Ernest Hemingway. El escritor que se sacrificó a sí mismo
El autor de Adiós a las armas vivió una vida que, en esencia, no difería de la de algunos de los héroes de sus novelas; tras escribir París era una fiesta, el Premio Nobel se suicidaba en julio de 1961
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En 1957, un joven periodista llamado Gabriel García Márquez camina en París por el boulevard Saint Michel y ve a Ernest Hemingway, acompañado de una mujer, que viene por la vereda opuesta. García Márquez duda entre cruzarse y proponerle hacer una nota o solo saludarlo, pero no hace ninguna de las dos cosas. En cambio, pone sus manos en forma de bocina y grita de una vereda a otra: “¡Maestro!”. Y Hemingway, entre una multitud de estudiantes, levanta la mano y contesta en español: “¡Adiós amigo!”. Nunca más lo volvió a ver y cuatro años después, hace seis décadas, el escritor norteamericano se suicidaba.
Hemingway despertaba en el lector ambas sensaciones: la de maestro y amigo. Un recordado poeta platense, Gustavo García Saraví, lo expresó así en un poema: “No me quiero morir, amigo mío,/ sin enviarle esta carta que le debo/desde hace muchos años y que llevo/ escrita no sé dónde: en el rocío…” Y agregaba que, con pésima fortuna, había querido ser un nuevo Hemingway.
"No me discuta, Hemingway –replica Miss Stein–, no le hace ningún favor. Todos ustedes son una generación perdida”."
El autor de Adiós a las armas guardaba en su casa de Ketchum, Idaho, Estados Unidos, un pequeño arsenal cerrado con llave por Mary Welsh, su última esposa, que por descuido la noche anterior al suicidio había dejado las llaves en la cocina. Hemingway ya no era el hombre que había sido, sino su sombra, con internaciones frecuentes, sesiones de electroshock y una pérdida de peso de más de 60 kilos. El domingo 2 de julio de 1961 se había levantado más temprano que de costumbre. Sin hacer ruido buscó las llaves del cuarto donde guardaban las armas; cargó una escopeta de dos caños y fue a la parte delantera de la casa. Después colocó el doble caño de la escopeta en su frente y apretó el gatillo. El disparo despertó a Mary Welsh, pero fue tarde; el más popular de los escritores americanos del siglo XX había puesto fin a su vida.
La historia de Hemingway no difería, en lo esencial, como señala Anthony Burgess en la biografía que le dedicó, de la de algunos de los héroes de sus novelas. Había nacido en un barrio de clase media de Oak Park, Illinois, el 21 de julio de 1899. Era hijo de Grace Hall y del médico Ed Hemingway, que se suicidó en 1928. A pesar de que alguna vez dijo que la mejor preparación para un buen escritor está en una infancia desdichada, la suya parece haber sido moderadamente feliz. La contienda mundial de 1914 le permitió separarse de su familia cuando los Estados Unidos entraron en guerra. En el ejército lo rechazaron pero se coló como periodista en el Kansas City Star, que poco después lo nombra corresponsal de guerra. Años más tarde vendrán la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, y Hemingway participará en ellas como corresponsal y un poco como combatiente, lo que dará origen al mítico soldado, mezcla de verdad y ficción, como las notas que enviaba desde los diversos frentes.
"¿Cómo fue la relación entre Fidel Castro y Hemingway y su apoyo a la Revolución cubana? No tan incondicional como muchos pretenden"
A comienzos de los años 1920 Hemingway se marcha a París como corresponsal del periódico Toronto Star. Se ha casado con Hadley Richardson y es feliz. En esa Europa de entreguerras comienzan a producirse diversos fenómenos estéticos y culturales cuyo centro es París. Años después, sobre el final de su vida, Hemingway trabajará en un libro de recuerdos que seguramente tiene algo de ficción (como casi todos nuestros recuerdos), el primero en ser publicado luego de su muerte: París era una fiesta (1964). Por sus páginas desfilan, en una mezcla fascinante, personas y personajes, hechos y anécdotas. ¿Cómo no rescatar entre tantos el nombre de Gertrude Stein? Durante años pasaron por la casa de esta escritora americana las figuras más relevantes del arte, la pintura y la literatura: Pablo Picasso y Juan Gris, Apollinaire y Max Jacob, Matisse y Braque. El estudio que Gertrude tenía en la rue Fleurus era el centro obligado de reunión. Allí llegó el joven Hemingway. Con los años la amistad entre ambos se disipó, pero tanto la Stein como él no olvidaron esos tiempos y cada uno lo contó a su manera.
Fue ella quien calificó de generación perdida a la de esos jóvenes de entreguerras. La frase se hizo célebre pero, en verdad, no fue un invento de la escritora sino una frase casual que el dueño de un taller mecánico le dice a un joven operario que se ha olvidado de arreglar el viejo Ford de Miss Stein. Hemingway trata, sin éxito, de justificarse: “El patrón de ese muchacho estaba probablemente borracho a las once de la mañana. Así le salen de hermosas las frases”.
“No me discuta, Hemingway –replica Miss Stein–, no le hace ningún favor. Todos ustedes son una generación perdida”.
Lo que no dice es que Hemingway era laborioso como pocos. Entre 1923 y 1933 publica una decena de libros, aparte de colaboraciones periodísticas, múltiples viajes, amores y amoríos, y la lucha por mantener a su familia. Luego publicará menos y no lo mejor, excepto El viejo y el mar (1952), un éxito enorme que lo consuela de la pobre acogida de su novela anterior, Del otro lado del río y entre los árboles.
Gertrude Stein, que solía ser bastante malévola en sus comentarios, dijo alguna vez que Hemingway tenía un maravillosa olfato para encontrar buenas casas en las que vivir y buenos lugares en donde comer. Un ejemplo es Finca Vigía, que el escritor habitó durante años en San Francisco de Paula, a unos 15 kilómetros de La Habana. No conozco libro que reseñe mejor su vida en Cuba que el de Norberto Fuentes (Hemingway en Cuba, 1984) con prólogo de García Márquez y decenas de ilustraciones. El 2 de julio de 2011, cuando se cumplieron 50 años de su muerte, La Habana lo recordó con 50 cañonazos.
¿Cómo fue la relación entre Fidel Castro y Hemingway y su apoyo a la Revolución cubana? No tan incondicional como muchos pretenden y Fidel lo sabía, aunque no por eso dejaba de admirarlo y leerlo.
Muchos años después, José Luis Herrera Sotolongo, cirujano español que fuera el médico personal de Hemingway, le dijo a la revista Cuba Internacional que el escritor había sido instigado por la CIA a suicidarse. Según él, el Gobierno de Estados Unidos no podía aceptar la presencia en la Cuba revolucionaria de un norteamericano de renombre internacional, galardonado en 1954 con el Premio Nobel.
¿Qué hubiera dicho Hemingway ante la pandemia que golpea al mundo? La respuesta, quizás, esté en uno de sus libros más famosos. Fernanda Pivano, escritora italiana que fue amiga de él y de su mujer, relata en Hemingway (Milán, 1985) los funerales del escritor, el jueves 6 de julio de 1961. La ceremonia católica, en latín, debía pasar al inglés al leerse un versículo del Primer Libro del Eclesiastés; la viuda así lo había pedido, pero el sacerdote lo omitió. Indignada, pensó por un segundo interrumpir la ceremonia, pero se abstuvo. Era la frase que había dado título a una de sus novelas más famosas, escrita en plena juventud: el sol siempre sale.
Periodista, editor y productor de TV