Eliane Brum: “Hemos perdido nuestro instinto de supervivencia como especie”
La humanidad vive una emergencia climática pero no toma conciencia de ella, dice la autora brasileña, que publicó una crónica deslumbrante sobre la Amazonia
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“La Amazonia salta sobre nosotros como si fuera una anaconda, estrangula la columna vertebral de nuestros pensamientos y nos mezcla con la médula del planeta”. Así describe Eliane Brum (Río Grande del Sur, Brasil, 1966) el súbito cambio que se produjo en ella desde que eligió esta región del mundo para residir como corresponsal climática, es decir, como corresponsal de una zona “en guerra” que resiste los estragos que el cambio climático ejerce sobre ella. “Tenemos dos opciones: pelear o esperar que el fuego llegue al sillón desde donde fingimos que nada ocurre. El mundo entero está en guerra. No comprendemos la urgencia en la que vivimos”, advierte.
Desde 2017, Brum vive en Altamira, el corazón del bosque tropical más grande de la Tierra, desde donde reporta la destrucción y los abusos que se llevan a cabo en el “pulmón verde del mundo”. Periodista, escritora y documentalista, dirige la plataforma Sumaúma, un sitio incómodo para gobiernos y empresas, donde ha publicado investigaciones que pusieron en riesgo su vida.
Brum obtuvo el Premio Moors Cabot, que entrega la Universidad de Columbia, en Nueva York; es columnista del diario El País y colaboradora de The Guardian y The New York Times. En La Amazonia. Viaje al centro del mundo (Salamandra) narra su experiencia en la selva con un estilo poco convencional y denuncia la corrupción que está llevando al colapso del planeta.
Una de las voces más diáfanas de la lucha contra el cambio climático, Brum difunde su compromiso por el mundo entero, como acaba de hacerlo en el Festival Eñe, en Madrid, pero siempre regresa a su casa de Altamira, en plena selva, epicentro de la destrucción y una de las ciudades más violentas de Brasil.
“Hemos perdido nuestro instinto de supervivencia como especie”, lamenta Brum, en cuyo libro –a caballo entre la ecología, la política y el testimonio personal– conviven la periodista y la activista ecológica.
–La Amazonia invita a un viaje lúdico como el que propone Julio Cortázar en Rayuela; los capítulos no están enumerados secuencialmente. El lector puede ingresar en el texto desde distintos umbrales y capítulos. ¿Por qué estructuró el libro de este modo?
–Quería respetar la manera de lidiar y de entender el tiempo de la gente de la Amazonia, que es distinto al modo en el que nosotros lo hacemos. Tenemos la tradición del eurocentrismo, un tiempo lineal con un inicio, un medio y un final, un tiempo en línea recta. Me gusta decir que el nuestro es una especie de terraplanismo, a diferencia del tiempo de los pueblos del bosque, que no se separaron de la naturaleza y que viven en un tiempo espiralado. Cuando empecé a entrevistar a las personas del lugar, les preguntaba cuántos años tenían y, por ejemplo, me decían 17 años; regresaba tiempo después y esa misma persona me daba otra respuesta, 72 años. Para ellos la edad no tiene ningún sentido, no celebran los cumpleaños. Ellos saben quiénes son y lo que están viviendo y sintiendo. En el libro, los capítulos son un aviso al lector de que está entrando en un mundo que tiene otra forma de habitar el tiempo, otras formas de vivir muy distintas de la nuestra. Y eso tiene una importancia aún mayor en el proceso del colapso climático actual.
–¿Existe posibilidad alguna de reaccionar ahora y de detener los estragos que se llevan a cabo en la Amazonia?
–La Amazonia vive una situación terrible que no he visto jamás en los treinta años que llevo cubriendo noticias sobre la región. El 18% del bosque está destruido. Estamos muy cerca de un punto de no retorno. A la sequía extrema, enquistada desde hace dos años, se suma el humo de incendios intencionales en la zona, que impide a los habitantes ver el río a causa de una oscura niebla que se ha ubicado sobre la región e incluso más allá del territorio nacional.
–¿De qué modo puede impactar el regreso de Donald Trump en la lucha contra el cambio climático en la región y en el mundo? En el libro destaca que hablar de Trump como un negacionista es inexacto, porque él sabe que la destrucción del planeta es inminente.
