Guerra a Javier Milei: el desafío que saca a Juntos por el Cambio de su zona de confort
El auge del diputado libertario interpela a la coalición opositora, que priorizó su unidad formal antes que construir un puente que reconecte con sus votantes; los riesgos reales de una fractura
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Contra Cristina era más fácil. Juntos por el Cambio sobrevivió a la pérdida del gobierno, a la pandemia, a dos años en el llano y a un sinfín de viejos rencores porque los une la percepción de una misión superior: impedir una hegemonía populista de la última encarnación del kirchnerismo.
La energía puesta en que una coalición tan diversa no explote por los aires sin el aglutinante que ofrece el poder postergó el debate sobre la identidad, la autocrítica sobre qué falló en el gobierno de Mauricio Macri y la formulación de la propuesta para reconquistar una mayoría social en 2023. Pareció un acto de imitación inconsciente de Alberto Fernández, que se pasó dos años sin tomar decisiones económicas para no someter al peronismo unido al incordio de sus profundas diferencias.
A Fernández el dispositivo del Frente de Todos le estalló con la derrota electoral de 2021 y la enmienda total de Cristina Kirchner a las políticas de Martín Guzmán, coronadas por el acuerdo con el FMI. Para los opositores, el momento de la verdad se aceleró con el triunfo y con la irrupción incómoda, en paralelo, del fenómeno antisistema de Javier Milei.
Primero menospreciado, luego temido, ahora quizás sobredimensionado, Milei actúa como una retorcida voz de la conciencia del principal bloque opositor. Su ascenso en las encuestas nacionales no solo se explica como un emergente del pesimismo social exacerbado que distingue a esta época, sino también como un castigo persistente al fracaso de Macri y sus aliados en ejecutar una agenda reformista liberal capaz de resolver las enfermedades que arrastra el sistema económico y productivo argentino.
Milei ocupa un lugar vacante con su ultraliberalismo a los gritos. Promete dinamitar el Banco Central y eliminar los impuestos. Inventa la épica del ajuste como respuesta al desencanto y convierte a todos los políticos en “casta”, sin matices.
El suceso de ese mensaje, recubierto por una puesta en escena violenta y hostil hacia cualquier modalidad de acuerdo, sacó a los empujones a Juntos por el Cambio de su zona de confort. Expuso a sus numerosos líderes en potencia a la fastidio de definirse.
Es sintomático que el primer mensaje común que firman los integrantes de la cúpula de la coalición en un buen tiempo haya sido para cerrar la puerta a la incorporación potencial de Milei, a quien acusan de ser “funcional al kirchnerismo” en un plan para desunirlos.
Declararle la guerra a Milei es una forma de negación que duró poco. Patricia Bullrich, que llegó tarde a la reunión del miércoles en la que se decidió el bloqueo al diputado libertario, reaccionó un día después con furia: “¿Qué somos conservadores? Me sentí avasallada, no me dejaron hablar”.
Ella es quien más cultivó el diálogo con Milei y quiso desarmar la idea de que se había alcanzado un consenso. Clama que se cometió “un error político inmenso”. Concuerda con muchas de sus ideas económicas y políticas. Lo ve como un aliado que podría ser clave para su proyecto presidencial. Y sintió el comunicado como una operación de los radicales y de Horacio Rodríguez Larreta para atarle las manos.
Macri había participado de la discusión interna sobre cómo marcarle un límite a Milei -aunque también se sentó tarde a la mesa-. “Para que nos preocupamos tanto por él, si él ya dijo que no quiere estar acá”, minimizó. Pero aprovechó para pasar una factura a quienes considera “demasiado blandos” para la etapa que viene: dijo que había muchos ahí dentro que siguen pensando en un Estado “que te cuida” y que no entienden el reclamo de su electorado por encarar reformas de calado.
En verdad, a Macri le cae bien Milei aunque considera extremas muchas de sus propuestas. Alguien ha definido al economista como un Macri sin filtros y al expresidente le hace gracia. Le otorga el mérito de haber “corrido la cancha” en el debate público. Que se hable de ajuste fiscal, de bajar impuestos y de no emitir moneda es, en su visión, algo muy positivo. Pero no desconoce que si el ascenso de Milei pudiera beneficiarlo en términos discursivos, lo amenaza en su capacidad electoral. Pelen por los mismos votos.
