El punto de no retorno de Cristina Kirchner
Todo indica que la vicepresidenta no logrará la inocencia que declama
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Augurada hasta por la propia condenada, la sentencia del martes fijó un punto de no retorno para Cristina Kirchner. Lograr la inocencia que declama implica ahora provocar un descalabro institucional equivalente a los golpes de Estado que marcaron al país durante cincuenta años en el siglo pasado.
Cuando el polvo del estruendo se haya disipado, podrá verse con más claridad que al peronismo le quedó una líder acorralada por graves condenas de corrupción y fuertemente debilitada por el fracaso de sus recetas de gobierno.
"Con la condena por administración fraudulenta a la líder política más poderosa del país, la impunidad acaba de perder una batalla significativa"
Casualmente o no, otro líder regional, el presidente peruano Pedro Castillo disparó horas después de la condena a Cristina un autogolpe para evitar ser destituido. Castillo, como Alberto Fujimori en abril de 1992, buscó disolver el Congreso e intervenir el Poder Judicial, pero el intento apenas duró dos horas: terminó destituido por el Parlamento como los presidentes anteriores.
Con la condena por administración fraudulenta a la líder política más poderosa del país, la impunidad acaba de perder una batalla significativa. Se cerró esta semana un círculo abierto en el lejano 2008 con una denuncia que primero se convirtió en investigación, luego en procesamiento, más tarde en juicio y finalmente en sentencia.
"Si bien no perderá su libertad porque todavía tiene dos instancias sin plazos determinados para pedir su absolución, hay otros motivos para su preocupación"
Fueron catorce años colmados de recursos procesales para evitar el avance de la causa, que terminaron como empezaron: como al principio, la encartada se defiende denunciando a los medios y al periodismo, a sus opositores y al propio Poder Judicial. Otras dos causas judiciales van camino a juicios orales similares al que acaba de terminar como parte de una serie.
En el largo período de la investigación, juicio y condena por las maniobras delictivas con obras públicas en Santa Cruz entraron la casi totalidad de los mandatos de Cristina, la muerte de Néstor Kirchner, el triunfo y posterior gobierno de Mauricio Macri y el regreso al poder ahora como vicepresidenta, con Alberto Fernández como mascarón de proa, tres años atrás.
Si bien no perderá su libertad porque todavía tiene dos instancias sin plazos determinados para pedir su absolución, hay otros motivos para su preocupación. El fallo encuentra a Cristina debilitada y con menos poder, un fenómeno disimulado en la debilidad del conjunto, en la precariedad del presidente en funciones y en un contexto político general en el que todavía no surge con claridad un heredero del poder.
El empobrecimiento político de la vicepresidenta no es nuevo, pero se acentuó por la condena pura y dura y por el fracaso de la gestión del gobierno que integra. De hecho, en 2019 no quiso aspirar a volver a la Casa Rosada advertida de que no tenía garantías de ganarle a Mauricio Macri, aun en las condiciones favorables que se le presentaban.
Sin perder el control del peronismo, que por ausencia de otros dirigentes importantes sigue subordinado a su jefatura, Cristina puede ofrecer cada vez menos a la fuerza que comanda.
En un anuncio que nadie se atreve a considerar definitivo, la vicepresidenta dijo que no será candidata para no protegerse de la cárcel con fueros. Ocultó con una bravuconada una realidad más drástica: no será candidata a la presidencia porque no está en condiciones de ganar las elecciones.
Es por lo menos extraño que sus mismos seguidores no adviertan que tienen una jefa que se resiste a liderarlos, en un reconocimiento tácito de que, si ella no está en condiciones de mantener al peronismo en el poder, no habrá otro dirigente de esas filas que pueda hacerlo en el próximo turno electoral.
Si Cristina cumple con el anuncio que hizo en los tres minutos de furia de su diatriba televisada luego de ser condenada, invita a creer que intenta profundizar un experimento que ya fracasó: mandar sin ser presidenta. O ser jefa de la oposición encerrada en su casa.
Atribuir todo a la torpeza de Alberto Fernández y negar la pertenencia a su gobierno es un truco imposible en medio de una crisis social que detona entre los ciudadanos la búsqueda de responsables de sus desgracias.
¿Avisó entonces con su renunciamiento que al peronismo y al kirchnerismo en particular les esperan días a la intemperie? Ni tanto ni tan poco.
Para la definición de las candidaturas todavía falta mucho tiempo, aun cuando la tendencia adversa que sacude al oficialismo no parece frenarse y conduce a una alternancia en el poder.
Los mensajes de Cristina han ido acentuando una doble condición. Recuperó y exhibe sin pudor sus viejas inquinas contra la prensa, la Justicia y la oposición. Y, a la vez, alimenta con argumentos y creencias que intentan espantar el dilema moral que supone seguir a una dirigente largamente sospechada y ahora también condenada por corrupta.
Es por lo tanto cada vez más intenso el ejercicio de negación de evidencias como imperiosa la demonización de todo lo que resulte ajeno al propio kirchnerismo.
Es en ese ejercicio de respuestas fanáticas a estímulos incendiarios que el país político empezó a preguntarse hasta dónde podrá llegar Cristina, tironeada por sus propios impulsos y por un llamativo infantilismo revolucionario que sacude a sus referentes incondicionales.
En los mismos mensajes de apoyo que recibió por centenares a partir de la condena del martes no convive la misma intensidad. Es fácil advertir que una parte del peronismo no se dispone a acompañarla hasta las últimas consecuencias.
En los tiempos en los que la denuncia empezaba a convertirse en una investigación, la presidenta del 54 por ciento de los votos (escoltada por otro condenado por corrupción, el vicepresidente Amado Boudou) encabezó hasta el fracaso un intento de “vamos por todo”.
Una líder desdibujada, corresponsable de un gobierno en retirada, repite aquellos denuestos en el enésimo intento de victimizarse. Es la reposición de una vieja obra que ya no emociona. Nada menos efectivo que repetir lo que no funciona.