Graciela Fernández Meijide: “El peor error de la Alianza fue no salir de la convertibilidad a tiempo”
La exministra repasa el fracaso que llevó al estallido de 2001; la renuncia de Chacho Álvarez, con quien ya no se habla, los errores políticos y las consecuencias de una crisis de la que la Argentina nunca terminó de salir
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“La convertibilidad, que había sido la salvación para Menem, fue un lastre para la Alianza”, dice Graciela Fernández Meijide (1931) en su departamento del barrio de Belgrano. Sabía entonces que el escenario que debía afrontar la coalición de gobierno era complicado, pero nunca imaginó la escalada trágica y el desenlace de diciembre de 2001, del que en estos días se cumplen 20 años. Tampoco la renuncia a la vicepresidencia, a 10 meses de haber asumido, de quien hasta entonces había sido su amigo y compañero de militancia, Carlos “Chacho” Álvarez.
La experiencia traumática, política y personal, que comenzó primero con la renuncia Álvarez a la vicepresidencia; y luego, al Frepaso -el partido que crearon juntos y que para muchos encarnó la esperanza después del menemismo- selló su alejamiento definitivo de la política partidista. “El principio del fin de la ilusión comenzó con un hecho puntual: la renuncia de Chacho. Y cuando luego Chacho renuncia al partido, yo dije: ‘Basta para mí’”, recuerda Fernández Meijide. La dimisión y el alejamiento de una figura a la que además admiraba por su capacidad de análisis fue parteaguas “dolorosísimo” que derivó en una fuerte depresión, el regreso a la terapia y la escritura como una forma posible de rescate personal. En el libro “La Ilusión”, Fernández Meijide ensaya una severa autocrítica, sin rodeos ni justificaciones, sobre el devenir de esos tiempos tumultuosos de los que ella fue protagonista y parte comprometida.
Su desembarco en la Alianza como ministra de Desarrollo Social, rememora, estuvo ligado “a dos fracasos anteriores”: perdió la interna con De la Rúa que definió quién encabezaría la fórmula presidencial; y perdió luego frente a Carlos Ruckauf la batalla por la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Así llegó a un ministerio “gigantesco” que agrupaba una infinidad de secretarías bajo su órbita. Y en ese cargo se mantuvo hasta que se fue del Gobierno, en marzo de 2001, 10 meses antes de la renuncia del Presidente. Cuando se desataron los sucesos trágicos del 19 y 20 de diciembre, Fernández Meijide, que se encontraba en Uruguay visitando a una amiga, volvió rápidamente a la Argentina.
En diálogo con LA NACION, la profesora de francés que llegó catapultada a la política partidaria desde la militancia en derechos humanos, a raíz de la desaparición de su hijo Pablo, recorre la trama de aquellos años y reflexiona sobre el legado de 2001.
-¿Cómo recuerda su desembarco en el gobierno de la Alianza?
-Empezó con dos derrotas mías previas. Una, la interna con De la Rúa, porque había un sector del Frepaso ligado más que nada a la provincia de Buenos Aires que me había acompañado en el triunfo del 97 que no quería que De la Rúa fuera el Presidente sin internas. Entonces, se hicieron las internas, ganó De la Rúa y esa fue mi primera elección perdida. Y después, en el 99, perdí la gobernación en manos de Ruckauf.
-De la Rúa quería que usted lo acompañara en la fórmula como vicepresidente.
-Él quería a toda costa que yo lo acompañara, pero había un problema que discutí con Chacho: no teníamos nadie que diera la batalla en la provincia de Buenos Aires con alguna chance de ganar porque todos medían mucho menos que yo en este distrito; y era como regalarle a Ruckauf las elecciones. Y la otra cuestión era que Chacho quería ser vicepresidente. Hablamos mucho con él de este tema.
-¿Qué fue lo que conversó exactamente con Álvarez?
