Ennio Morricone: Melodías que se imprimen en el alma
A dos años de su muerte, el compositor italiano fue recordado en un documental del director Giuseppe Tornatore, para quien compuso la banda de sonido de Cinema Paradiso
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Quien sabe crear música es un mago que hechiza con los sonidos. Ennio Morricone ensayó pases de magia en más de quinientas composiciones para el cine. A dos años de su partida (había nacido en Roma en 1928), su vida y su obra es rescatada en Ennio, el maestro, un reciente documental de Giuseppe Tornatore.
Hombre de gafas, figura menuda, rostro sensible, sus partituras para el cine rebosan una asombrosa diversidad. Su padre le trasmitió la pasión por la trompeta. Pero esto no le resultó suficiente. Entonces, estudió con rigor composición musical. Su estrella brilló con disimulo al principio: al poco de graduado en el Conservatorio, en 1954, fue compositor fantasma para otros músicos. A finales de la década de 1950 trabajó como arreglista por la RAI (la radio televisión italiana), y la casa discográfica RCA; colaboró en canciones de Rita Pavone, Domenico Modugno, Mina (compuso la música para su tema “Se telefonando”). Y su gran éxito para la música pop en sus inicios: sus arreglos para la famosa canción “Sapore di sale”, de Ginno Paoli, en 1964.
"Morricone demostró que la música para películas tiene vida propia"
Morricone tocó su cuerda compositiva para el cine desde el film Il federale (1961), a pedido de Luciano Salce, hasta La corrispondenza (2016), de su querido Giuseppe Tornatore. Destaca la colaboración que sostuvo con Sergio Leone en sus películas del spaghetti western, género que se distingue por sus primeros planos, la parquedad de los diálogos, la violencia y la reinvención del sonido del Lejano Oeste por Morricone, que introdujo arpa de boca, silbidos, armónicas, guitarras eléctricas, trompetas, baterías, coros y líricos cánticos femeninos.
Esto se aprecia en “la trilogía del dólar”: Por un puñado de dólares (1964), con la actuación emblemática de Clint Eastwood; El bueno, el feo y el malo (1966) y Hasta que llegó su hora (1968), con el mítico duelo de pistolas y el choque de miradas entre Henry Fonda y Charles Bronson, cuyo personaje se identifica por un sonido de armónica.
"Versátil, el músico italiano compuso la marcha del Mundial de Fútbol 1978"
Entre otras, Morricone le dio su música a Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci; Días de cielo (1978), de Terrence Malick, en la que las melodías contrastan con la dureza de la historia (por ella recibió la primera de sus cinco nominaciones al Oscar); y Érase una vez en América (1984), de Leone, en el género gángster, protagonizada por Robert de Niro; la excelsa La misión (1986); Los intocables de Elliot Ness (1987), de Brian de Palma, ambientada en el Chicago de la ley seca y protagonizada por un joven Kevin Costner. Y Cinema Paradiso (1988), con su llanto nostálgico por un cine perdido, concebida por Giuseppe Tornatore, con quien forjó una gran amistad y para quien compuso la música de todos sus films.
En 2007 se le entregó un Oscar honorífico; luego, por Los odiosos ocho (2015), de Quentin Tarantino, recibió un Oscar puntual a una de sus bandas de sonido. Era tiempo. La música premiada trasmite la hostilidad entre los viajeros que se encuentran en una cabaña en el Far West, cuya madera se sacude entre disparos y torrentes de sangre, en un entorno de nieve y desolación.
Con su música, Morricone contribuyó a que el cine liberara la vasta gama de emociones humanas posibles. Junto con compositores como Nino Rota (colaborador de Fellini), John Williams (Star Wars, Tiburón, La lista de Schindler) o Bernard Herrmann (colaborador de Hitchcock), Morricone elevó los soundtracks de películas a la condición de digno género de la música contemporánea.
Comienzo traumático
Sin embargo, esa alianza entre música y cine en las partituras del músico romano fue traumática. En el esencial documental Ennio (2022), su realizador, Giuseppe Tornatore, le rinde homenaje mediante una entrevista al músico y testimonios de Clint Eastwood, Oliver Stone, John Williams y Quincy Jones, entre muchos otros.
Uno de los recuerdos más sensibles del compositor fue su doloroso apartamiento de la tradición musical clásica para dedicarse al arte de musicalizar películas. “Al principio pensaba que la música de cine era una humillación, pero quería vencer ese sentimiento de culpa”, recuerda Morricone, mientras su mirada melancólica es captada por un primer plano. Siempre recordaba a su maestro, Godofredo Petrassi, de quien fue discípulo en La Academia Nacional de Santa Cecilia, una de las instituciones musicales más antiguas del mundo.