–Jair Bolsonaro, como Javier Milei, están extasiados con la victoria de Trump. Se sienten mucho más fuertes, reforzados, apoyados. Es una gran victoria de la extrema derecha después de la invasión del Capitolio. Para mí está muy claro que Trump, Bolsonaro y Milei apelan al negacionismo, pero saben lo que está ocurriendo. El negacionismo es una forma de seguir haciendo, de ejecutar su proyecto. Con gente como Trump en el poder surge una especie de autorización para personas que, incluso lejos de la Amazonia, se sienten con derecho de violar las leyes y avanzar sobre el bosque. Porque, si el país más poderoso del mundo tiene como máxima autoridad a alguien que dice que podés hacer lo que quieras con el planeta, otros menos poderosos también se sienten en su derecho.
–Ha sido muy crítica con el gobierno de Jair Bolsonario en materia de ecología. Pero en el libro también critica a Luiz Inácio Lula da Silva. Dado el tesoro de la selva amazónica, la mirada del ecologismo está depositada en el devenir político de Brasil. ¿Cuál es la situación no solo en lo inmediato, sino también a mediano plazo?
–Es terrible. En este momento tenemos un gobierno con mucho problemas, un gobierno democrático que ha ganado por poquísimos votos. Hay en su gobierno gente muy responsable y comprometida, como la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, pero el Congreso está dominado por la extrema derecha y por el agronegocio predatorio, la minería, los intereses de las grandes corporaciones, los ultraprocesados, los agrotóxicos. Brasil ha aumentado su producción de petróleo en los últimos años y Lula no solo defiende esta política, sino incluso la exploración del petróleo en la Amazonia. El gobierno está usando científicos e influencers para decir que el petróleo no es tan malo. Además existe la posibilidad de que la extrema derecha pueda volver en 2026 y eso sería más destructivo, porque volvería con más poder. Es lo mismo que ocurre con Trump: vuelve con más poder y ya sabe cómo actuar por dentro. Trump llegó al gobierno haciendo compromisos con la industria de combustibles fósiles, y el 75% de las emisiones que producen el calentamiento global vienen de la producción y uso de esos combustibles. No creo que vaya a cambiar de actitud en su nueva presidencia.
–En noviembre pasado el presidente Milei ordenó la retirada de la delegación argentina de la COP29 [Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático]. Uno de los argumentos fue que, dada la naturaleza libertaria de su gobierno, no quería que la presencia de su equipo interfiriera en el consenso de la cumbre. ¿Eso significa que no hay interés por parte del gobierno argentino en la lucha contra el cambio climático? ¿Cómo evalúa esta decisión?
–No sé cómo evaluar esta actitud. No me arriesgaría, porque no conozco la política argentina tan profundamente. Pero, obviamente, no es una buena noticia. Por más arduas que sean las cumbres de la COP y por más frustrados que nos dejen sus decisiones, por más que no quedemos satisfechos con los resultados, las COP son muy importantes para frenar en algo una situación terrible. El último informe de Medio Ambiente de la ONU, en octubre, dice que si todos los países pudiesen cumplir con lo que han acordado en 2015 en París, si todo el mundo hiciera todo correctamente, aun así va a haber un calentamiento de hasta 3 grados.
–¿Cómo evalúa la medida de la última COP, en la que los países más ricos van a financiar a los más pobres para fortalecer la lucha contra el cambio climático? ¿Podría resultar efectivo?
–Creo que es una buena medida, aunque para este problema se trate de poco dinero, unos 300.000 millones de dólares. Es fundamental que los países ricos financien a los pobres. Es mejor que nada, aunque sea mucho menos de lo que se necesita. Casi seguro, el próximo año será el más caliente de la historia. Cada año irá superándose. Y las catástrofes seguramente van a ser más grandes cada año. Es desesperante negociar por debajo de lo necesario, porque estamos decidiendo que los más vulnerables van a morir.
–¿Cuáles son las poblaciones más vulnerables, además de los países subdesarrollados?
–Hay países que buscan convertirse en búnkers, como Estados Unidos. Lo vemos en sus proyectos de levantar muros y expulsar a los inmigrantes. Es decir, dejan fuera a los más vulnerables. No tengo ninguna duda de que va a haber otra pandemia. Si esta última ya fue devastadora, ¿cómo va ser una pandemia con servicios públicos de la salud fragilizados por la extrema derecha? ¿Cuánta gente va a morir? Necesitamos reforzar las conexiones políticas y diplomáticas. Es importante también trabajar en la adaptación y la prevención de desastres naturales, como las inundaciones recientes en Valencia. Pensé que habría una discusión seria tras la tragedia, pero no ha sido así. ¿A quién le pedimos que rinda cuentas del desastre? ¿Quién tiene la culpa? No se habló de los principios causales, es decir, del impacto de los combustibles fósiles en el aumento de la temperatura. Si ha sido culpa de las empresas de combustibles fósiles, hay que cobrárselo. Y en ese caso, también es parte de la responsabilidad de los gobiernos.