-Recuerdo que le dije que él no servía para un gobierno bifrontal. “Acá el presidencialismo es muy fuerte y el vicepresidente prácticamente no existe. En el Senado vos te vas a encontrar con excompañeros que no te la van a hacer fácil. Pero además, ¿por qué no hacés una cosa diferente? ¿Por qué no vas vos de candidato a jefe de Gobierno y yo candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires? Si nos va bien, seguimos extendiendo territorio como Frepaso, más allá de que sigamos cumpliendo nuestro compromiso con la Alianza”. Y le sugerí poner a (Aníbal) Ibarra como vicepresidente. Él me dio un argumento muy fuerte, que era que la Alianza no tenía institucionalidad. Me dijo: “Que vayan en la fórmula los jefes de los dos partidos da el mensaje de que eso está armado para no romperse”. Lo cierto es que yo perdí la gobernación por cuatro o cinco puntos y me ofrecieron ser ministra de Desarrollo. Cuando llegamos, nos encontramos con que la deuda y el déficit fiscal eran mucho mayores de lo que había declarado Menem y además, claro, estaba la convertibilidad. La Convertibilidad, que había sido durante un tiempo un eficaz programa de estabilización, ya entonces era un artefacto explosivo. Incluso a pesar de las consultas con economistas muy críticos de la Convertibilidad, ninguno recomendó salir de ella. La convertibilidad, que había sido la salvación de Menem, empezaba a ser un lastre para la Alianza. Ahí hubo discusiones y nadie se animó a decir: “Salimos de la convertibilidad”. Por lo menos, no recomendaron salir. Algunos eran más ortodoxos, otros más heterodoxos, pero ninguno puso por escrito que saliéramos. ¿Por qué? Porque la gente no solo se había endeudado en dólares -sobre todo la clase media, que eran nuestros votantes- sino que tenía depósitos en dólares.
-Además, la Alianza había hecho campaña diciendo que la iban a respetar, a diferencia de la fórmula Duhalde-Ortega.
-Totalmente. Pero podíamos haber hecho lo mismo que hizo Menem: “Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me hubieran votado”. Entonces, eso se cumplió a rajatabla. En mi caso, me tocó gestionar un ministerio monstruoso que tenía bajo su órbita decenas de secretarías y organismos (Medio Ambiente, PAMI, el Menor y la Familia, las jubilaciones no tradicionales, Deportes, etc). Cuando llegué no tenía un peso en la caja. El funcionario anterior había recorrido oficina por oficina con una computadora dando subsidios a lo pavote. Te doy sólo un ejemplo: me encontré con una óptica con 17 subsidios diferentes. Además, había sido la secretaría para hacer política: se subsidiaba a los políticos y se subsidiaban los viajes de los políticos.
-¿Cómo veía usted la convivencia al interior de la Alianza entre fuerzas, estilos, tradiciones y agendas distintas? Me refiero al radicalismo conservador, el radicalismo alfonsinista y el Frepaso.
-En general, la gente del Frepaso nos llevábamos bien y con muchos radicales, también. El problema que tenía De la Rúa era con un sector del radicalismo que no lo apoyaba. Le había concedido a ese sector el nombramiento como ministro de Economía de José Luis Machinea, porque si por él hubiera sido, de entrada hubiera ido con Adalberto Rodríguez Giavarini o Ricardo López Murphy. Él estaba más a su gusto con ellos. Yo no percibía tanto la tensión entre los radicales, aunque sabía que se producía alrededor del Presidente y del radicalismo. Pero una parte del partido radical, el aparato del partido radical no lo acompañaba, lo cual es muy malo y su procedimiento es muy hipócrita lo haga quien lo haga con respecto a la sociedad a la cual le pedís el voto.
-¿Por qué dice que es hipócrita?
-Porque le decís a la sociedad que vas a trabajar para ella y después trabajás para interferir al Presidente. Ese poco apoyo del radicalismo y las dificultades que de entrada se vieron que iba a haber empezaron a meterle más inseguridad a De la Rúa, que era dubitativo. Le costaba tomar una decisión, la pensaba mucho. Y se rodeó de su gente. Lo cierto es que empezamos con un ajuste que se discutió tres semanas. Lo primero que propuso José Luis (Machinea) fue bajar el sueldo de los empleados públicos nacionales, que en total era el 10% de todos los empleados de todo el país. Me acuerdo los títulos catástrofe de los diarios: “Ajustazo”. ¿Quién no tenía a algún familiar que no fuera empleado público en los diarios?
