Entre la fuerza del cambio y el cambio a la fuerza
La reconstrucción del país pide un cambio sustancial en su orientación; pero en tanto Bullrich propone transformar la política desde la intransigencia con el delito y la corrupción, Milei propugna barrer con lo existente para fundar un orden nuevo
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Lo imprevisible es mucho más que el fruto de un mal cálculo. Es el resultado de una falta de discernimiento sobre la realidad. En el caso de las elecciones primarias del domingo pasado, fueron dos las evidencias de esa falta de discernimiento. La más notoria de ellas: la magnitud alcanzada por el apoyo electoral a Javier Milei. La otra: la rotundidad del triunfo de Patricia Bullrich sobre Horacio Rodríguez Larreta.
Ambas victorias, más allá de sus respectivas motivaciones, ponen de manifiesto la necesidad de un cambio en la concepción de la cultura política argentina. Ambas traducen una disconformidad sustancial con la forma en que, hasta hoy, se ha venido concibiendo y desarrollando el ejercicio del poder en el país, aun en el marco de la democracia recuperada en 1983.
"Milei intenta lograr la presidencia dentro de un sistema que repudia"
A esa disconformidad extrema con la democracia vigente, que en el caso de quienes se pronunciaron por Javier Milei implica, entre otras propuestas de impugnación del republicanismo, el rechazo visceral del sistema de partidos, hay que añadir la de otro sector: el que integran tantos ciudadanos que se abstuvieron de votar porque nada esperan ya de esas dirigencias que, a su criterio, no han hecho más que frustrar, década tras década, todas sus expectativas promoviendo más pobreza, menos trabajo, más inflación, más inseguridad y restringiendo día a día no solo la dignidad de sus derechos y expectativas presentes sino también la posibilidad de contar con un porvenir que revierta tanta desolación.
El electorado que hizo posible el triunfo de Patricia Bullrich, en la interna de Juntos por el Cambio, es republicano, no repudia la política sino cierta forma de llevarla a cabo; no se opone a la existencia de los partidos sino a un modo de concebir sus prácticas, tanto dentro como fuera del oficialismo de turno; no exige la disolución de las corporaciones existentes sino que se erradique de ellas la corrupción que las envilece; no quiere dinamitar los poderes de la República sino restituirle la consistencia constitucional que afiance el valor de la democracia representativa; no descree de la ley sino que aspira a verla proceder con independencia del poder político.
"Hoy vemos al peronismo hundirse en la ciénaga de contradicciones que sembró"
Cambiar, entonces, significa en un caso –el de Milei–, barrer con todo lo existente y fundar un orden nuevo, inédito, libre de toda contaminación proveniente del pasado. En el caso de Patricia Bullrich, cambiar es llevar a cabo un proceso de transformación de la política, asentado en la intransigencia constitucional y jurídica con el delito que envilece a la nación al corromper sus instituciones, sus prácticas cívicas, su concepción de la convivencia, del desarrollo y de la educación. Se trata, en suma, de recuperar valores perdidos modernizando y actualizando todo lo que hizo posible la grandeza de la Argentina. Bullrich cree que la vanguardia es fecunda cuando sabe heredar lo mejor del pasado. Milei sostiene que hay que terminar de una vez por todas con el pasado para abrirle paso a un porvenir inédito.
Una invoca la fuerza del cambio; el otro, el cambio a la fuerza.
No obstante, el futuro solo podrá proporcionarles un protagonismo más claro en una eventual disputa por la presidencia de la nación si ambos dan los pasos apropiados para ensanchar sus actuales marcos de representación social. Patricia Bullrich debe recuperar electorado y conquistar nuevos votantes. Javier Milei tendrá que aprender a dirigirse a quienes no solo quieren oírlo gritar e insultar sino persuadir y reflexionar en órdenes donde por ahora no parece interesado en detenerse como corresponde: la educación, la cultura, las relaciones hemisféricas, la salud pública, el papel indispensable del Estado.
Antes de terminar con el sistema que repudia, Milei tendrá que lograr la máxima investidura dentro de ese sistema, ateniéndose a sus reglas de juego. Y sin olvidar que hay un electorado muy nutrido, por no decir mayoritario, que no confía en sus propuestas y repudia su retórica incendiaria. En este sentido, su tarea reviste más dificultades e incertidumbres que las de Patricia Bullrich, distante, a diferencia de él, de todo fervor apocalíptico. Ella no es enemiga de la República sino de quienes la corrompen en beneficio de sus bolsillos y en desmedro de la ciudadanía. Cuando reclama orden, reclama civilidad. Acatamiento a las leyes que garantizan el bien común. No pide represión del derecho sino del delito.
"Lo que llevó al enfrentamiento de Patricia Bullrich con Horacio Rodríguez Larreta fue una diferencia sustancial en lo que hace a los principios que debían orientar la acción política del Pro"
Juntos por el Cambio no deja de ser una fuerza que emerge malherida de estas mismas elecciones que fortalecieron a Patricia Bullrich como expresión de un proyecto presidencial. No comparto sin embargo la opinión tan difundida de que la sangría de votantes que sufrió Juntos por el Cambio fue el resultado de una disputa ególatra entre los dos competidores del Pro que se enfrentaron en las PASO. La verdadera naturaleza de esa disputa ha sido subestimada por la mayor parte de la prensa al reducirla a mera beligerancia entre dos temperamentos ávidos de cargos estelares, a una superflua confrontación entre dos narcisistas intransigentes.