Larreta, en cambio, descree del efecto positivo de Milei. El alcalde porteño se estancó en las encuestas (en zona alta, es cierto) ante opciones más combativas, como son Bullrich, Milei y Macri. Pero suele decir que, pase lo que pase, no está dispuesto a cambiar su perfil moderado –aunque busca una palabra más sexy para definirlo-. “Si la sociedad quiere votar un Bolsonaro no seré yo el presidente”, le han oído decir. Está convencido de que Milei se equivocó feo al anunciar su candidatura presidencial con un año y medio de anticipación. “Hoy su activo es la sorpresa. En 2023 se lo va a percibir como un político más de los que él denuncia. A su campaña le sobra un año”, señala una fuente cercana al jefe porteño.
Los radicales y Elisa Carrió también se plantan ante Milei y el daño que provoca puertas adentro. “Hizo que muchos de nosotros salieran del closet y pidan dolarización, idealicen a Menem y planteen un ideario de extrema derecha que no encaja con nuestra historia”, explica uno de los líderes del radicalismo.
En la reunión de cúpula fue Martín Lousteau -aliado radical de Larreta- uno de los principales voceros del “pacto de buenas prácticas” con el que Juntos por el Cambio intentó marcarle un límite definitivo a Milei. En esa cruzada no se distingue de su enemigo interno, Gerardo Morales, el hombre que colecciona sospechas por su cercanía con Sergio Massa.
Riesgo sistémico
Cualquier acuerdo es precario en la coalición opositora porque a medida que se acerca el proceso electoral de 2023 se debilita la soga identitaria del antikirchnerismo y asoman las profundas diferencias de criterio sobre qué modelo de país ofrecer y con qué estrategia salir a pelear una nueva oportunidad en la Casa Rosada.
Por ejemplo, ¿cuánto peronismo está dispuesto a asimilar un próximo gobierno de Juntos? Macri y Larreta disienten abiertamente en este punto. El expresidente se mofa de la vocación del jefe porteño de hacer un gobierno “con el 70%”, es decir que incorpore a un sector del peronismo para hacer más sostenibles su plan económico. Lo ve como una señal de debilidad que bloquearía cualquier reforma en serio.
Larreta machaca con que no hay manera de enfrentar con éxito la situación endiablada de la economía argentina sin terminar con la grieta política y dar una señal de continuidad clara. “En 2017, con la mitad más uno sacamos en medio de los piedrazos la reforma previsional. A los cuatro meses estábamos en crisis. No sirve. Hay que probar otra cosa”, señalan en su entorno. El número del 70% es simbólico: no es todo; en el 30% que queda fuera está el kirchnerismo. Y Massa también, ha aclarado Larreta en reuniones recientes.
Otra incógnita: ¿pueden convivir en un mismo bloque que se propone gobernar el liberalismo extremo y la mirada de centroizquierda que defiende un sector de la UCR? ¿Qué dosis del discurso antiestatal en boga puede tolerar un programa económico que sea defendido por el Pro, la UCR y la Coalición Cívica?
El temor que empiezan a verbalizar algunos integrantes de Juntos por el Cambio es que -en buena medida a raíz del efecto revulsivo de Milei- terminen por delinearse dos bloques bien marcados. De un lado, la derecha liberal -Macri, Bullrich y otros- que estaría abierta a aliarse con Milei, ya sin resabios de “socialdemocracia culposa”, como describen despectivamente en ese sector algunas ideas de Larreta, de Carrio y de los radicales. Del otro, quienes apuestan a un modelo dialoguista, que también promueven una política de shock para enfrentar los desafíos económicos, pero creen que se requiere una conducción desde el centro para evitar otro fracaso.
La hipótesis de la fragmentación electoral opera en un juego de espejos con el oficialismo, que se encamina a la fractura definitiva entre la resistencia cristinista y los que aún sostienen al Presidente.
Un kirchnerismo que se resigna a la derrota nacional en 2023 alienta a aquellos que en la oposición ubican la identidad delante de la unidad. Con el sistema roto, razonan, se puede ganar con el 20% y un buen ballottage. Una reproducción de la ultrafragmentación que ya se vivió en Chile o en Perú recientemente.
La construcción opositora avanza entre esos dilemas, enredada en los cálculos. Alimenta, sin desearlo ni notarlo, a su bestia negra, Milei, que los acusa a diario de ser una elite más preocupada por disputar posiciones de privilegio que por hablarle a una sociedad ahogada por la crisis interminable.