El viejo truco de la división peronista
Las cosas por su origen. Dijo Cristina Kirchner el 18 de mayo de 2019 en las redes sociales: “Le he pedido a Alberto Fernández que encabece la fórmula a presidente que integraremos juntos, él como candidato a presidente y yo como candidata a vice en las PASO. (…) Fue jefe de Gabinete de Néstor [Kirchner] durante toda su presidencia, lo vi junto a él decidir, acordar y buscar la mayor amplitud posible. Fueron tiempos muy difíciles, pero estos que estamos viviendo son dramáticos. Nunca tantos y tantas durmiendo en la calle […] Tengo la certeza de que nuestro pueblo no espera palabras huecas. Necesita gestos y hechos concretos que den certeza y seguridad a una unidad que comience a ordenarle la vida que con tanta perversidad este gobierno le desordenó en tres años. Creo que este es el camino”.
"La unidad se perdió sin nunca haber pasado de una formalidad y el orden prometido nunca existió"
Aquellas palabras también están a punto de cumplir tres años. La unidad se perdió sin nunca haber pasado de una formalidad y el orden prometido nunca existió; mucho menos las soluciones para resolver los problemas denunciados.
Un país sufre las consecuencias de la eficaz maniobra de la jefa que eligió resignar su candidatura para asegurar su regreso al poder. Los indicadores sociales y económicos no han hecho otra cosa que empeorar mientras la coalición peronista en el gobierno dirime sus enfrentamientos sin medir las consecuencias que provoca en la situación general.
El truco de alejarse de su propia creación y negar su responsabilidad es un acto calculado de la vicepresidenta sobre cuyo destino no está escrita la última palabra.
Es válido pero insuficiente comparar este nuevo conato con el que siguió a la derrota en las elecciones primarias de septiembre pasado. Entonces, Cristina sitió a Alberto Fernández con la renuncia de varios de sus ministros, en una maniobra que nunca se concretó y que acabó con la entrega de algunas piezas por parte del Presidente y con el nombramiento de funcionarios más afines a él que a ella. Los cambios de nombres no salvaron a la pareja en conflicto de un extendido revés en las elecciones que le quitaron capacidad de maniobra al oficialismo en el Congreso.
El recurso de la distancia y la queja volvió a ser utilizado durante la decisiva votación del acuerdo de refinanciación con el Fondo Monetario, en el que el kirchnerismo prefirió quedar expuesto a ser un tercio de la representación política en el Parlamento antes que entregarle su voto a su propio gobierno.
Desde entonces el enfrentamiento se mantiene sin que nadie haya abandonado sus cuotas de poder. En el caso del kirchnerismo, eso significa el manejo del 70 por ciento de los gastos del Estado. Para el bando del Presidente, mantener en su lugar el ministro de Economía. Martín Guzmán apareció esta semana para declarar que Fernández lo apoya, que su plan económico da resultados positivos y para adelantar, como si con esto no contradijera el punto anterior, que la inflación de marzo superará el seis por ciento. Además, un tanto temerario, pidió sometimiento y obediencia al mandato presidencial y a su política.
"La vicepresidenta elegirá un repliegue táctico para esperar el fracaso del presidente que impuso y tratará de hacernos olvidar que es ella la responsable original de este nuevo descalabro"
Fue mucho para tan poco. No es del todo seguro que Fernández lo mantendrá en el cargo, es falso que su plan económico (si existiese) funcione y es una catástrofe un índice inflacionario que, anualizado, implica un 80 por ciento. Peor: Cristina Kirchner no tiene previsto allanarse a la jefatura de Fernández, sino que espera exactamente lo contrario.
En todo caso, la vicepresidenta elegirá un repliegue táctico para esperar el fracaso del presidente que impuso y tratará de hacernos olvidar que es ella la responsable original de este nuevo descalabro.
Lejos de anticipar un cambio de gobierno a fines del remoto año próximo, la crisis del peronismo kirchnerista no es por sí misma una buena noticia para la principal alianza opositora. Si perdura el enfrentamiento, el peronismo habrá ocupado a la vez el espacio del oficialismo y el de una franja significativa de la oposición.
Es un viejo truco que el peronismo intenta hacer cuando en verdad lo que ocurre es que está fracturado entre un presidente que “no hace caso” a una jefa dominante. O, si se prefiere, entre un presidente que trata de ejercer el cargo sin que su segunda se lo permita.
La versión radicalizada del kirchnerismo que prefiere que la Argentina se convierta en un paria del sistema internacional antes que firmar un acuerdo con el Fondo tiene como espejo versiones opositoras que rozan el ridículo por la autopercepción que intentan proyectar. De esta manera, el sistema político corre el riesgo suicida de viajar hacia los extremos tanto en el peronismo como fuera de él.
Es esa agitación la que instala en escena a personajes pintorescos, cuando no autoritarios, como actores que cobran peso en la pelea por la presidencia. Así, desde el propio sistema se anima a los futuros votantes a tomar caminos de todo o nada, a la vez que la dolorosa realidad muestra que la decadencia se mantiene, aunque el poder cambie de manos.
Esas apuestas simultáneas a la intolerancia como solución hacen temer que el centro político sea dinamitado, como ya ocurrió en otros países próximos y lejanos. Pulverizar el espacio donde son posibles los acuerdos duraderos y los consensos esenciales es el nuevo riesgo asumido por dirigentes que dentro y fuera del gobierno creen que la única opción para ganar es destruir al otro.