El siglo de Kerouac, un beatnik siempre en el camino
Hace cien años nació el escritor que modeló un nuevo estilo de literatura que repercutió también en la música y el cine, y marcó a generaciones
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“Eso no es escribir, ¡es mecanografiar!”, clamaba Truman Capote sobre En el camino, la obra fundacional de Jack Kerouac que al día de hoy sigue compitiéndole a su propio autor en reconocimiento y aura. La novela que inauguró la Generación Beat era para Capote solo escribir a máquina. En parte tenía razón: Kerouac –del que se cumple hoy el centenario del nacimiento– había instalado una resma de rollo continuo en su máquina para escribir rápido, sin pausas, casi sin puntos.
Pero al mismo tiempo el autor de A sangre fría se equivocaba: todo el estilo de la novela, como se supo después, no solo se inspiraba en el libre albedrío y la improvisación del jazz, la poesía y las drogas (íconos un tanto cristalizados del movimiento, ya que los beatniks estaban también interesados en el blues y sobre todo en el folk) sino que Kerouac tenía un plan, una estrategia, un objetivo. Escribía y reescribía. Contra todo lo que representa la espontaneidad de un viaje improvisado, el escritor se había dedicado a una lectura pormenorizada de Walt Whitman, James Joyce y Thomas Wolfe para enriquecer su estilo. Tecleaba o disparaba a quemarropa con su máquina de escribir, como de alguna manera su compinche William Burroughs rompería por medio de la técnica del cut-up la linealidad de la literatura ordinaria. Kerouac no mecanografiaba: buscaba el verdadero flujo de conciencia.
La linealidad de ese camino por las rutas americanas nunca fue en realidad tal porque la novela no recoge uno sino varios viajes: en 1947, de Nueva York a la costa oeste (la California del Big Sur, meca beatnik); en 1949, en sentido contrario; y finalmente en 1950, hacia el sur, para finalizar en México. Y habría que esperar hasta Rayuela, de Julio Cortázar, para que un libro de ficción desplegara (como un rollo continúo pero hecho playlist) tal cantidad de héroes del jazz, como Charlie Parker, Dizzy Gillespie o Lester Young.
En esa novela, casi desde el comienzo pueden respirarse los elementos fundamentales de Kerouac. Por ejemplo: “–En otras palabras, tenemos que ponernos en movimiento, guapa, como te digo, porque si no siempre estaremos fluctuando y careceremos de conocimiento o cristalización”. O más adelante: “Hola, tú. ¿Te acuerdas de mí? ¿Dean Moriarty? He venido a que me enseñes a escribir”.
Velocidad, movimiento, escritura. Erotismo y belleza. Al fin y al cabo de allí venía “beat”. El viaje debía tener estilo, swing y sexo. El “viaje” (entre drogas blandas y el jazz estilo bebop, cabría mejor su término anglosajón, “trip”) fue publicado varios años después, en 1957, cuando ya empezaban a conocerse obras del círculo de la novela, protagonistas dentro y fuera de la ficción: Neal Cassady, Allen Ginsberg o William S. Burroughs.
Kerouac, cuya carrera se había iniciado antes de En el camino con la más tradicional El pueblo y la ciudad, continuaría señalando la travesía de la cultura americana, la vanguardia y lo que se conocería como movimiento under, con libros como Los subterráneos, Los Vagabundos del Dharma o Dr. Sax. En ellos, lo semificcional (como en su novela más famosa) se amalgama nuevamente con el jazz y con el budismo, que estudió y afianzó en su cosmovisión creativa.
La poesía también fue un elemento fundamental en su obra. A veces con audacias formales, como en el poema “Sea’' (”Mar”), en el que con aliteraciones y onomatopeyas reproduce el sonido del mar, esa voz cantante del océano. Como si el poema siseara su propio nombre, como una música, cuando leemos en voz alta: whistlin, sea, silt, shoo, shaw, shirsh.
A un siglo de su nacimiento, el siglo de Kerouac, que murió a los 49 años el 21 de octubre de 1969, es tan amplio que parece contener en su ritmo y espíritu beatífico muchas cosas posteriores. Al escritor Roberto Bolaño y Los detectives salvajes, como un sucedáneo mexicano y semibiográfico de los poetas del movimiento infrarrealista; a las novelas con bandas de sonido como las de Nick Hornby o Desierto sonoro de Valeria Luiselli; a la psicodelia contracultural de los años 60 con el grupo Grateful Dead y Timothy Leary, y por supuesto Bob Dylan, un declarado fan de su obra. El más europeo de los artistas estadounidenses, el genial Keith Jarrett, acaso haya encontrado inspiración, tanto en sus novelas de rollo continuo para discos como The Köln Concert de aliento largo, como en sus haikus para sus álbumes de improvisaciones en miniatura como Radiance. El cine puede ver y oír el influjo de Kerouac en John Cassavetes, el clásico Midnight Cowboy o la temprana filmografía y homoerotismo de Gus Van Sant. ¿Una influencia más simple, directa y universal? Cualquier mención de la Ruta 66.
Hoy el concepto de “hipster”, reconvertido en una moda de cortes de pelo, barba y consumo de tragos “de autor” parece un poco lejano al de la Generación Beat. En En el camino, puede leerse al comienzo sobre el personaje Dean Moriarty (modelado sobre su amigo Neal Cassady): “el mítico hipster, el héroe de todos los beatniks, un demente, un ángel, un pordiosero”.
Keroauc fue ese tipo de hipster. El que escribió, se propulsó por todo Estados Unidos y anotó: “Porque al final, no vas a recordar el tiempo que usaste en la oficina o cortando el pasto. Escalá esa maldita montaña”.