Entre un outsider de ideas confusas y un proyecto que nos trajo hasta aquí
En una Argentina castigada por la crisis, un amplio sector de la sociedad se dispone mañana a elegir por descarte
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Cuando asuma el próximo presidente el domingo 10 de diciembre, a cuatro décadas de la recuperación de la democracia, el candidato elegido tendrá una enorme e inusual debilidad de origen. Lo habrán votado, en la primera vuelta, poco más de tres de cada diez argentinos a Sergio Massa, y poco menos de tres cada diez a Javier Milei. Una gran mayoría no habrá depositado su confianza en el nuevo mandatario. El balotaje encumbrará a quien obtenga un menor volumen de rechazo, el representante del “mal menor”.
El magro resultado electoral, producto de la ausencia de liderazgos, decanta en candidatos sin carisma ni verdadera capacidad de convocatoria. Como consecuencia, la ciudadanía se encuentra atrapada en la práctica de un “voto descarte”, que retroalimenta la incapacidad colectiva de resolución de problemas históricos que requieren de soluciones urgentes.
Esta elección por descarte a la que una gran mayoría del electorado recurrirá es funcional a objetivos cortoplacistas y puede producir referentes políticos descartables, que suman fracasos y frustraciones a las criticas coyunturas preexistentes. El actual presidente, Alberto Fernández, tal vez sea el mejor exponente de este círculo vicioso. Fue la cara (in) visible de un gobierno que profundizó la decadencia económica y social heredada, postergando innecesariamente la posibilidad de reencauzar algunos de los complejos dramas que aquejan al país. Una realidad alarmante que anticipa el agravamiento de todos los problemas que sufre la Argentina.
Nunca un outsider había llegado tan lejos en términos electorales, aprovechando un vacío de referentes políticos. Con slogans efectistas e impactantes, puso en jaque a la política tradicional amenazando a las dos grandes coaliciones modernas. Las posibilidades del libertario en la segunda vuelta de mañana resultan una incógnita que angustia a una parte de la sociedad.
Lo que podría representar el valor significativo de la alternancia política, que en las democracias modernas oxigena y favorece al sistema, podría sin embargo convertirse en un dramático salto al vacío. En caso de imponerse en el balotaje, ¿agitará Milei su desprecio por la casta con una motosierra o estará dispuesto a dialogar, consensuar y negociar sus posiciones junto con el resto de los actores políticos? ¿Cuál es su verdadera naturaleza? Difícil de predecir, tras el desconcertante rediseño de su estrategia electoral original.
En el oficialismo gobernante, Sergio Massa monopoliza con exclusividad el centro de la escena, a expensas de un Presidente apartado de la misma, vaciado de poder y en silenciosa y solitaria retirada. En caso de llegar a la presidencia, heredará una gravísima situación económica que no ha sabido controlar ni dominar como ministro de Economía. El incierto escenario multiplica el grado de desorientación y disgregación política de los argentinos.
Si algo caracteriza a Massa es su condición de prestidigitador y su inagotable energía para ocupar espacios de poder. Su condición de ilusionista le permite disociar su candidatura del sonoro fracaso de su gestión ministerial. También del lodo de la ostensible corrupción de personajes muy cercanos a su organización política. El ministro observa como candidato, ajeno a la realidad, la profundización de las angustias económicas que sus propias políticas erráticas generan.
El proyecto hegemónico que suele encarnar el peronismo en sus diferentes versiones –en especial en el kirchnerismo– podría quedar reversionado en la figura de Massa si gana las elecciones. Dicha hegemonía supone ocupar estratégicamente todos los espacios, oficialismo y oposición, desde una misma trinchera política, con el objetivo de sostenerse en el poder a cualquier precio, aun al de arrasar con el presente, embargando y poniendo en riesgo al futuro. La prestidigitación es el arte de hacer creer en lo que no existe, y prometer lo imposible pareciera ser el mejor camino hacia la frustración permanente.
En El Príncipe, el florentino Nicolás Maquiavelo destaca sin eufemismos que “la adquisición [del poder] no siempre supone en la persona agraciada singular mérito ni virtud extraordinaria, sino mucha maña y el aprovechamiento de una ocasión favorable”. La sociedad argentina está frente a un profundo dilema: se debate entre un outsider con ideas confusas y rupturistas, y un proyecto hegemónico que es y ha sido responsable del estruendoso fracaso en el que la Argentina se encuentra. Mañana ese dilema hallará alguna forma de resolución.
Periodista y politólogo