Emilienne Malfatto. De la campiña al frente de batalla
Criada en el sur de Francia, la autora de la premiada Que por ti llore el Tigris se ha convertido, a los 32 años, en una cronista de guerra todoterreno
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En 2015, mientras en los noticieros del mundo se reproducían con horror los videos de las decapitaciones que se atribuía el Estado Islámico –entre las que hubo periodistas que estaban trabajando en Irak y en Siria– una veinteañera del sur de Francia, zona de verdes viñedos, les anunciaba a sus padres que había decidido irse a vivir a ese territorio en guerra para probarse como corresponsal independiente. Había rechazado un puesto en París para la Agencia France Presse (AFP), medio para el que había estado trabajando en Chipre, donde están sus oficinas para Medio Oriente y África, y donde había dado sus primeros pasos en el campo de batalla. “No me interesaba París”, dice, y así fue que, con el apoyo de su familia, con ahorros para vivir unos meses y hablando –un poco– el árabe se fue a vivir a la antigua ciudad de Erbil, en Kurdistán, en la parte norte iraquí, foco del conflicto y donde estaban las líneas del frente. Alquiló un primer piso en el que se instaló con su computadora y empezó a mandar mails a los medios para ofrecer su trabajo mientras aprendía kurdo, hoy una de las seis lenguas que maneja. Era una de los pocos periodistas viviendo en el territorio.
Emilienne Malfatto tiene 32 años es periodista, escritora y fotorreportera. Tiene una mirada muy atenta y un humor que deja al descubierto su inteligencia. Es hija de madre francesa y padre italiano, y bromea con su apellido, que en el idioma paterno significa “mal hecho”. Cuenta que en su casa había muchos libros pero nadie que se hubiera dedicado antes al periodismo o a la literatura. Llegó hace casi dos meses a Buenos Aires, donde está trabajando en una investigación sobre la última dictadura. Habla en un perfecto castellano con acento colombiano, porque también vivió en Bogotá, donde trabajó como periodista. Pero ya incorporó términos rioplatenses a la perfección. “Eso era un quilombo”, dice cuando cuenta sus días reporteando el caos. Sus crónicas y fotografías han sido publicadas en Le Monde, The New York Times y The Washington Post, entre otros medios.
"A Malfatto le interesan las historias mínimas, familiares, en medio de escenarios caóticos"
Durante los primeros días de la 46° Feria del libro de Buenos Aires presentó su primer trabajo de ficción. Una pequeña novela cuya protagonista es una joven iraquí embarazada de un hombre que no era su marido y que ha sido asesinado en batalla. Una mujer condenada por una sociedad en la que el crimen de honor es ley y que sabe que va a morir a manos de su verdugo, que no es otro que su propio hermano, obligado a limpiar la deshonra familiar. Que por ti llore el Tigris, editada en la Argentina por Metalúcida, recibió el prestigioso Premio Goncourt a la primera novela, uno de los galardones anexos al Goncourt tradicional. “Hay gente que cuando lee mi novela la pone en el contexto de ‘los salvajes iraquíes’ y el tema no es Irak, no es el islam, es el patriarcado. Y es la idea de que el honor y el cuerpo de las mujeres le pertenecen a los hombres. Los llamados crímenes de honor son femicidios. Y la noción de ‘crimen de honor’ estuvo en el código penal italiano ¡hasta 1981! A mí, cuando me salen con ‘¡esos musulmanes salvajes que matan a sus mujeres!’, me asombra y pido dejar a un lado tanta hipocresía. Tanto en Europa, como en la Argentina, se mata a las mujeres aún hoy. Esto es un problema social, la religión allá no es más que un pretexto”.
Paisaje devastado
En la historia describe un paisaje devastado por la guerra con una joven mujer que sabe que su vida ya no tiene valor porque ha roto una norma. En esta tragedia ninguno de los personajes de su entorno familiar puede evitar cumplir su papel, oponerse a su destino. Entre ellos los hermanos: uno débil; el otro, fuerte y asesino; la cuñada sumisa; su hermana menor, o su madre, que nada hará para salvarla. Sin “spoilear” nada que no se diga en las primeras páginas, esta historia coral se va armando en el recorrido de estas voces familiares en medio de las cuales habla también el Tigris en primera persona, ese río que atraviesa el territorio como un curso de sangre sobre un cuerpo herido.
“Si miras todas las religiones, cualesquiera sean, perjudican a las mujeres. Siempre las mujeres terminamos como culpables. Cuando me hablan del velo de las musulmanas, les recuerdo que hasta hace pocos años las mujeres católicas debían taparse con mantillas para entrar en las iglesias. Siempre eran las mujeres las que debían taparse, no así los hombres. ¿Cuál es la diferencia entre la mantilla y el velo? Ni hablar en el judaísmo ortodoxo. En todas las culturas hay un hombre diciéndole a una mujer que tiene que cubrirse o descubrirse el cuerpo. O estás muy cubierta… o estás muy descubierta. Es superviolento”, dice.
