En un mundo on demand de lo fugaz, la felicidad pasa por otro lado
El mandato por la felicidad se ha vuelto imperativo. En un mundo en el que el consumo es la ley, la felicidad se ha convertido en un objeto más que todos debemos tener. Como si se tratara de algo que está en una góndola y uno lo toma.
Allí está la felicidad, en infinidad de publicidades al acecho o en cuentas de Instagram que te prometen una nueva vida. La tentación de la felicidad como mercancía se ha acentuado hasta extremos en que todo aparece camuflado de ese sentimiento. Todo lo da, ergo, nada lo tiene.
Confundimos la felicidad con el enamoramiento inicial y eso nos impide sostener los vínculos. Vivimos de las cañitas artificiales y no del fuego interno.
La pregunta por la felicidad ha animado a la filosofía, la psicología y la literatura. Se trata de una búsqueda que ha generado reflexión a través de las épocas, las culturas y las religiones. Y más allá de los imperativos actuales y las promesas de aquellos iluminados que nos ofrecen los cinco pasos para encontrarla, contamos hoy algunas pistas que nos ofrece la ciencia. En ellas, hay tres ejes que se repiten: contemplación, gratitud y entrega.
Los filósofos de la Antigüedad, empezando por el mismísimo Platón, estarían sorprendidos de nuestras divagaciones. Para él, conocido como el filósofo de la felicidad (o eudaimonia, que significa “poseído por un buen espíritu”), esta se relacionaba, sobre todo, con la excelencia y la virtud. Es decir, que representaba un trabajo. Algo arduo. Y que, por eso, requería un empeño.
Nada más lejos de la visión actual en la que el “Sé feliz” nos obliga a un insaciable zapping, posiblemente en los canales equivocados.
Desde Oriente, Lao Tsé usaba la idea del tiempo para relacionarla con la plenitud y la felicidad: si no estás bien, estás viviendo en el pasado, decía. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estás viviendo el presente.
Como en pocos temas, la neurociencia nos muestra lo mismo que nos viene enseñando toda una tradición filosófica y religiosa al mismo tiempo.
La contemplación, tanto para la tradición católica, judía y budista, había sido un núcleo potente de encuentro del ser humano con su sombra pero especialmente con su luminosidad. Permanecer es algo que no sabemos hacer en este mundo on demand de lo fugaz. Por eso padecemos tanto la ansiedad. Porque no estamos nunca dónde estamos. Persiguiendo estrellas fugaces, nos olvidamos de cuidar nuestras candelas.
Además, si bien perseguir metas personalmente significativas importa para nuestra felicidad, son más bien las experiencias diarias y los pequeños gestos en el camino los que nos traen alegría, paz y realización.
Al final, nada como ver una linda puesta de sol y quedarse extasiados con la luna llena ¿no? Permanecer estando nos salva.
Lo mismo sucede con la gratitud, que nos conecta con el amor y la confianza interior y nos da una sensación de plenitud. Porque, al igual que con la bondad y la compasión hacia los demás, se sabe que su poder sanador es mayor para quien la otorga que para quien la recibe.
Martin Seligman, un autor mucho más manoseado que leído, solía decir que las personas podemos vivir de tres modos: una vida placentera, centrada en los placeres físicos y la gratificación; una buena vida centrada en el descubrimiento y la utilización creativa de nuestras virtudes y fortalezas, o una vida realmente valiosa, que se abre cuando ponemos esas mismas virtudes y fortalezas al servicio de algo más grande que nosotros mismos.
Esa es la experiencia de la mayoría de las personas que se han dedicado al trabajo voluntario con otros. Quienes escribimos estás líneas, hemos sido voluntarios en diferentes instituciones y somos también deudores de personas con derechos vulnerados, que viven en situación de calle o en barrios populares. Ellos y ellas, esos rostros, esas historias, nos rescataron más de una vez de nuestras sombras y nos regalaron, tal vez sin saberlo, una preciosa sensación de felicidad.
Y esta es casi la única fórmula mágica que funciona. Y es algo que en la actualidad, a menudo, hemos olvidado: dándonos nos centramos, regalándonos nos encontramos.
La razón es sencilla pero la hemos olvidado. Nuestro sentido profundo está en la conexión y en el vínculo que generamos siendo con otros.
Adela Sáenz Cavia es especialista en educación emocional y bienestar;
Nicolás José Isola es filósofo, PhD, coach ejecutivo y especialista en storytelling