Enrique Krauze: “La tragedia de América Latina ha sido la ideologización”
El ensayista mexicano hace un elogio de la escucha y de los consensos políticos; de todos modos, afirma que el gobierno argentino no ofrece verdadera posibilidad de diálogo
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La democracia nunca gana de manera definitiva”, plantea el historiador y pensador mexicano Enrique Krauze. Afronta riesgos externos e internos que amenazan con despedazarla, dice. De líderes mesiánicos a la guerra civil que, considera, ya vivimos en las redes sociales. Pero, a riesgo de quedar como un ingenuo, convoca al consenso: “Hay que encontrar un espacio para dialogar y debatir”.
Discípulo dilecto del enorme Octavio Paz, Krauze cree que dos premisas pueden aportar algo de luz en América Latina. ¿La primera? Encontrar un “núcleo de buena fe” que invite al diálogo. ¿La segunda? “Saber escuchar”. Aunque eso resulte muy, muy arduo.
“Somos muy buenos para vociferar, pero muy malos para escuchar”, diagnostica Krauze, ensayista y director de la revista Letras Libres. Pero no queda más alternativa que intentarlo, insiste a la nacion desde el Distrito Federal de México. “¿Qué nos queda más que apelar a la razón, al diálogo, a escucharnos, al debate?”. Es preciso limitar al poder, buscar consensos, hacer a un lado las ideologías y, en última instancia, alumbrar ideas concretas que nos permitan progresar, afirma.
Todo esto, en un contexto agravado por el Covid. “México ha vivido una tragedia de la cual buena parte de los mexicanos no ha tenido conciencia –afirma–. Oficialmente tenemos cerca de 300.000 muertos, pero la cifra probablemente sea medio millón o más. El manejo de la pandemia por parte del gobierno sigue siendo terriblemente irresponsable”.
"No soy un optimista profesional, pero creo que las últimas elecciones y las críticas al gobierno argentino muestran un aprendizaje del ciudadano"
Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, nunca aceptó la gravedad de crisis, señala Krauze. “Desdeñó el uso de los cubrebocas, y eso que está todos los días, dos horas, en la televisión. Creo que su subsecretario de Salud, al que muchos llaman ‘Doctor Muerte’, terminará teniendo una responsabilidad criminal, al menos por omisión. El engaño ha sido lo más doloroso, y mira que han pasado cosas horribles en nuestro país. Esta manipulación por parte del poder sobre la naturaleza real de la pandemia ha llevado a las familias mexicanas a vivirla como una plaga bíblica sobre la cual no podíamos hacer nada. Esto es lo más terrible: la irresponsabilidad”.
–¿Cómo explica entonces que López Obrador conserve el apoyo popular?
–En este mundo orwelliano en que vivimos, ¿cuál es la fuerza de la mentira propagada diariamente desde el podio presidencial durante dos horas y luego multiplicada en Facebook, Twitter y todos los medios, con presupuesto estatal y hasta llegar a los últimos confines? Por lo pronto, la mitad del país le cree al presidente, a pesar de los esfuerzos muy grandes que hemos hecho por difundir lo que ocurre. Por nuestra cultura política, nuestros pueblos consideran que el hombre que está en el poder es el dueño del poder y que por tanto hay que respetarlo. El poder tiene esa aura mística entre nosotros desde tiempos coloniales. En eso hay una diferencia importantísima entre México y la Argentina.
–¿Cuál?
–Hasta donde veo, el gobierno de Alberto Fernández sí está siendo llamado a rendir cuentas, al menos por un sector de la población, por su manejo de la pandemia y otros temas. En México no, salvo por una clase media que está despertando. Pero si usted tiene al presidente todos los días en televisión, como lo estuvo Hugo Chávez en Venezuela todos los domingos, estamos ante la pesadilla que describió George Orwell en 1984. Es el lavado de cerebro perfecto. Aun así, cuando México despierte de esta pesadilla, el veredicto de la historia será muy duro. Cientos de miles de vidas pudieron salvarse.
