Gubernamental, pero no pública
A falta de un perfil estable, la TV estatal fue presa de los distintos mandamases
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Los que prestan atención al zodíaco consideran clave la carta natal y plantean la alineación de los planetas como determinantes de la personalidad de una persona.
Si hay que aplicarle el mismo método a Canal 7, habrá que decir que tanto en las contracciones previas a su nacimiento como en su mismísimo parto lo político estuvo presente. Demasiado presente.
La “señal de ajuste”, en los días previos a su lanzamiento fue la foto tan célebre de Eva Perón, con el pelo tirante y su rodete característico. Y cuando vio la luz por primera vez, las cámaras apuntaron directamente hacia el balcón de la Casa Rosada en la que Perón y Eva se dieron ese abrazo tan icónico que el peronismo atesora entre sus estampas más preciadas.
Paradójicamente, en su etapa más hegemónica –no había ningún otro canal que le compitiera entre su fundación, en 1951 y la aparición de los canales privados en 1960– no fue tan político, tal vez porque Perón, como sus colegas de la época (Roosevelt, Getulio Vargas, etc.) se sentían más a gusto dirigiendo sus mensajes por la radio. La TV no dejaba de ser una sofisticación para pocos en esas horas iniciales.
"Su derrotero en todas estas décadas nos habla de su nula planificación y la total ausencia de una política de Estado para dotarla de un perfil definido y estable a través del tiempo"
Luego, su derrotero en todas estas décadas nos habla de su nula planificación y la total ausencia de una política de Estado para dotarla de un perfil definido y estable a través del tiempo. Bien argentina, la TV Pública ha fluctuado, en toda su historia de 70 años, entre algunas páginas memorables y otras francamente olvidables.
"La ausencia de un estatuto que le fijara un rumbo coherente a lo largo del tiempo hizo que fuera presa fácil del mandamás de turno"
La sobriedad y su inclinación hacia contenidos más culturales fue su marca hasta los años 70. Después, como sucedió en otros tantos ámbitos de este país, comenzó el derrape. O saltó la brújula y perdió el rumbo de su razón de ser. Porque, por ejemplo, cuando el experimentado productor Carlos Montero se puso al frente de su programación, en plena dictadura militar, no se puede negar que armó una propuesta muy competitiva, tan es así que por momentos logró liderar la audiencia, algo que nunca más ocurrió. Pero se trataba de una programación popular y comercial a imagen y semejanza de una emisora privada, no del Estado.
La ausencia de un estatuto que le fijara un rumbo coherente a lo largo del tiempo hizo que fuera presa fácil del mandamás de turno, en las antípodas de sistemas públicos internacionales de gran prestigio como la británica BBC, la japonesa NHK o la norteamericana PBS.
En la plataforma preelectoral del radicalismo, en 1983, se había esbozado la idea de convertirlo en un canal público no gubernamental, y si bien durante el gobierno de Raúl Alfonsín no fue partidizado, de todos modos sufrió distintos vaivenes y lo peor es que no se formalizó en los papeles (vía ley del Congreso) cómo debía manejarse desde entonces y para siempre.
Si ya había sido pasto del lopezrreguismo en los turbulentos años 70; si los militares la usaron para agitar sus propias banderas (particularmente durante la guerra de las Malvinas); si el menemismo dejó hacer a sus amigos (con Gerardo Sofovich a la cabeza) hay que llegar a la conclusión de que, después de todo, sí hay una coherencia: la de que no se trata de una emisora pública, sino gubernamental.
El kirchnerismo no se conformó con que Canal 7 fuera nada más que oficialista. Buscó algo más: que fuera fervientemente militante. Y lo consiguió, a partir de 2009 y hasta pocos días después de la llegada de Mauricio Macri al gobierno, en 2015, con 678, un magazine panfletario que bajaba línea diariamente en el prime time televisivo contra la oposición, los medios de comunicación y los periodistas críticos. El formato contaba con invitados, panelistas e informes bien cargados, entre humorísticos y pendencieros contra todo aquello que osara desafiar al gobierno. El recurso resultó tan exitoso, no en rating, sino en enfervorizar a la propia tropa, que se amplió en miniediciones entre el primer y el segundo tiempo de partidos del muy visto Fútbol para todos, cuyos comentaristas también solían intercalar consignas favorables hacia el oficialismo. En esos tiempos, no faltaba el intelectual de Carta Abierta que justificara tales envíos como una réplica a señales como TN, pretendiendo equiparar así a un canal de cable con llegada mucho más limitada que una emisora de aire que se ve en todo el país como Canal 7, y poniendo en un pie de igualdad a una televisora privada (en este caso del Grupo Clarín, que fija su línea editorial), con una emisora pública que, como tal, debe representar la diversidad de una ciudadanía de múltiples colores políticos, no solo de uno. Esa confusión premeditada se naturalizó al punto de que no hay mayores reclamos de la sociedad ni contralor legislativo. Nos hemos acostumbrado a que las cosas sean así y ya nadie reclama nada. En todo caso el castigo viene por el lado de un rating mustio y la nula repercusión de la mayoría de sus programas. Obviamente, el encendido crece cuando en esa pantalla se programan partidos de la selección nacional de fútbol o cuando se transmiten competencias internacionales de otros deportes en las que se ponen en juego los colores celeste y blanco.
Sin la potencia militante ultracristinista de fines de 2015, la llegada al poder de Alberto Fernández no le devolvió a la TV Pública esa impronta estentórea, pero con perfil más bajo abraza las posturas gubernamentales. Tiene en Desiguales una versión de más bajas calorías que 678, muestra a la inflación como un fenómeno mundial y es muy cuidadosa al abordar la invasión rusa a Ucrania. Los políticos de la oposición aparecen en su pantalla a cuentagotas.