desarrollo del centro oeste y el noroeste, incluidos Chile y el Alto Perú.
Garay, que nunca perderá la ilusión de hallar la mítica ciudad de los Césares, con los pies posados en la realidad advierte que la verdadera riqueza de esta región estaba en su tierra de pan llevar, en los intercambios con otras ciudades embrionarias a través de la apertura de caminos para que hubiera entre los pueblos “trato (comercial) y conversación (social, institucional y militar)”; en el avance hacia el Atlántico (a través de la fundación de Buenos Aires) para refrenar la ambición expansiva de Portugal, y, a la vez, acortar y potenciar la comunicación con España mediante una vía de mejor navegación y menores costos de fletes y trasbordos.
Además, aunque no fuera el designio primero, quizá sin darse cuenta, junto a Cabrera estaban poniendo los cimientos de la futura Región Centro de la Argentina, conjunto (incluida Entre Ríos) que hoy produce alrededor del 20 por ciento de nuestro PBI. Hace 450 años.
Miembro de número de la Junta Provincial de Estudios Históricos y del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe; miembro correspondiente en la provincia de Santa Fe de la Academia Nacional de Periodismo