El halo de Frida y los desafíos de la “creatividad artificial”
Un nuevo software de producción de imágenes basado en Inteligencia Artificial despertó la pregunta: ¿la tecnología mata, desafía o estimula el espíritu artístico?
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La selfie pictórica de 30x22 centímetros firmada por Frida Kahlo ya está expuesta, desde el miércoles último, en la penumbra de la capilla diseñada especialmente por el Malba para su merecida contemplación. Se trata finalmente de la adquisición más costosa para una obra de arte de América Latina: Diego y yo, el retrato en que se ve a la propia Frida con el artista Diego Rivera en el entrecejo. El magnetismo de la obra.
El asunto, más allá del récord económico y la potencia estética, tiene peso propio, pero gana perspectiva por los debates de estos mismos días en el mundo del arte.
Esta semana quedó disponible de manera pública un poderoso e impactante software de producción de imágenes basado en Inteligencia Artificial. Se trata de Stable Diffusion, que se suma a lanzamientos tecnológicos recientes como Dall-E o Midjourney, que pueden usarse en modo de prueba, gratuitos o con abonos pagos, desde hace algunos meses.
La aplicación es una traducción de texto a imágenes generadas por Inteligencia Artificial: uno escribe una frase descriptiva y en diez segundos se crea una producción gráfica
Se agregan a otros que ya venían siendo ensayados, también, en el campo de la simulación de fotografías o creación de textos (GPT-3).
La nueva herramienta Stable Diffusion es realmente fascinante para los amantes de las imágenes e ilustraciones, en este caso digitales. En detalle, la aplicación es una traducción de texto a imágenes generadas por Inteligencia Artificial: uno escribe una frase descriptiva y en diez segundos se crea una producción gráfica. No casualmente el botón que uno debe apretar se llama Dream: soñar.
Les sugiero hacer pruebas. El resultado, anticipo, depende mucho de la calidad, precisión e intención del texto del usuario que comisiona la imagen. El trabajo de la inteligencia artificial, como en los otros casos nombrados, funciona tras haber procesado ingentes cantidades de imágenes y devolver en pocos instantes una “interpretación” gráfica del texto escrito. En el caso de Dall-E 2 (sí, Dalí es el artista más simulado justamente por la marca del software) se estiman unas 650 millones de concordancias imagen-texto para su procedimiento a partir del impulso del proyecto OpenAI (cofundado por Elon Musk en la década pasada).
Desde ya, el debate excede la cuestión estética: abarca desde cuestiones legales (derechos de uso de imágenes y estilos, y hasta derechos de imagen de personalidades públicas), de negocio (estos servicios en su versión Premium son pagos) y filosóficas.
Como sugería un análisis esta misma semana, en la publicación TechCrunch, citando a diversos especialistas en ética vinculada a los desarrollos de inteligencia artificial, los riesgos son múltiples, brindando ejemplos como los videos deepfake: explotación sexual, acoso, daño…
En El País de España, también el martes, una columna llevaba como título “Es un perfeccionamiento del plagio; no tenemos ni palabra para eso”.
Se hacía eco de la preocupación de un ilustrador que advertía que la proliferación de estas herramientas que permiten crear dibujos cada vez más sofisticados ponen en peligro a toda una industria creativa.
El disparador fue una breve pieza de la revista The Atlantic que recurrió a uno de estos servicios (Midhunter, concretamente) como ilustración. ¿Mata, amenaza, desafía o estimula el proceso creativo?
Yendo más lejos: ¿se trata de arte digital?, ¿de un nuevo lenguaje, de un nuevo medio técnico, como lo fueron la fotografía respecto de la pintura o el cine? ¿O apenas un nuevo mecanismo artesanal, de una pequeña destreza técnica, encarada por máquinas?
El teórico Yuk Hui, especializado en la reflexión sobre estética y tecnología, publicó un artículo en el que repasa, desde el arte conceptual hasta el NetArt de los años noventa, las características e implicancias del “medio” digital: ¿el arte es la materialización del espíritu o la espiritualización de la materia?
Si el año 2021 estuvo impactado por el efecto masivo y las cifras millonarias de los NFT (esas piezas digitales únicas y trazables que se convirtieron en furor y que hoy cotizan muy por debajo de sus valores pico), este año el debate gira en los alrededores de estas herramientas.
La discusión sobre el impacto del machine learning y la producción estética ocupa un lugar central. Y la confluencia del arte generativo con aplicaciones de uso gratuito y masivo parecen dar lugar a una nueva categoría: la creatividad artificial, en la medida en que las actividades generadas por operaciones computacionales (bots, máquinas, softwares) van avanzando sobre actividades definidas como humanas.
El autor español Pablo Sanguinetti aportaba esta semana una nueva mirada al tema con una perspectiva de impacto ecológico sobre el desperdicio y la utilidad: ¿qué haremos con la proliferación indiscriminada de textos e imágenes cuando estas inteligencias comiencen a producir a destajo?