"La piel de los dictadores, de los autócratas y de los caudillos es muy delgada. Una de las funciones más altas de la literatura es molestar, incomodar a los tiranos."
–¿Por eso publicó ahora su nuevo libro, Crítica al poder presidencial?
–Bueno, he sido blanco continuo de las difamaciones y mentiras del presidente, que todo el tiempo repite: “¿Dónde estaba Krauze durante los gobiernos anteriores?”. Mi respuesta fue recordarle con este libro que mientras él integraba el PRI, yo estaba criticando al PRI. He publicado cientos de artículos desde los años 70 con críticas a todos los gobiernos, del PRI y del PAN. Tengo una vena anarquista, porque siempre desconfío del poder. Creo que del poder sale mucho mal y poco bien. El poder no crea, el poder destruye. Al poder hay que limitarlo y a eso he dedicado una buena parte de mi crítica durante ocho sexenios, a través de libros, documentales, entrevistas. Pero en México el presidente tiene un aura sagrada y un poder gigantesco, casi propio de un monarca. Eso se acotó durante este siglo, con los muy malos gobiernos de [Vicente] Fox, [Felipe] Calderón y [Enrique] Peña Nieto, con un Poder Judicial independiente, un instituto electoral independiente, un instituto de transparencia y la prensa libre. Pero con López Obrador hemos vuelto de manera exacerbada a lo que llamo la presidencia imperial. Por eso publiqué el libro: para que las generaciones jóvenes sepan el daño que a lo largo de la historia ha causado el poder arbitrario y abusivo del presidente de la república.
–En el libro, usted destaca que al poder siempre le incomoda la crítica y que, a más concentración, menos tolerancia con la crítica. ¿Cómo lo explica?
–¿Por qué Stalin se obsesionó tanto con Osip Mandelstam, al grado de terminar matándolo? En el fondo oscuro de su alma sabía que el poeta decía la verdad. Esto ha ocurrido desde el origen de la humanidad. ¡Fueron los poetas los que incomodaron a los Césares romanos! Ahora, yo no soy poeta, pero soy ensayista, en una tradición que viene de mucho tiempo atrás en América Latina, incomodando a los gobiernos. Ahí está Juan Montalvo, enfrentado a [Gabriel] García Moreno en Ecuador; ahí está Sarmiento ante Juan Manuel de Rosas, y también todos los poetas que incomodaron a Fidel Castro. La piel de los dictadores, de los autócratas y de los caudillos es muy delgada. Una de las funciones más altas de la literatura es molestar, incomodar a los tiranos.
"Creo que existe una mayoría silenciosa con necesidades concretas, que no está ideologizada, que vive al día y que quiere paz"
–En una charla que ofreció en Perú, alertó sobre los riesgos que corre la democracia en América Latina y remarcó la importancia de entablar diálogos “de buena fe” con quienes piensan distinto. ¿Es eso posible en el clima de polarización actual?
–No, no es posible. Me refería a los peruanos. Me da la impresión que Pedro Castillo no es un demagogo como Chávez, ni un mesiánico como López Obrador, sino un modesto maestro de escuela que está desorientado, aun cuando probablemente no abunde la buena fe entre la gente que lo rodea. En cuanto a otros países… En la Argentina viven la polarización, pero imagino que hay zonas de buena fe. Y me pregunto si en Chile serán las personas de buena fe las que busquen una salida que no pase por los extremos, porque esos extremos llevan a la guerra civil que ya vivimos en las redes sociales. Sé que la sola propuesta de apelar a la buena fe suena romántica y hasta ingenua, pero me pregunto si hay otro camino que no sea el del debate público, enconado si se quiere, pero con ciertas reglas de buena fe. Lo he vivido con algunos adversarios que he tenido, marxistas por ejemplo, muy cerrados pero de buena fe, con los que he terminado por tener una excelente relación.
–Ese fue el trasfondo de los Pactos de la Moncloa en España.