-¿Cuándo, en lo personal, empezó a disiparse esa esperanza inicial? ¿Hubo algún hecho puntual o fue un proceso?
-Hubo un hecho puntual muy fuerte para todos, que fue la renuncia de Chacho. Chacho tenía una responsabilidad institucional: era el vicepresidente elegido por los ciudadanos y el jefe de uno de los dos partidos que formaban la coalición de gobierno. Su decisión hirió de muerte a la Alianza y destruyó un espacio y una fuerza que habíamos construido muchos durante 10 años.
-¿Cómo se enteró usted de la renuncia?
-A los 10 meses de haber empezado, un buen día yo iba para el ministerio, me llama por teléfono Juan Pablo Cafiero, un compañero nuestro, y me dice: “Renunció Chacho”. Yo empezaba temprano con una conferencia de prensa frente a periodistas especializados porque habíamos hecho un acuerdo con el INTA. Pero si se difundía la noticia de que Chacho había renunciado, me iban a preguntar sobre eso. Entonces le digo: “Chacho, suspendo la conferencia de prensa”. “No, no, no. Andá adelantándolo”. Le digo: “¿Nos vamos todos? ¿Se va el partido?”. “No, me voy yo solo”. Salió con la denuncia de que había recibido un anónimo diciendo que había habido soborno para conseguir que se votara la ley de reforma laboral, para lo cual había trabajado mucho (Alberto) Flamarique, con apoyo de (Rodolfo) Daer. Moyano estaba en contra. Suponiendo que hubiera habido sobornos, cosa que hasta el día de hoy yo no sé, no se hace con una tarjeta Banelco porque quedan pruebas. Como sea, él se fue y jugó a todo o nada la suerte de la Alianza. La lucha contra la corrupción había sido una de nuestras banderas en la campaña y era un compromiso firme. Nosotros habíamos hecho campaña La corrupción en la Argentina no había empezado ni iba a terminar con las coimas en el Senado.
-Él dijo que no quería estar en “un gobierno de corruptos”, pero todos los del Frepaso se quedaron.
-Por supuesto. Además, él quiso volver unos meses después como jefe de Gabinete. Y por otro lado, nosotros habíamos crecido denunciando la corrupción de Menem. ¿Podíamos imaginar que porque llegábamos nosotros de un día para otro se arreglaba todo? Había que trabajar para eso. Con la ida de Chacho empecé a sentir que todo se complicaba. Incluso Alfonsín lo quiso disuadir. Cuando fui al departamento de Chacho para que me explicara, habían juntado un puñadito de gente en la calle y me encontré un micrófono en el balcón. Cuando vi eso dije: “¿Pero qué se cree Chacho, que es Perón y que va a volver por aclamación? Entonces lo primero que le dije es: “Chacho, explicame. Y además, ¿Vos pensás hablar desde el balcón?”. “No, no, no. ¿Quién puso eso en el balcón?”. Y alguien lo sacó. La cuestión es que a partir de ahí seguimos manejando las cosas lo mejor que podíamos.
-En La Moneda en el aire, Pablo Gerchunoff, que fue jefe de asesores del Ministerio de Economía durante la Alianza se arrepiente de su renuncia en medios de una crisis. Dice que cuando uno está en un equipo y hay una crisis, la renuncia no es una posibilidad: “Renunciar es un acto de soberbia”, reflexiona. ¿Cómo calificaría de renuncia de Chacho? ¿Fue un acto de irresponsabilidad, de soberbia, de traición?
