“¿Estás en crypto?”: jeroglíficos y claves de la última tribu urbana
Escena 1: el dueño de un bar nocturno, sorprendido ante el insistente pedido de espumantes importados, arriesga su hipótesis en tono confidencial: “Deben ser pendejos que están en Bitcoin”.
Escena 2: el exitoso CEO de la más reciente start-up de arte y música digital, abogado y músico, defiende su apuesta combinando definiciones punk con el novedoso expertise en rondas de valuación financiera.
En la misma semana abre en el Gran Buenos Aires el megalocal de una hamburguesería con un cartel “Pagá tu burguer en criptomonedas” y, en precarios afiches de vía pública, una empresa promete “jugá y recibí recompensas en crypto”. En una rueda familiar, un preadolecescente pregunta: “¿Es ilegal minar bitcoins, no?”. Ayer mismo, pudo verse a Vitálik Buterin, ícono global sub 30 y creador de la criptomoneda Ethereum, caminando y jugando ping-pong en Palermo. Toda una señal.
Querido lector o no-coiner (dícese de aquel que aún no se ha iniciado en el arte y negocio de comprar/guardar/vender estas monedas), ¡bienvenido a la última subcultura! o “tribu urbana”, como se decía en los 90. Con jerga, modismos, hábitos y referencias culturales propias, las criptomonedas representan ya una diversa y dispersa (perdón, descentralizada) legión de parroquianos con una liturgia 100% digital. A diferencia de, digamos, los floggers (usuarios de la red social fotolog que se concentraban en las escalinatas del Abasto Shopping a comienzos de siglo), es más difícil precisar en este caso un punto de encuentro físico, pero los crypto ya son un colectivo de alta incidencia económica global.
"Es una nueva fiebre del oro que también contiene mineros y en la que todos se comportan, alternativamente, de forma ambiciosa y prudente"
Hay coherencia en el hecho de que la tribu habite en el espacio digital y se exprese en amistades por avatares hechos con pixeles. La fugacidad, dentro de crypto, de las tendencias y las modas parece derivar también de esa esencia. Cotización volátil, regulaciones pendientes y capitales rapaces pueden hacer que los tradicionalistas se espanten, pero también que haya cierta aversión a la estabilidad (stablecoins): es una nueva fiebre del oro que también contiene mineros y en la que todos se comportan, alternativamente, de forma ambiciosa y prudente.
Más allá de que el término deriva de las monumentales operaciones matemáticas de las llamadas blockchain, que permiten procesar y registrar un sinnúmero de datos de manera descentralizada y encriptada, es ya un grupo social que preocupa a las autoridades financieras globales (bancos centrales y secretarías de Estado, tanto en China como en Estados Unidos, donde en estos días se discuten políticas regulatorias al respecto, tal como en la Argentina, donde recientemente se estableció una resolución sobre su régimen, ejem, tributario).
"La fantasía de hacerse una ganancia en tiempo récord se combina con el gesto utópico de desafiar instituciones que nos acompañan desde hace más de 500 años"
También hay, claro, algo de criptografía: mensajes cifrados que parecen ser inteligibles solo para los iniciados. O jeroglíficos: símbolos que encierran significados como $BTC, DeFi (finanzas descentralizadas), DAO (organizaciones o empresas descentralizadas en la que la toma de decisiones es atomizada y parece amenazar las estructuras actuales), sitios de Internet alocados en .xyz o usuarios de Twitter terminados en .eth (la red social por excelencia para los usuarios de la moneda Ethereum). Las billeteras donde acumular crypto se vuelven necesarias y el fenómeno cultural del año, las llamadas NFT (piezas digitales únicas que se subastan y comercializan en este entorno), sirvió para sumar al universo crypto al mundo del arte: el asunto atravesó la reciente Art Basel en Miami. Expertos en el mercado de expectativas. También se hablará esta noche en el show de Soda Stereo, que lanza su colección de NFTs para fans.
La fantasía de hacerse una ganancia en tiempo récord se combina con el gesto utópico de desafiar instituciones que nos acompañan desde hace más de 500 años: la historia del papel moneda se remonta a la China medieval y a los viajes del veneciano Marco Polo. Más allá del aspecto económico, dentro del grupo conviven perfiles generacionales e ideológicos muy diferentes: desde los compradores de primera hora de Bitcoin (moneda creada por el alias Satoshi Nakamoto hace poco más de diez años) hasta los que se sumaron al crypto con la fiebre ya en alza para generar ingresos “minando” (generando monedas a través de computadoras a escala hogareña, invirtiendo ahorros o apostando fuerte). Hay una seña identitaria marcada por el valor que tenía la crypto cuando cada nuevo usuario entró al tema. El argentino Santiago Siri bautizó su podcast en honor al fenómeno: “Por qué no te habré hecho caso”.
Libertarios y anarquistas (una combinación bien de 2021) escépticos de los bancos centrales, las finanzas y hasta la democracia como los conocemos; inversores audaces, académicos, advenedizos, jóvenes rebeldes y hasta ahorristas desesperados en busca de un refugio inseguro y volátil pero tentador. O todo eso junto.
A los billetes y monedas de curso legal (el peso, el dólar) se les dicen “fiat”, y el “gas” es el valor mínimo que cuesta hacer cada operación de compra/venta. Pero acaso el mejor aprendizaje sea la palabra en clave hodlear: proveniente de un error de tipeo ya legendario, quedó instalada en la jerga como la decisión de “aguantar, sostener” (hold) la tenencia de estas criptomonedas más allá de la ganancia fácil o los cambios de cotización repentinos. Resulta válida también para las interpretaciones apresuradas y apocalípticas (¿burbuja o fin del capitalismo?) sobre este fenómeno social en pleno crecimiento.