Había una vez… Netflix, Disney y la magia de narrar
Días atrás se cumplieron 10 años del estreno de una serie menor, una coproducción de Netflix con Noruega protagonizada por el histriónico Steven Van Zandt. Algo inadvertida en aquel momento, resultó un hecho trascendente: Lilyhammer, en 2012, representó el comienzo de las producciones originales del popular servicio de streaming; una década de billonarias inversiones en generar series y films propios que popularizó los atracones (binge-watching) con la pionera y adictiva saga política House of Cards. Aquella marca de origen de una territorialidad más allá de los Estados Unidos puede verse hoy una clave de su éxito: además de las novelas latinas (Café con aroma de mujer o Rebelde Way), los populares “doramas” y producciones asiáticas, especialmente las coreanas como El juego del calamar o ahora mismo Estamos muertos representan una mirada audaz y global. El giro de Netflix es simbólico y visible en la evolución de su cotización bursátil a lo largo de los años, pandemia mediante. Repasemos: distribuían DVDs en los hogares y competían con los videoclubes, luego se convirtieron en una empresa tecnológica a través de su revolucionaria experiencia de usuario para el servicio de streaming por suscripción, reinstalaron la idea de pago-por-contenido y hoy son una acaudalada y prestigiosa power-house productora de contenidos audiovisuales liderada por Ted Sarandos, en competencia por los próximos Oscar con Dont Look Up. Un estudio que no se preocupa (o no tanto) por la venta de entradas de cine, el año pasado gastó unos 14.000 millones de dólares en esos “originales” y tiene en la cantidad de horas vistas de un lanzamiento la nueva medida del éxito. Desde Los Gatos, California, a mitad de camino entre las colinas de Hollywood y el Silicon Valley, su N roja e convirtió en un símbolo cultural de las primeras décadas del siglo XXI.
Este miércoles la gran máquina narrativa del siglo XX, Disney, hizo un anuncio llamado a no pasar inadvertido y que quizás recordemos en una década como un primer paso, también en California, en el valle de Coachella, y promete ser el primero de varios: bautizado “Storyliving by Disney” es un idílico complejo de viviendas en las que la magia narrativa de la empresa auspicia una nueva mutación. De crear y animar personajes con el trazo de su creador Walt, a reinterpretar clásicos infantiles y popularizarlos globalmente para el cine (Blancanieves, La Cenicienta) y luego expandir esas experiencias lúdicas en parques de diversiones, en el último año lanzaron globalmente un robusto servicio de streaming alrededor de las propiedades y franquicias más populares (sus propias princesas pero sobretodo los superhéroes de Marvel y las criaturas de Star Wars). No es suficiente con contar historias: en el anuncio de esta semana, se proponen convertirlo en un estilo de vida que combina deportes náuticos con entretenimiento. Mientras las grandes empresas tecnológicas (Microsoft, Facebook) redoblan su apuesta tratando de convertir el entorno digital nacido con Internet en un universo paralelo bautizado metaverso, la empresa de contar historias, no con menos ambición, busca trasladar su magia de las fantasías a la vida cotidiana. El experimento ya lo habían intentado a comienzos de los 90, tuvo problemas con los desarrolladores inmobiliarios, y ahora vuelve recargado en forma de idílica comunidad, entorno natural y la promesa del “toque mágico”.
Grandes relatos… y pequeñas historias. También esta semana, el escritor y académico catalán Jordi Carrión reflexionaba sobre los límites y las nuevas expresiones de la literatura: de los hilos de Twitter a las frases de autoayuda, las narrativas aprovechan las posibilidades y lenguajes de las redes donde operan. Podemos agregar los breves clips de TikTok o los posteos más ocurrentes. Desde el Washington Post, el autor (que acaba de publicar Membrana y Todos los museos son de ciencia ficción, donde ensaya cruces entre la novela y la no ficción) repasaba los formatos de publicación actual y evocaba la desaparición del programa Flash, popular a fines del siglo pasado, y con él de todas las animaciones e hipertextos construidos sobre ese software. No hubo obituarios para una de las promesas de la e-literatura pero Carrión nos aporta una mirada más amplia: “Las dos horas nocturnas que pasamos viendo la tele o Netflix se han vuelto el tiempo excepcional, el paréntesis de ese continuo que ocupamos viendo vídeos o stories, leyendo posts o correos, publicando fotos o respondiendo whatsapps”. Un nuevo conflicto de nuestra vida y las fronteras narrativas de no-ficción. ¿Será ese otro “storyliving”?