El sordo ruido electoral de tierra adentro
¿Alguien escuchó la advertencia convertida en grito que en forma sucesiva ofrecieron al menos siete de las ocho últimas elecciones provinciales en la Argentina?
Pareciera que no, porque son distritos chicos, marginales en términos de representación ciudadana; o debido a las lógicas feudales, que les acentúan los rasgos propios. Será, quizá, que el estruendo de los desastres nacionales impide mirar las tendencias que crecen en los márgenes de una Argentina acostumbrada a mirarse en el ombligo de Buenos Aires y su conurbano.
"Es un error considerar que los libertarios fracasaron, cuando su arraigo en esos distritos secundarios es inexistente"
El desinterés o la ignorancia no borran, sin embargo, tres datos concretos enviados desde ocho provincias que reúnen al 11,93% del electorado nacional.
Primero, se avisó que está en crecimiento el desinterés por participar en las elecciones. Segundo, esa apatía se expresó en forma más vehemente con la actitud de ir a votar y hacerlo en blanco. Tercero, sin instalación previa ni dirigentes conocidos, en varias provincias hubo una porción inquietante de ciudadanos que votaron a los adherentes locales a Javier Milei. Es un error considerar que los libertarios fracasaron, cuando su arraigo en esos distritos secundarios es inexistente; en verdad recogieron cantidades importantes de votos usando el reflejo lejano de un líder estridente.
Una regla recorre las provincias en las que ya se eligió gobernador: frente a las hegemonías no hay otra cosa que desinterés, resignación y enojo
Una porción próxima al 12% del electorado sería un termómetro infalible para cualquier especialista en encuestas. Sin embargo, predomina el desinterés en esos datos de Salta, Neuquén, Río Negro, Misiones o La Pampa y se destaca solo que los resultados en todos los casos ratificaron a los oficialismos.
A partir de una fecha distinta, los triunfos, en su mayoría arrasadores, son la consecuencia buscada por gobernadores que quieren huir de los efectos contagiosos de las elecciones nacionales. A esto se agrega, en algunos distritos, el uso y abuso de distintas trampas y engaños.
El caso de Neuquén es singular. Ahí ganó con otro sello partidario Rolando Figueroa y apuntó la curiosidad el hecho de que por primera vez desde 1963 fue derrotada una fórmula ubicada debajo del fenomenal paraguas del Movimiento Popular Neuquino (MPN). Pero ocurre que Figueroa es un dirigente del mismo MPN que eligió dar su pelea interna en una elección general en la provincia de Vaca Muerta. Al revés que el derrumbe de una hegemonía de 60 años, el resultado puede ser leído como un lujo del MPN de resolver sus conflictos con el voto del total del electorado.
Neuquén es la única provincia donde no disminuyó en forma significativa la participación (menos de dos puntos porcentuales) ni creció el voto en blanco respecto de la anterior elección de gobernador. Pero como su vecina Río Negro, en Neuquén alrededor del 8% del electorado acompañó a una ignota lista referenciada en Milei.
En Rio Negro, además, se dejó ver una caída de la participación de más de cinco puntos en relación con 2019. Con una elección definida de antemano por amplio margen en favor del reelecto Alberto Weretilnek (Juntos Somos Río Negro, un partido provincial afín al kirchnerismo) pudo haber operado ahí una cuota de desinterés. Es llamativo, sin embargo, el enorme salto del 1,28% de 2019 al 6,74 de votantes en blanco.
A la apatía parece unirse la destrucción del resto del sistema político por fuera de los oficialismos, que avanza hasta tomar votos ajenos o les hace bajar los brazos a otros jugadores.
Llegar al día de las elecciones con un resultado descontado por la potencia de los candidatos del gobierno local, entre otras razones, provocó una notoria ola de desinterés por ir a cumplir con la obligación de votar en otras tres provincias: La Pampa, Jujuy y en especial Misiones, donde la participación cayó 10 puntos. Solo una parte de ese descenso es atribuible a las fuertes lluvias del domingo de elecciones en la provincia del extremo noreste.
En Tierra del Fuego, con sistema de ballottage, la protesta del electorado quedó oculta detrás de la contundente reelección en primera vuelta del gobernador kirchnerista Gustavo Melella. El voto en blanco no solo superó con amplitud a los candidatos que quedaron en tercer y cuarto lugar. También saltó del 8,14% de 2019 al 21,59% del domingo pasado. A esta expresión de amargo rechazo se agregó el apoyo (más de 7%) que recibió la candidata de Milei, la pastora evangelista Laura Almirón.
El apoyo a Milei también apareció en La Rioja, donde su lista referenciada en Martín Menem (hijo de Eduardo y sobrino de Carlos) sumó más del 16%. Lo llamativo tiene un matiz necesario: el apellido Menem tiene un peso indudable y cuatro años antes otra lista del peronismo disidente también había realizado una cosecha importante al margen de la hegemonía del caudillo de turno. En este caso, Ricardo Quintela.
Más al norte, en Salta y Jujuy, los también cómodos triunfos de Gustavo Sáenz (massista) y Gerardo Morales (presidente de la UCR) frente a oposiciones disgregadas dejaron una secuela de inconformismo en el voto en blanco. El voto a nadie pasó de 1,58% a 8% en Jujuy, y del 2,54% al 5,45% en Salta.
Una regla recorre las provincias en las que ya se eligió gobernador: frente a las hegemonías no hay otra cosa que desinterés, resignación y enojo.
Provincias en las que el gobernador de turno maneja desde la Justicia hasta la policía, concentra todos los recursos y acalla las voces disidentes en los medios de comunicación no son otra cosa que el deseo inconfesable que la familia Kirchner trajo desde Santa Cruz hace dos décadas. Nunca pudieron reinar sobre la Argentina como Néstor lo había logrado en su provincia y como lo siguen haciendo los Insfrán, Zamora, Rodríguez Saá y otros.
No es un dato imputable solo al kirchnerismo. Aquí y allá florecen las satrapías comandadas por partidos provinciales que, al desdoblar las elecciones, construyen a su medida el confort de la impunidad.
Más que resistencia, en las elecciones que abrieron 2023 hubo signos claros de resignación y hartazgo. Es sencillo creer que en el turno nacional para elegir presidente esas huellas florecerán en tendencias impensadas.