Lo que llevó al enfrentamiento de Patricia Bullrich con Horacio Rodríguez Larreta fue una diferencia sustancial en lo que hace a los principios que debían orientar la acción política del Pro, a su concepción de las alianzas indispensables y de los contenidos de su convocatoria a la ciudadanía.
Que esta diferencia y la disputa que ella generó puedan haber hartado a un electorado impaciente y ávido de acuerdos inmediatos es comprensible. Pero no menos comprensible debería resultar el hecho de que las diferencias en juego entre ambos competidores y la raíz de esa discrepancia hayan sido medulares y por eso mismo dramáticas. El 13 de agosto pasado quedó claro, no sin un alto costo de adhesiones perdidas, de qué se trataba y hacia dónde se inclinó la opinión mayoritaria de los votantes de Juntos por el Cambio.
Hoy, ese electorado que no vaciló en alejarse de su espacio desafía el poder de persuasión de Patricia Bullrich, pero también la sensatez de Horacio Rodríguez Larreta, cuyo porvenir político está más relacionado con esa contribución eventual a la recuperación de un capital electoral que a la proyección que no pudo alcanzar personalmente.
Revertir la pérdida de tantas adhesiones es indispensable y factible en buena medida para Juntos por el Cambio. No así para el peronismo, donde la suma de desaciertos terminó sepultando poco menos que en la irrelevancia su protagonismo electoral. De muy poco le ha servido a Sergio Massa su incansable apego al travestismo. La sentencia que el domingo cayó sobre su candidatura dejó al desnudo la evidencia de que sus máscaras sucesivas ya no persuaden más que a quienes han hipotecado su sensatez en el altar de la obstinación. Aun así, no hay que subestimar el espesor de sus ambiciones. Se arriesgará nuevamente a todo menos a acatar el diagnóstico de la realidad. Y la razón es clara: para él, la realidad es siempre una construcción discursiva. Dirá lo que haya que decir y hará lo que deba hacer con tal de alcanzar su objetivo. Ya ha demostrado hasta dónde es capaz de llegar.
El cono de sombra, por no decir de intrascendencia, en que ha ingresado el peronismo tras las PASO del último domingo no es sino consecuencia de la construcción postrera de una fuerza política que, aferrada a la intransigencia ideológica y a la torpeza de su conductora, no ha querido aprender de sus desaciertos ni superar la turbulencia de sus propias desmesuras.
"La sensibilidad de los jóvenes que tanto contribuyeron, desde distintos sectores sociales, a la imprevista hazaña electoral de Javier Milei no es sino el fruto enardecido de una enseñanza perversa"
La desesperación social que ha alentado el crecimiento de Milei y, aun con todos los tropiezos de Juntos por el Cambio, la proyección nacional que determinó el triunfo de Patricia Bullrich, se han visto impulsadas por ese peronismo que ha vaciado el ejercicio del poder de toda responsabilidad e idoneidad, de todo ideal de progreso, de todo apego a la justicia social y al significado de las más altas investiduras de la República.
Hoy vemos a ese peronismo hundirse en la ciénaga de contradicciones que él empecinadamente sembró. Allí mismo, una sociedad manipulada por el populismo se consume en el dolor y la decadencia. Y, sin embargo, no deja de luchar por escapar a ese destino de descomposición.
La sensibilidad de los jóvenes que tanto contribuyeron, desde distintos sectores sociales, a la imprevista hazaña electoral de Javier Milei no es sino el fruto enardecido de una enseñanza perversa. Es la que le impartieron quienes contribuyeron a distorsionar la práctica y el sentido de la democracia recuperada. ¿Recuperada? Seamos realistas sin dejar de celebrar estos cuarenta años sin golpes militares y sin terrorismo de Estado. Mucho le falta a nuestra democracia para ser cabalmente expresiva de los derechos y deberes de una sociedad en la que la violencia se ha reconfigurado sin desaparecer y donde son millones los argentinos que han dejado de vivir para limitarse a durar en el tiempo sin otro imperativo que el de saber si algo podrán comer cada día. Donde son miles también los jóvenes que dejan un país que los priva de porvenir para emprender el camino inverso de sus abuelos y bisabuelos, buscando en el extranjero lo que su patria se niega a darles: trabajo, perspectivas, seguridad social.
La reconstrucción de la Argentina pide un cambio sustancial en su orientación política. Esa es la demanda dominante que resulta de las elecciones del domingo 13 de agosto pasado. La exigencia de quienes votaron mayoritariamente como lo hicieron. Y el desafío que enfrentan las dirigencias políticas nacidas de esa votación. No está escrito que esa demanda será escuchada. Pero es indiscutible que solo si se la oye dejaremos de ser un conglomerado atormentado por tantos desaciertos para empezar a ser, mediante un largo y denodado esfuerzo, nuevamente una nación.