–¡Exactamente!
–Personas que mantenían profundas discrepancias, pero que fueron capaces de reconocer al otro como sujeto de diálogo y de abordar sus diferencias hasta hallar consensos. Pero ¿cómo lidiar con quienes apelan a la demagogia, a la mentira, boicoteando las posibilidades de diálogo?
–En primer lugar, creo que existe una mayoría silenciosa con necesidades concretas, que no está ideologizada, que vive al día y que quiere paz. El problema siempre son los extremos. Eso ha conducido a las guerrillas, a los gobiernos militares. Esa ha sido la tragedia de América Latina. Pero ¿qué nos queda más que apelar a la razón, al diálogo, a escucharnos y al debate? Viendo de lejos el fenómeno argentino y chileno, creo que el votante está pidiendo concordia, una cordura básica, lo contrario a la discordia. Reclama diálogo, debate, compromiso, negociación. La democracia es el instrumento electoral que nos permite ir aprendiendo. España también afronta un problema similar, porque el PSOE y el PP, que deberían encarnar un diálogo difícil y asumir un compromiso doloroso, pero de buena fe, están como pasmados y no reconocen al otro como interlocutor. Pero insisto, ¿qué más nos queda? Las soluciones no vendrán de fuera. No soy un optimista profesional, pero creo que estas sucesivas elecciones y críticas al gobierno argentino, por ejemplo, muestran un aprendizaje del ciudadano, que cada día entiende mejor que exigirle cuentas al poder. Karl Popper, el grandísimo teórico liberal del siglo XX, decía que la democracia es quitar al mal gobierno para que entre otro gobierno que puede equivocarse; en ese caso, también habrá que quitarlo. Hasta aprender.
–¿Ve signos de esperanza en la región?
–Vamos por partes. Mi hipótesis no parece muy popular, pero es esta: la Argentina sigue teniendo elecciones, hay prensa y hay un debate público. Lo mismo veo en Chile y Uruguay. Con todos sus problemas, tienen una tradición y costumbres políticas que me hacen tener un muy moderado optimismo de que llegarán gobiernos que quieran construir un nuevo día, con ideas económicas concretas. Porque hasta ahora nos ha sobrado ideología y nos han faltado ideas prácticas. Excluyendo a Venezuela y Cuba, que son una enorme tragedia, creo que también Colombia, con todos sus problemas, irá dando pasos en esa dirección. Pero México es un gran signo de interrogación. Le voy a dar este dato: la Argentina tiene una Constitución, costumbres y una vida republicana que habrá sido todo lo elitista que usted quiera, pero existió, tanto en el siglo XIX como el XX. Mientras tanto, México tuvo diez años de experiencia democrática en el siglo XIX y apenas 15 meses en el XX. Por eso me pregunto si la destrucción que está dejando López Obrador a su paso será suficiente para que el electorado mexicano reaccione y elija un cambio sensato en 2024. No lo sé. Pero sí sé que muchos periodistas, intelectuales y académicos estamos dando la pelea.
"Tuvimos la soberbia de creer que ya había ganado la democracia liberal. Pero la democracia nunca gana de manera definitiva. Nos faltó leer a los griegos."
–¿Qué preguntas deberíamos habernos hecho y no nos hicimos? ¿Cuáles las que deberíamos plantearnos ahora?