Ante el estallido de la guerra en Ucrania en febrero de 2022 se viralizó la reacción de la periodista de la nacion, Elisabetta Piqué, que, durante un vivo y al sonido de sirenas que anunciaban un inminente bombardeo, escuchó a su colega varón que desde el canal en Buenos Aires le daba indicaciones sobre cómo proceder y le lanzó un “Elisabetta, tranquila, tomá refugio”. A ella, que hace más de veinte años cubre conflictos bélicos y que es autora entre otros del libro Diarios de guerra, que cuenta su experiencia como reportera. En ese video de menos de un minuto, Piqué lo saluda para finalizar la transmisión y, creyendo que ya no está transmitiendo, se pregunta: “¿Quién es este pelotudo?”. Con la anécdota, Emilienne se agarra la cabeza, un poco le da risa y dice: “En mi profesión como corresponsal de guerra viví varias situaciones de machismo, es una profesión muy masculina. Sin embargo, las mujeres con las que me tocó trabajar son muchas veces más valientes que varios hombres que están allí, dicen menos y actúan más en el terreno. La actitud no es la misma. Con esto no estoy diciendo que no haya periodistas varones muy buenos, hablo de algo cultural sin temor a generalizar. Una cosa es tener una actitud de cuidado con una colega, de compañerismo, mirándola como una igual y otra cosa es ‘mansplainearla’. Me pasó con dos fotorreporteros colombianos una vez, en medio de una situación violenta durante una cobertura con unos soldados. Ellos me preguntaron si yo necesitaba ayuda y yo les dije que no y ellos no actuaron. Me pareció bien que me cuidaran, pero como a una par. Es muy distinto eso a menospreciar el trabajo de las mujeres. Te cuento una de las situaciones que viví durante el conflicto de la toma de la ciudad de Mosul. Yo sé manejarme muy bien sola por la zona, de hecho iba siempre sola a reportear a distintos lugares. Llevaba ya un año y medio trabajando en territorio para un diario francés, cubriendo para ellos. Cuando estalló la lucha me mandaron un correo para avisarme en un tono de ‘gracias, mi niñita, pero ahora vamos a mandar a dos hombres de París al campo de batalla, tú te quedas allí como backup’. A mí me enfureció y les dije que no, que no iba a ser backup de nadie. Hasta allí llegué con ellos”.
Si un hilo pudiera unir todos los trabajos de Malfatto, ese pareciera ser la injusticia, entre las que aparece el subtema del feminismo, en una obra que hoy también incluye la ficción. A Que por ti llore el Tigris se sumará en agosto El coronel no duerme (Le colonel ne dort pas, en francés) que publicará Editions du Sous Sol. La historia de un coronel torturador a quien por las noches visitan los fantasmas de sus víctimas. “Tiene algo de realismo mágico”, dice, reconociendo que hay algo allí de la influencia literaria de su estadía en Colombia, donde estudió periodismo y comenzó su carrera.
Le interesan las historias mínimas, íntimas, familiares, en medio de escenarios de caos como la guerra o los asesinatos de líderes sociales en Sudamérica. Su trabajo fotográfico sobre dos hermanitas iraquíes a las que siguió por dos años transmite una belleza que habla de manera subyacente, entre otras cosas, de la sociedad hostil en la que están creciendo. Sus fotografías son exhibidas internacionalmente. Es miembro de Women Photograph y Frontline Freelance Register. Su libro de no ficción Les serpents viendront pour toi (Las serpientes vendrán por ti), sobre la matanza de líderes sociales en Colombia, que específicamente cuenta la historia de una líder asesinada, recibió el premio Albert Londres.
Sobre el papel del periodismo dice ya haber dejado atrás una visión romántica de querer cambiar el mundo. “Seguiré yendo a Irak toda mi vida. Porque ya se establecieron lazos, relaciones y yo siento que, por ejemplo, no puedo desaparecer de la vida de las chicas a las que fotografié. Son mis chiquitas, hablo de ellas como si fuera su madre ‘son tan lindas, tan inteligentes’… Me choca la figura del periodista paracaidista, que llega de la nada, hace su trabajo, se larga y ya está. Yo me tomo tiempo. No estoy criticando, porque igual a veces está muy bien hacerlo así y hay gente que no tiene opciones. Pero yo siento una lealtad con la gente de Irak; no voy a desaparecer.”
Recuadro: En un país de sombra y de fantasmas
En Que por ti llore el Tigris aparecen entre las voces de los distintos personajes que arman la historia, descripciones donde surge la mirada de fotógrafa de la autora, pasajes donde predominan las imágenes: “Tendí lo que quedaba de ropa. Veía, más allá de nuestro callejón, los techos de la ciudad. Por todos lados los mismos velos negros puestos a secar. Por todos lados la mordida del sol. Si me inclinaba, podía avistar el Tigris, largo y pesado, silencioso, con su olor a humedad y a hierbas podridas. Era mi lugar favorito cuando llegamos de Bagdad. Iba y me sentaba en la orilla. Miraba a los pescadores levantar con sus redes las carpas brillantes. En verano, los varones se bañaban, chapoteaban con gestos desmesurados entre el agua plateada. Yo no me bañaba, me quedaba en la orilla. Durante toda mi vida tuve la sensación de quedarme en la orilla de la vida”.
En el otro extremo de este libro, ganador del Premio Goncourt de primera novela, hay escenas desgarradoras del terrorismo: “Todo iba muy rápido y al mismo tiempo todo parecía inmóvil, cristalizado en un gris metálico. Pensé que el sol ya no saldría nunca más. La gente corría a nuestro alrededor. Se generó un incendio en la esquina, justo ahí donde el auto verde y polvoriento había explotado. Enfrente, al borde de la ruta, una niña gritaba de la mano de su madre. No había ningún brazo. La madre no era más que un amasijo de carne y metal, un magma rojo y negro que parecía bullir. Y la niña cubierta de sangre y sangre y sangre como carne viva gritaba para despertar a su madre, y al final de su brazo colgaba aquella mano sin cuerpo. De niños, en el patio de casa, mis hermanos atrapaban lagartijas y les cortábamos la cola con la esperanza de vérselas crecer, algo que nunca ocurría. Hoy, los niños de mi país preguntan a sus madres si sus brazos también les crecerán de nuevo. Somos un país de mutilados, de ensangrentados, un país de sombra y de fantasmas. Muerto Abdallah, que vendía té en la esquina de nuestra calle. Muerta Sarah, camino a comprar naranjas un día de atentado”.