Con Alessandro de Rosa, otro compositor italiano, sostuvo una conversación sobre su trayectoria en el libro En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida (2017, Malpaso). En ese diálogo recordaba que la clase con Petrassi “parecía estar llena de genios, de la elite, lo más extraordinario”. Cuando Petrassi terminaba sus lecciones, Morricone siempre lo acompañaba a su casa como expresión del afecto y respecto que le profesaba. Por eso le dolió que su maestro, al principio, rechazara su música. Finalmente reconoció sus méritos, lo que lo colmó de emoción.
Pero, para alivio de Morricone, una pléyade de músicos clásicos se expresó a través del cine. Por ejemplo, Sergei Prokofiev compuso la música para el film de Eisenstein Alexander Nevsky (1938); Arthur Honegger, el de la famosa pieza orquestal Pacific 231, con su sonido de una locomotora de vapor, le dio música al Napoleón (1927) de Abel Gance; y el olvidado compositor vienés Edmund Meisel, uno de los pioneros de la música de cine, creó la partitura de El acorazado Potemkin (1920), la otra gran obra de Eisenstein. Otros grandes compositores de formación académica que vertieron sus composiciones en el cine fueron William Walton (colaboró con sir Laurence Olivier en sus películas shakesperianas), Vaughan Williams, Leonard Bernstein, Alex North y John Corigliano. Morricone acaso sea el ejemplo más visible de este proceso de músicos clásicos que han compuesto desde el metraje del séptimo arte.
Aun cuando la música fluya al servicio del plano cinematográfico, mantiene su autonomía. Refiriéndose a la música de cine de Morricone, el escritor y periodista español Jesús Ruiz Mantilla escribió: “Su talento consiguió despegar la propia música de la obra para la que fue concebida”. Esto es evidente en la música de La misión. Morricone musicaliza la película de Roland Joffé con el leitmotiv de un oboe que remite al encuentro en medio de la selva amazónica de guaraníes y jesuitas evangelizadores y la posterior disolución de la orden misionera por mandato de la monarquía española, en 1776. La película fue filmado en parte en la provincia de Misiones, con el Padre Gabriel interpretado por Jeremy Irons, inspirado en el sacerdote jesuita y compositor Domenico Zipoli. Hoy, su música se puede disfrutar como una obra de arte desligada del film.
Sí, la música concebida para una película puede respirar con vida propia. Morricone afirmó que podía componer sin necesidad de ver imágenes de la película que debía musicalizar. Le bastaba con hablar. Así, dijo, la composición para una película “puede sobrevivir autónomamente”. Esa autonomía explica que obras de Mozart, Bach, Mahler y tantos otros grandes genios hayan resultado plenamente eficaces al ser empleadas como banda de sonido de películas célebres.
Por otro lado, Morricone, así como otros grandes compositores para el cine, han ampliado la expresión de las emociones de los personajes. Así, Herrmann, el compositor de la música de films de Hitchcock como Psicosis y Vértigo, y de El ciudadano, de Orson Wells, dice: “La música en el cine puede poner de manifiesto e intensificar los más íntimos pensamientos de los personajes. Pueden conferir a una escena terror, grandeza, alegría o miseria”. El especialista argentino en música del cine Jorge Luis Viera, en ese sentido, apunta que el valor de la música de Morricone “ha sido darle un lugar de privilegio al sentimiento. Esto le aporta un sentido último que tiene que ver con los afectos, tanto de los espectadores como de los personajes del film”.
Versatilidad
La intensidad emocional siempre está presente en las composiciones del italiano; por ejemplo, en el tema “Chi mai”, en El profesional (1981), con Jean-Paul Belmondo; o la canción “Here’s to you”, compuesta por Morricone y cantada por Joan Baez en la película Sacco y Vanzetti (1971), de Carlo Montalvo.
Con su versatilidad, Morricone compuso la marcha oficial del Mundial de Fútbol de 1978, realizado en la Argentina; también, en 2015, la música para el papa Francisco en el bicentenario de la restauración de la orden jesuita, que interpretó junto a un coro y orquesta en la Iglesia del Gesú, en Roma. Y muchas otras composiciones memorables que su discografía más conocida eclipsó, como su música para acompañar el alegato antirracista de Samuel Fuller en White Dog (1982).
Hoy la banda asturiana Morricone Pop Orchestra difunde las canciones que el músico romano compuso para artistas pop italianas, junto a sus otras piezas más difundidas. Y en Asturias, también, Morricone recibió, junto al otro sobresaliente compositor de bandas de sonido, John Williams, el Premio de las Artes de la Fundación Princesa de Asturias, en 2020.
Morricone murió a los 91 años. En una de las pocas entrevistas que concedió, aseguró que “siempre digo que la música de una película expresa lo que las palabras, imágenes y diálogos no pueden transmitir”.
Todo lo humano dice algo más que el cine o las imágenes, por sí solas, no pueden manifestar; ese “algo más” es una profundidad emocional que la música es capaz de expresar. Por eso, cuando escuchamos y resonamos con ella, nos devuelve una riqueza intangible, espiritual. La música, y en este caso la música de Morricone, es una forma de curación y un renacer gracias a la emotiva magia de los sonidos.