-No lo sé. A Chacho le empezó a pasar algo que creo que a él lo sacudió mucho. Él seguía con el gusto de caminar por la calle, que la gente lo saludara y conversara con él para alimentar su ego. Pero eso empezó a cambiar y lo paraban para decirle “¡¿Qué están haciendo?!” Ahí empezó a darse cuenta de que lo iban a reputear. De la Rúa ya estaba hablando con Cavallo para traerlo al Gobierno y cuando Machinea se enteró me dijo: “Yo no voy a permitir que me pase de nuevo lo que me pasó con Alfonsín. Yo presento la renuncia”. De la Rúa tuvo que convencerlo a López Murphy para que agarrara Economía porque no quería, estaba cómodo en Defensa. Al final, aceptó el ministerio y duró unas semanas, porque además, lo primero que hizo fue reducir gastos en educación. Y yo dije: “¿Qué estoy haciendo en un gobierno que reduce justo los gastos en educación?”. Dije: “Yo me voy”. Se fue Storani y se fueron otros. Después Chacho le presenta la propuesta a De la Rúa de ser él jefe de Gabinete y Cavallo, al principio, presidente del Banco Central. De la Rúa estaba encantado con Cavallo y le dice que no a Chacho. Al final, Cavallo termina siendo el ministro de Economía y Chacho renuncia al partido. Cuando renuncia al partido yo ahí dije: “Basta para mí, yo no quiero saber más nada con la política partidaria”. El Gobierno se debilitaba a varios kilómetros por hora.
-¿Dónde estaba usted el 19 y 20 de diciembre?
-Estaba en Uruguay, en casa de una amiga. Yo me había ido del gobierno en marzo de ese año pero cada tanto él me llamaba para pedirme consejos sobre algo. En el último encuentro que tuve con De la Rúa, meses antes de su salida, me llevé escrito algo y sugerí algunas cosas: rodearse de los mejores políticos con los que tuviera confianza, llamar a un encuentro general para hacer un gobierno de unidad nacional y convocar a empresarios, a la Iglesia, etc. En ese momento Casaretto con Cáritas y otros estaban armando una Mesa de Diálogo.
-¿Por qué no escuchó eso?
-Porque no se lo bancó. Me contestó: “El peronismo me va a decir que no”. “Y bueno, supongamos que el peronismo te diga que no. Si tu propuesta está bien pensada, es generosa, apunta a querer salvar al país de la crisis y es pública, la hacés por cadena nacional, los que van a quedar expuestos y con el problema son los peronistas, después veamos qué pasa”. Fue a la reunión convocada por Carmelo Angulo Barturen y Jorge Casaretto, la gente lo había abucheado antes de entrar, eso lo puso de mal humor, no tenía ninguna paciencia. Escuchó dos minutos y se mandó a mudar. No escuchó nada y se fue. Otra recomendación que yo le había hecho, que terminó haciéndolo Chiche Duhalde, fue que el dinero que había para asistencia social en el Ministerio de Desarrollo Social se ocupara de que se repartiera a los niños en edad escolar de las familias más sumergidas. Y la otra propuesta era que cambiara de jefe de Gabinete. En lo personal yo no tenía nada en contra de Chrystian Colombo pero necesitaba un jefe de Gabinete que hablara con los gobernadores, que hablara con todo el mundo todo el día. No tomó ninguna de las propuestas. Y yo ahí me dije: “Basta, se acabó, me voy a la mierda. No vuelvo nunca más aunque me llame”.
-La historia ya es Historia. ¿Pero qué cree que el Gobierno no vio o subestimó?
-Yo creo que se subestimó un cálculo que había sido hecho el IPA, el instituto en el que estaban Guillermo Rozenwurcel, Arnaldo Bocco, Oscar Quatromo. Habían analizado todos los escenarios y una de las posibilidades, la de no salirse de la convertibilidad, era la del estallido, y la describían. Fue lo que pasó. Pero, al mismo tiempo, nadie se animaba a salir de la convertibilidad. Para responder a tu pregunta, hoy, con la perspectiva que da el tiempo, uno podría decir que el peor error fue no haber salido de la convertibilidad a tiempo.
-Después de su salida y del desenlace final usted queda sumida en una depresión brutal.
-Estaba muy mal. Me empecé a analizar de nuevo y empiezo a escribir. Escribir me salvó porque fue un desahogo. Me ayudó mucho (Vicente) “Tito” Palermo en eso porque yo escribía, peloteaba con Tito y me obligaba a pensar en el por qué. No eran sólo mis impresiones sino que tenía que buscar datos, investigar, sistematizar. Al final, salió un libro, para mi gusto, bien hecho. Aunque fue un libro doloroso, muy doloroso.
-¿Nunca más habló o se vieron con Chacho?
