El raro encanto de un personaje que reconoce su propia maldad
En Púa, el español Lorenzo Silva narra la historia de un exagente de la guerra sucia al que la violencia vuelve a llamar
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Para el protagonista de la nueva novela de Lorenzo Silva (Madrid, 1966), que en las primeras líneas se presenta como una “mala persona”, la asimetría es la principal ventaja provista por su oficio. Retirado de una organización paraestatal dedicada a combatir el terrorismo con los recursos del terrorismo, Púa, que administra una librería de usados donde aún deja aflorar el demonio que habita en él, recibe el mensaje de Mazo, amigo y camarada que le pide ayuda en una misión riesgosa e íntima que involucra a su hija y a una red mafiosa. En Púa (Destino) se alternan capítulos sobre este encargo y el pasado del narrador.
Para Silva, que semanas atrás visitó Buenos Aires para el lanzamiento de la novela, este thriller es osado en varios niveles. “El más evidente es que el personaje es alguien con quien es muy difícil empatizar –dice–. Hay una regla no escrita, y como todas las reglas del arte está para infringirla, aunque eso no sea fácil, de que el protagonista debería inspirar algún tipo de complicidad. Eso en el audiovisual eso se respeta a rajatabla”. La otra osadía es que el autor ha renunciado a cualquier ubicación espacio-temporal. “Es algo bastante generalizado en la literatura del siglo XX pero no tanto en la del XXI, que gusta de la localización, del detalle; en parte también por cierta influencia audiovisual. He escrito novela histórica localizada en el tiempo y espacio y novela contemporánea muy localizada en el tiempo; mis lectores no están tan acostumbrados a este tipo de abstracción en cuanto al tiempo o el lugar”. Por último, caracteriza su novela como un “viaje al corazón de las tinieblas” de un personaje que ya no puede retroceder en su degradación moral. “El lector de thrillers no está acostumbrado a encontrarse en el menú con una reflexión ética y existencial; el desafío de este personaje es que no desafía la moral ajena sino su propia moral”.
Púa no se exculpa ni atribuye a las circunstancias sociales su destino. “Reniego de la autoindulgencia. Es el tipo de porquería que jamás, desde que tomé conciencia de mi maldad, he dejado que se acumule a la mugre que ya cargo por mis feas acciones”, razona el personaje. “Asume lo que ha hecho y es consciente de que sus acciones le destruyen la vida”, dice Silva, que ha escrito libros de ficción y de no ficción tanto sobre organizaciones terroristas como sobre la “guerra sucia” contra ETA y el yihadismo. “Esa apuesta por la violencia y por causar el máximo daño posible al enemigo acaba estando en los dos bandos: el terrorista quiere erosionar al máximo la sociedad o el Estado, pero también los antiterroristas quieren erosionar al máximo la organización y las personas que la forman. Las maniobras están encaminadas a hacer el mayor daño posible. La tarea de gente que ha formado parte de organizaciones terroristas ha sido, por ejemplo, seguir a una persona por semanas hasta encontrar el lugar y el momento dentro de sus rutinas diarias en el cual sería más ventajoso acercarse por la espalda y pegarle un tiro en la nunca. Y los que hacen eso no son robots, no son androides, no son ET, son seres humanos como nosotros”.
Ganador del Premio Nadal en 2000 con El alquimista impaciente y del Premio Planeta 2012 con La marca del meridiano, Silva señala que el terrorismo nacionalista y de izquierda dejó muchas heridas en Europa. “Es muy fácil abrirlas y es muy difícil cerrarlas –sostiene–. En Italia, los terroristas tenían respaldo de la intelectualidad, de la izquierda y también de la derecha; muchos de ellos fueron a la cárcel, pero luego se los indultó y algunos terminaron siendo senadores, terminaron siendo protagonistas de la historia. Y sin embargo las víctimas quedaron en el olvido. En España, conocemos los nombres de los terroristas como si fueran grandes personajes, aunque el único mérito haya sido matar a decenas de personas. Pero la viuda de uno de los guardias civiles asesinados, que con veintidós años y dos niños se quedó sin marido y sin vivienda, se tuvo que volver sola, pobre y abandonada al pueblo de donde había salido. Ese personaje no existe; a nadie le interesa narrativamente”. Para el creador de la serie de Bevilacqua y Chamorro, los narradores están en deuda con esos personajes. “La reparación no solo se produce al contar la historia de los ‘notables’, que además avasallaron a sus conciudadanos, sino también las de las víctimas del terrorismo. Si uno mira la producción de la ficción española, audiovisual y literaria, tienen mucho más peso los etarras y son mucho más los personajes de victimarios que los de víctimas. Hay algo ahí que falla, una distorsión”.
