Estrellas voladoras, de Alina Diaconú: fragmentos de un vitral cambiante
“Me miro en el espejo como cuando era joven, pero no me encuentro”. Es uno de los cientos de apotegmas o aforismos que contiene Estrellas voladoras, el libro de Alina Diaconú. Este tipo de sentencia de extrema concisión constituye el género más breve de la literatura y ha sido practicado por gran diversidad de autores: Heráclito, Oscar Wilde, Emil Cioran, José Narosky, Madame de Sévigné o Groucho Marx, entre otros.
El libro está dividido en dos secciones. “Celestiales” está dedicada a los ángeles (“Un Ángel que desciende es una plegaria que asciende”.) y a reflexiones metafísicas (“La existencia de Dios no es una creencia, es una experiencia”).
La primera sección, “Terrenales”, ocupa la mayor parte de la obra y ofrece una amplia variedad temática: el amor es uno de sus asuntos principales (“El enamoramiento es descubrimiento”; “Solemos llamar ‘amor’ tan solo a una obsesionante curiosidad”), pero también hay asociaciones (“Estar con conjuntivitis en Ginebra me acercó mucho más a Borges y a la niebla de sus ojos”), referencias a la realidad (“¿Qué es la realidad? Una creación personal”), a la percepción del tiempo (“El recuerdo convierte el pasado en presente. Por eso, el pasado no existe”), a la paradoja (“Cuando todo es belleza y armonía, sin la menor perturbación, la mente se inquieta”) o a la pandemia (“Confinamiento forzoso. Presión y depresión”).
Los apotegmas del libro podrían verse como fragmentos de un cambiante vitral en el que se van proyectando certidumbres, preguntas, estados de ánimo e iluminaciones en busca de una imagen final que unifique lo espiritual con lo físico y lo psíquico.
Estrellas voladoras, de Alina Diaconú (Galáctica). 104 páginas. $ 2500