-No. Yo lo quería mucho y por eso me dolió tanto. Y lo admiraba porque él tenía una gran habilidad para analizar la política. El problema suyo era la construcción, porque ahí se aplica el ensayo de Freud: “Los que fracasan al triunfar”. Eso se ajusta a Chacho. Chacho no se bancaba tener éxito, lo saboteaba. Avanzaba, construía un poco, se daba vuelta, caminaba y con el talón tiraba lo que había levantado. Eso mismo aplica hoy a Martín Lousteau.
-¿Qué consecuencias cree que dejó el 2001?
-Entre otras cosas, lo que produjo el 2001 fue el ascenso de Kirchner, algo que nadie esperaba y nadie sabía ni que existía. Y el kirchnerismo hasta hoy es un hecho político. Hay mucho peronista que no le gustaba Kirchner y sin embargo se alineó y el kirchnerismo siguió creciendo. Yo haría una diferencia: me parece que Néstor Kirchner tenía más idea de cómo gobernar con mayor amplitud, a diferencia de su mujer que tiene una ideologización muy fuerte y que le impide darse cuenta de a dónde va.
-Otra consecuencia es el nacimiento del Pro. Ambas fuerzas vertebran hoy la vida política de la Argentina.
-Interesante, así es, porque el partido que peor sufrió la crisis de la Alianza fue el radicalismo. El Frepaso se desarmó, hay pedazos por todas partes, pero el radicalismo era el partido más antiguo y pagó costos enormes en lo electoral con esta crisis. Ahora, si tuviera que decir qué aprendimos, aprendimos que la economía depende de la política; y que por lo tanto, hay que pensar qué tipos de políticos tenemos.
-Recién mencionó Cristina y me resulta inevitable, ya que hablamos de Chacho, no pensar en dos estilos distintos de tramitar, como vicepresidentes, las diferencias hacia adentro.
-Creo que es diferente. Cristina le debe haber ofrecido a Fernández ser el Presidente, el del perfil moderado y le garantizó el 35 % de los votos. Chacho no podía garantizar 35% de los votos. Ella sí.
-A pesar de las tormentas, no todos los políticos deciden dar un paso al costado. ¿Su retiro de la vida política partidaria fue una decisión exclusivamente personal o creyó que además podía ser beneficioso para la vida política de la Argentina?
-En un primer momento pensé que aquellos que habíamos participado de la Alianza, con mayores o menores responsabilidades, no importa el rol que hubiéramos tenido en el armado, teníamos que retirarnos y respetar al que viniera, sea quien sea, porque iba a tener por un escenario complicadísimo. Al mismo tiempo, esa decisión hacía que me aislara de un mundo que para mí había sido mi mañana, mi tarde y mi noche. Por otro lado, no sé si lo conté alguna vez, al mismo tiempo que me retiré del Gobierno y de la política partidaria, me obligué a salir a la calle todos los días. Tenía temor porque en ese momento insultaban a todos los políticos pero me propuse salir, quería saber qué me pasaba a mí y “si tengo que explicaciones, las daré”. Por suerte tuve solo dos episodios incómodos, no agresivos. Lo que sí se notaba en mi barrio es que la gente que antes se acercaba, ahora me dejaba pasar. Al mismo tiempo empecé a preguntarme si tenía sentido entrar en un partido político. Yo había ingresado a la política partidaria de grande, tenía 60 años. En 2001 yo no era una muchacha y ya no estaba para los trajines, las disputas de cargos, etc. Así que después de todo eso, me dediqué a escribir y me dediqué a mis nietos.
-Sobre el final de esta conversación, me resulta inevitable mencionar a Carlos Auyero, una valiosa figura de la política y quien la llevó a usted a ingresar a la política partidaria.
-Me acuerdo el momento exacto en el que me avisaron de su muerte, yo estaba en Catamarca. Así como Chacho era la astucia para entender la política, y sobre todo era la seducción en el trato con la gente, Auyero tenía una inteligencia muy cultivada de la política. Yo lo escuchaba siempre y aprendía muchísimo con él. Era apasionante hablar con él. ¿Qué hubiera dicho él de todo lo que nos pasó? No lo sé. Lo que sí sé es que cuando me avisaron de su muerte lloré como pocas veces en mi vida. Y eso que he llorado.