–Las que deberíamos habernos hecho después de la caída del Muro de Berlín en 1989, cuando en América Latina parecía dibujarse una solución casi continental de democracias. ¿Cómo podemos ejercer una pedagogía masiva para explicar las bondades de la democracia comparada con otros sistemas? Tuvimos la soberbia de creer que ya había ganado la democracia liberal. Pero la democracia nunca gana de manera definitiva. Nos faltó leer a los griegos. La democracia fue una excepción fugaz en el mundo griego. ¡Hasta en Atenas duró poco! Debimos explicarle a la gente todo lo que la democracia no es; no es la felicidad, ni logra por sí misma nada más que una forma de convivencia, pero todas las otras opciones son muy malas. Nos faltó explicar a Lenin, a Stalin, a Hitler. Nos faltó arrojar luz sobre el aspecto oscuro y trágico de la Revolución Cubana, y cómo sus sueños se convirtieron en una tiranía. Porque las generaciones olvidan. Nos faltó explicar lo que vivió la Argentina y el fenómeno terrible de las desapariciones. Y nos falta preguntarnos si no hay más solución que la del neoliberalismo y el socialismo. ¿No hay formas originales e inteligentes de pensar qué podemos hacer para que las personas más desprotegidas puedan mejorar? ¿Por qué no les exigimos a nuestros economistas de izquierda o de derecha que nos den soluciones que no vayan por la vía de Chicago o por la del socialismo marxista? Chile, por ejemplo, debe entender que no tiene que destruir sus avances económicos para construir una mejor sociedad.
–¿Hay alguna pregunta que no le hice y que usted quiera abordar?
–Todos los pueblos latinoamericanos son expertos en despreciarse a sí mismos. No hay chileno que no llegue en un momento a hablar mal de Chile, ni argentino que diga que la Argentina está bien. Pero la Argentina tiene una gran literatura, por ejemplo, y sus películas son mucho más sofisticadas de lo que se dan cuenta. Intenten hacer un inventario objetivo de sus fortalezas, de lo que han producido históricamente y procuren encontrar ese núcleo de buena fe para dialogar. Estoy seguro de que Alberto Fernández no es el señor indicado para dialogar, y menos Cristina Kirchner o muchos economistas enloquecidos que veo por ahí. Sin embargo, en el lado opuesto es preciso que la actitud sea firme, pero no fanática. Ese es el mensaje: hay que encontrar un espacio para dialogar y debatir. El pensador alemán Albert Hirschman publicó un ensayo en 1986 en el que se preguntó: ¿qué les diría si tuviera que aconsejar a América Latina para progresar de manera sólida? Su respuesta fue: “Saber escuchar”. ¡Escuchar! Somos muy buenos para vociferar, pero muy malos para escuchar.
–En estos tiempos de pandemia, ¿qué libros o música u otra actividad sugiere para distraerse o, acaso, aprovechar el tiempo? ¿Qué hace usted en su tiempo libre?
–Siempre he encontrado consuelo en la lectura de Baruch Spinoza, un filósofo del siglo XVII. Era un judío liberal que fue apartado por su propia comunidad porque postulaba una visión del mundo en la cual Dios estaba en la naturaleza. Fue un sabio intérprete de las pasiones humanas, muy cercano al estoicismo griego. Recomiendo leer a los filósofos griegos y leer historias de cómo se vivieron fenómenos similares a esta pandemia. Aliento la lectura de la historia y de la gran literatura. Los libros son la mejor compañía en todos los tiempos. Digo una obviedad, pero es mi mensaje de afecto a sus lectores.
■ Nacido en la Ciudad de México en septiembre de 1947, Enrique Krauze estudió Ingeniería Industrial en la Universidad Nacional Autónoma de su país y se doctoró en Historia en el Colegio de México
■ Editor, crítico literario, historiador y escritor, fue profesor visitante en las universidades de Oxford y Princeton; durante más de veinte años trabajó junto al escritor Octavio Paz en la revista cultural Vuelta, y tras su muerte, ocurrida en 1998, Krauze fundó una publicación heredera, Letras Libres, que todavía dirige.
■ Es autor de más de veinte libros; entre los que se destacan La presidencia imperial, Redentores, El pueblo soy yo, Octavio Paz. El poeta y la revolución; Por una democracia sin adjetivos y Del desencanto al mesianismo, 1996-2006; el más reciente se titula Crítica al poder presidencial, trece ensayos que publicó durante los sexenios de ocho presidentes mexicanos, de López Portillo a López Obrador.
■ Es miembro del Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Historia, y recibió múltiples distinciones, entre ellas la Beca Guggenheim, la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.