Cómo aprender a pensar desde la infancia
Nuevos libros buscan promover el filosofar entre los niños, con la atención puesta en los problemas que plantea la disciplina antes que en los grandes autores
- 7 minutos de lectura'
Una pregunta acompaña a la filosofía desde sus orígenes: ¿hay una edad apropiada para comenzar a filosofar? Platón y Aristóteles, entre otros, sostuvieron que es necesario contar con una vasta experiencia de vida antes de atreverse a afrontar el estudio de la filosofía. Otros, como Sócrates y Epicuro pensaron que no hay motivos para postergar el acceso a ella. Si filosofar permite vivir mejor e, incluso, avanzar en el camino hacia la felicidad, cuanto antes se inicie alguien en su práctica más beneficiado resultará.
Si pasamos a nuestro presente, se advierte cierto interés en que la filosofía llegue a un público amplio, que incluya a los jóvenes. Series de televisión como Merlí –ambientada en un colegio secundario y, por tanto, abundante en problemáticas propias de los adolescentes– o programas televisivos como Mentira la verdad, protagonizado por Darío Sztajnszrajber, reflejan este fenómeno. En lo que a libros se refiere, best sellers como Ética para Amador, de Fernando Savater o El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder fueron, hace unas décadas, emblemas de este intento de acercar la filosofía a un público juvenil.
Los textos aquí comentados, sin embargo, presentan otro tipo de propuesta. Si hubiera que ubicarlos dentro de una serie, seguramente encontrarían su lugar en aquella inaugurada a mediados del siglo XX por el filósofo norteamericano Matthew Lipman, que ideó un programa educativo para que chicas y chicos pudieran filosofar en las escuelas desde edades muy tempranas. No consisten en trabajos de divulgación filosófica escritos para ofrecer de un modo ameno las ideas de los grandes filósofos de la historia, sino que están pensados para enfrentar a chicas y chicos con los problemas filosóficos que dieron lugar a aquellas ideas, buscando que estos lectores sean capaces de construir sus propias posturas al respecto. Su objetivo no es informar sobre la filosofía, sino promover el filosofar, provocar la actitud filosófica de niños y jóvenes. La familiaridad con esta corriente no sorprende, ya que las autoras de ambos textos son profesoras de Filosofía egresadas de la Universidad de Buenos Aires que se desempeñan como capacitadoras de docentes de Nivel Inicial y Primaria en Filosofía con Niños, o “Pensar con chicas y chicos” que es el nombre con el que se conoce a esa modalidad de trabajo en las Escuelas Públicas de la Ciudad de Buenos Aires.
Filosofar desde la infancia. Y perderse en el camino, escrito por Mayra Muñoz (Buenos Aires, 1988), Úrsula Pose (Buenos Aires, 1989) y Florencia Sichel (Buenos Aires, 1989), con prólogo de Luis Pescetti, es un texto dirigido a docentes para que quieran oficiar de mediadores entre la filosofía y los niños. Su mayor desafío consiste en que en esa doble mediación (del libro y del docente) el entusiasmo por filosofar en lugar de diluirse, se amplifique. Cada uno de los tres capítulos que lo componen (“Observar”; “Buscar”; “Compartir”) está conformado por una introducción teórica, en la que se despliegan diferentes matices de los conceptos a abordar, y se completa con una serie de actividades pensadas para ser llevadas a cabo por niños o jóvenes en un contexto escolar. Así, en “Observar”, se contrapone esta acción con ver y mirar; se acentúa el valor del cuerpo como totalidad perceptiva –siguiendo al filósofo francés Maurice Merleau-Ponty–, se señala la relevancia de la perspectiva en toda observación y se recuerda la necesidad de dedicar un tiempo de calidad al observar, para que pueda surgir la filosofía. Por su parte, en “Buscar”, se caracteriza a la búsqueda específicamente filosófica, se reivindica el valor de perderse, de errar, de demorarse en una exploración y –a partir de una interpretación del texto “De las tres transformaciones” de Friedrich Nietzsche– se acentúa el papel del juego creativo en la infancia. Finalmente, en “Compartir”, siguiendo al filósofo francés Jacques Derrida, se propone un pasaje de la tolerancia a la hospitalidad y se analizan las posibilidades de construir una Escuela que se piense a partir del concepto de comunidad. Con estas páginas introductorias presentes en cada uno de los capítulos, lo que se logra es sensibilizar al adulto mediador para que pueda contribuir a dotar de sentido a las actividades que va a proponer realizar a los chicos. Cabe aclarar que, si bien los enunciados de estas actividades se dirigen claramente a un grupo escolar y su docente, con unas mínimas adaptaciones también podrían realizarse en el ámbito familiar.
A diferencia de lo que sucede en Filosofar desde la infancia, del que como ya indicamos también es coautora, en ¿Y vos qué pensás? Un viaje filosófico por las ideas, Florencia Sichel, se dirige al lector joven sin requerir de otros mediadores adultos. Se trata de un texto fragmentado, poblado de colores y recuadros, con tipografías variadas e ilustraciones, que en cierto modo lo asemejan más a una agenda o un cuaderno de notas adolescente que a un libro. Es que, precisamente, eso es lo que intenta ser: un cuaderno de bitácora, un compañero de viaje personal a tener siempre en la mochila para que en cualquier momento de ocio pueda estimular el pensamiento a partir de interpelaciones directas. El texto está organizado en función de cinco grandes problemas filosóficos: la felicidad, la humanidad, el tiempo, el amor, la libertad. Si bien en cada capítulo hay menciones de planteos clásicos realizados por grandes filósofos, esas menciones no operan como citas de autoridad, sino más bien como referencias para que los lectores puedan tenerlas en cuenta al ahondar en los temas abordados. Figuras como Aristóteles, Epicuro, Rodolfo Kusch, Simone de Beauvoir o Brigitte Vasallo son presentados más como compañeros de viaje con los que se puede discutir que como celebridades. Por ejemplo, el capítulo dedicado al tiempo se inicia con la propuesta de una experiencia: quedarse “un tiempo” mirando por la ventana y luego preguntarse cuánto tiempo pasó, con qué velocidad, cómo se percibió. Tras otras actividades, se introduce una cita de Séneca, en la cual el filósofo estoico señala que lo único que realmente poseemos es el tiempo y se muestra alarmado por el mal uso que de él hacemos los humanos, y se formulan las siguientes preguntas: “¿Estás de acuerdo con Séneca?, ¿En qué cosas sentís que malgastás tu tiempo?, ¿En qué cosas sentís que no malgastás tu tiempo? Más adelante se exponen la distinción griega entre Chronos y Aión, la concepción del presente de Lao Tsé, la vacilación de San Agustín al pretender definir el tiempo y, en cada uno de estos casos, se ofrecen modos de interactuar con estos planteos.
Más allá de las diferencias mencionadas en cuanto a destinatarios directos y modo de escritura, ambos libros coinciden en dos cuestiones relevantes. Por un lado, en la imagen de la niñez que presuponen y buscan afianzar: niños y niñas activos, curiosos, interesados por avanzar en la construcción de conocimientos propios, abiertos a escuchar a otros pero capaces de argumentar en favor de sus posturas. Por otro, en la idea de la filosofía más como una práctica liberadora y de crecimiento que puede llevar a cabo cualquier persona interesada, que como un cúmulo de saberes producidos por y para un selecto grupo de intelectuales.
Filosofar desde la infancia
Por Florencia Sichel, Mayra Muñoz y Úrsula Pose
La Crujía
192 páginas/ $ 6750
¿Y vos qué pensás?
Por Florencia Sichel
Planeta
176 páginas/ $ 7900