Silva recuerda que la intelectualidad occidental “coqueteó” con la violencia de las organizaciones armadas a lo largo del siglo XX. “Fue algo generalizado, pasó también en América Latina, y es que en el fondo los movimientos terroristas de los años 1960 en adelante estaban impregnados del romanticismo marxista-leninista de la guerrilla, del Che Guevara, de Mayo del 68 –dice–. Ese coqueteo les dio glamour; todavía hoy un filósofo como Alain Badiou defiende a Josu Ternera, el último dirigente de ETA que está pendiente de declarar ante la Justicia española y que se halla procesado en Francia; va a verle como si fuera una víctima a un señor cuyo mérito ha sido formar parte de una organización que asesinó a niños de manera consciente en un atentado. Filósofos como Fernando Savater hicieron una autocrítica de la ‘violencia emancipadora’ de ETA cuando esta organización empezó a apuntar contra periodistas, intelectuales y profesores”.
En Púa, donde se representa la cuestión de la paternidad, las mujeres son víctimas de la historia. “Me planteé si incluir mujeres en la novela –cuenta el escritor–. No lo hice porque eso hubiera aportado un toque de modernidad. En ETA las mujeres ocupaban un rol subalterno y en la Guardia Civil no hay ninguna general; las habrá en cuatro o cinco años. ETA era una organización patriarcal, en que las mujeres, que han sido activas y han asesinado, estaban supeditadas a la cúpula”.
Otro conflicto que el autor quiso abordar es la incomprensión que existe entre jóvenes y adultos. “Las nuevas generaciones son poco conscientes de lo que representó ETA en España, se les ha contado muy poco y mal –señala–. En la sociedad actual, hay una dicotomía entre las generaciones instaladas como la mía, con cierto patrimonio, y los jóvenes que ya no tienen la expectativa de tener una casa; tampoco son padres, prefieren tener un iPhone y una mascota, ya que un hijo es caro. Otra zanja enorme es la conciencia con respecto al futuro: los jóvenes están más agudizados en temas socioambientales y de sostenibilidad, algo que a mi generación le da un poco lo mismo. Detecto mucha incomprensión entre jóvenes y maduros; es como si viviéramos en mundos paralelos”.
Silva descree de que en España haya gran interés por la literatura latinoamericana. “Si hoy le preguntas a un chaval de veinte años, de los que leen, qué referencias literarias tiene, será raro que te mencione a un latinoamericano –dice–. Seguramente su lectura va más por españoles o anglosajones. Pero si le preguntabas a un chaval de mi generación en sus veinte, había más latinoamericanos que españoles. En mi adolescencia eran más influyentes Sabato, Borges, Bioy Casares, Cortázar; teníamos más referentes latinoamericanos y, en particular, argentinos. Además, se leían traducciones hechas por argentinos. Los países se han vuelto más endogámicos, ves la lista de los libros más vendidos y ocho son españoles”.
Respecto del debate acerca de la inteligencia artificial y la creación literaria, declara sentirse perplejo. “Si quiero usar las líneas de un libro de otro en unos de mis trabajos, tengo que pedir permiso al autor o a los herederos –grafica Silva, que también es abogado–. Pero ChatGPT se ha leído todas mis novelas y las utiliza sin mi autorización, y es imposible cobrarles o hacerles juicio a estos señores estadounidenses que no tienen domicilio alguno y están por encima de la ley”.