El rencor como combustible de la política argentina
La postulación de Ariel Lijo como candidato al máximo tribunal tiene raíces en un gesto emocional del juez Lorenzetti, que parece privilegiar las conveniencias personales al destino del país
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El resentimiento se convirtió en un motor de la política argentina. Aparece, por un lado, como un sufrimiento social, como un dolor surgido de la injusticia y la frustración. Por otro, como un sentimiento individual de políticos que pergeñan jugadas empujados por su propia emocionalidad, por el sentimiento de que algo que les pertenecía les fue arrebatado.
El aprovechamiento del dolor social como herramienta electoral atravesó las últimas campañas electorales. Apeló al sentimiento de revancha, al desquite contra quienes un sector de la población identifica como los responsables de su desengaño.
Pero la emocionalidad también explica movimientos políticos individuales. El debate sobre el futuro de la Corte Suprema es el mejor ejemplo.
El Gobierno puso en discusión dos nuevos candidatos para integrar el tribunal, el juez Ariel Lijo y el constitucionalista Manuel García-Mansilla. El ministro de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti ejerce sin tapujos el padrinazgo del primero. Ideó la jugada de la postulación individualmente, como el fruto de un resarcimiento personal, sin nada parecido a un debate de méritos, de antecedentes o a una discusión colectiva sobre el perfil necesario de la futura Corte Suprema de Justicia.
El sentimiento comenzó a gestarse el 23 de septiembre de 2021. Aquel día se conformó una nueva mayoría en la Corte Suprema, que por primera vez dejaba a Lorenzetti en la minoría. Ya había perdido la presidencia del máximo tribunal durante el gobierno de Mauricio Macri. Ahora, el tribunal podía fallar sin contar con su voto. Tiempo después, la nueva mayoría desplazaría a su principal colaborador, el entonces administrador general de la Corte, Héctor Marchi, la persona que manejaba los recursos del tribunal. Cuando Lorenzetti perdió la presidencia se había buscado sacar a Marchi, que enfrentaba denuncias de Elisa Carrió. Pero no alcanzaron los votos. Tras el cambio de mayoría, se volvió a votar. Esa vez, únicamente Lorenzetti lo respaldó. Marchi debió irse.
El juez había quedado en soledad en un tribunal que, durante más de una década, había manejado con argucia y sin competencia.
Cuando sacaron a su colaborador, Lorenzetti descargó su malestar en un escrito. En su computadora, el juez redactó una oración sugerente: “El enojo lleva a la irresponsabilidad institucional con grave perjuicio para el Poder Judicial”. La frase puede leerse ahora como una amenaza profética.
"El coqueteo entre Rosatti y Massa en plena campaña electoral puso en guardia a Milei y profundizó las emociones en Lorenzetti, quien hasta entonces trataba a Massa como un amigo"
El resentimiento se exacerbó meses después con otra escena que incubó más despecho. Ocurrió durante la campaña electoral. El presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, hizo declaraciones públicas en contra de la dolarización que proponía el candidato Javier Milei, incluso antes de la definición electoral del balotaje.
Luego, tras el triunfo de Massa en las elecciones generales, el presidente de la Corte anheló un gobierno “de unidad nacional”, parafraseando un slogan de la campaña del postulante oficialista. Y después, luego de que Milei elogiara a la exprimer ministro británica Margaret Thatcher, Rosatti dijo que “no se puede decir cualquier cosa de Malvinas”. El coqueteo entre Rosatti y Massa en plena campaña electoral puso en guardia a Milei y profundizó las emociones en Lorenzetti, quien hasta entonces trataba a Massa como un amigo.
No solo había perdido poder en la Corte Suprema. Ahora, su adversario y su aliado se cortejaban públicamente.
Los sentimientos dieron paso a la acción. Los conocedores del círculo cortesano aseguran que Lorenzetti le pidió al empresario Eduardo Eurnekian que le presentara a Milei, quien había sido su empleado en Aeropuertos. El encuentro entre el juez y el futuro presidente abrió la hendija por donde comenzaron a permear las sugerencias.
"Aunque nunca habían fallado en contra de su gobierno, Milei dijo en abril pasado que ‘al menos tres jueces’ de la Corte Suprema tenían una “posición bastante poco amigable” con el decreto de necesidad y urgencia"
Así llegaban las murmuraciones al oído, las recomendaciones que proponían tomar prevenciones frente a la mayoría de la Corte Suprema, los augurios de fallos en contra del decreto de desregulación de Milei. Los comentarios encontraron terreno fértil en las elucubraciones de la mente presidencial. Cuando el fruto estuvo maduro, llegó la propuesta: le conseguiría los votos necesarios en el peronismo para que Ariel Lijo se convierta en juez de la Corte y así, junto al candidato García-Mansilla, la Justicia abriría sus puertas a las reformas libertarias.
Aunque nunca habían fallado en contra de su gobierno, Milei dijo en abril pasado que “al menos tres jueces” de la Corte Suprema tenían una “posición bastante poco amigable” con el decreto de necesidad y urgencia que avanzó con la desregulación de la economía. Solo se salvaba Lorenzetti de la mirada presidencial. Las murmuraciones al oído habían echado raíces. “Los hombres discuten, la naturaleza actúa”, decía Voltaire.
La votación de las leyes económicas en la Cámara de Diputados, el primer logro parlamentario de Milei, hace verosímil que la postulación de Lijo pueda aprobarse en el Senado en un acuerdo con el peronismo, a pesar de los cuestionamientos que pesan sobre el magistrado.
Al pensar un futuro para México tras el gobierno de José López Portillo, el ensayista Enrique Krauze escribió que “lo malo es que los agravios no desaparecen por ensalmo; pertenecen al reino natural de las pasiones, no al de la razón”. Krauze bregaba por la necesidad de convertir el estado “agravio” que sentía la frustrada sociedad mexicana en una oportunidad de “progreso sano, armónico y destinado a aliviar los problemas ancestrales del país”, antes que en brutal revanchismo.
El problema es que sin liderazgos ni ideales, sin partidos ni principios, la política se atomiza en un sinfín de cuentapropistas, y el destino de un país queda sometido a conveniencias individuales. Y una revancha personal puede transformar a un poder de la República.