–¿Qué podemos hacer los ciudadanos desde nuestro pequeño lugar para fortalecer la lucha contra el cambio climático? Separar la basura, consumir menos energía, reciclar, pero, ¿qué más?
–Hace poco estuve con Patricia Gualinga, de la etnia kichwa de Sarayaku, en la Amazonia ecuatoriana. Allí viven 1200 indígenas que consiguieron expulsar a una petrolera y agregar en la Constitución de Ecuador de 2008 los derechos de la naturaleza. Son solo 1200 personas y, unidos, lograron estos cambios. ¿Cuántos alumnos hay en un colegio? ¿Es tan difícil reunir a 1200 personas? En esa ocasión Gualinga le dijo a un grupo de jóvenes: “¿Por qué no luchan ustedes?”.
–¿Cómo tomar una conciencia real de la emergencia en la que vivimos?
–Hay un negacionismo en la mayor parte de la población. Hay una emergencia climática y no veo a la gente viviendo de acuerdo con la emergencia climática. Creo que el capitalismo, al reducirnos a consumidores, secuestró algo fundamental: hemos perdido nuestro instinto de supervivencia como especie. El cuerpo se transformó en un objeto. Y perdimos algo que no estoy segura de que la gente que no conoce la vida en la naturaleza comprenda: perdimos la fuerza del vivir. No nos interesa tener esperanza ni optimismo. Como especie, estamos dormidos.
–¿Cómo es vivir con el peligro que implica su trabajo periodístico de investigación? ¿Cómo es un día en su vida?
–Depende la época. Hay momentos más tensos, donde tengo que tomar precauciones tras los reportajes que publicamos. Hubo momentos en los que tuve que quedarme en casa sin salir durante meses, y otras épocas más tranquilas, en las que puedo salir con un protocolo de seguridad. Pero prefiero no hablar de los riesgos que vivo, porque aunque sean reales, yo soy una mujer blanca de clase media y estoy hablando con vos con redes de protección. Quienes tienen mucho más riesgo son los líderes indígenas y de las comunidades quilombolas, o de las periferias urbanas, que son dominadas por el crimen organizado. En ocasiones hay familias enteras asesinadas y eso ni siquiera es noticia. Y también están quienes tienen que escapar de su territorio, algo muy difícil, porque así dejan también su identidad.
–En su libro habla de una idea, de un proceso por el cual todos alguna vez deberíamos pasar: amazonizarse. ¿En qué consistiría y cómo puede lograrse desde un territorio lejano a esta región?
–Amazonizarse es algo que va mucho más allá de un territorio geopolítico de la Amazonia. Significa no considerar a la naturaleza como un mero recurso, sino que tu vida esté unida a la naturaleza. Implica revincularnos con nuestro propio cuerpo y comprender que nosotros somos naturaleza. Es una conexión, un cambio de paradigma que busca un entendimiento con uno mismo. Si hemos perdido la conexión con lo que nos ocurre dentro, en nuestro interior, ¿cómo podremos vincularnos con la naturaleza, con todos los seres que hacen posible que podamos respirar y comer? Vincularnos, al fin, con todo aquello que nos permite estar vivos.
Periodista y defensora de la ecología
Eliane Brum nació en Río Grande del Sur, Brasil, en 1966. Fue reconocida en 2020 como la reportera más premiada en la historia de su país. Además de periodista, es novelista y documentalista.
Columnista y colaboradora de varios periódicos internacionales, como El País de España, The Guardian y The New York Times, es una de las fundadoras de la plataforma de periodismo Sumaúma, lanzada en 2022 para “contar historias que ocurren en la Amazonia y otras partes del planeta, desde la selva y la perspectiva de sus distintos pueblos”.
Recibió numerosos premios por sus crónicas; entre otros, el Moors Cabot en Estados Unidos, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y el de la SIP.
Desde 2017 vive y trabaja en Altamira, en la región del Medio Xingú, uno de los núcleos de destrucción de la selva amazónica.