El primer grito de guerra del presidente Milei
El ganador de las elecciones interpretó que el mandato popular lo habilita a acelerar con un ajuste drástico; cómo hará el kirchnerismo para plantear la resistencia
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Javier Milei resumió en tres palabras la impronta inicial de su presidencia: “No hay plata”. Es un mantra que reemplaza a la imagen bizarra de la motosierra encendida y que a fuerza de repetirlo con tono deliberadamente lúgubre expresa una declaración de guerra contra el orden establecido.
El poder revistió a Milei de un pragmatismo sorprendente en sus posturas públicas, diluyó la utopía incierta de la dolarización, matizó sus odios, atenuó los decibles de su voz, pero –para sorpresa sobre todo de sus rivales– cristalizó su determinación de someter al Estado al ajuste más drástico y profundo del que se tenga memoria.
Cristina Kirchner, el derrotado Sergio Massa y los demás accionistas del peronismo unido descubren con perplejidad que Milei les plantea un juego inesperado. Propone al llegar al gobierno lo mismo o más de lo que había prometido, algo que ninguno de los anteriores presidentes con vocación de liberalizar la economía argentina había hecho. Carlos Menem se vanaglorió de que si decía lo que pensaba hacer nadie lo hubiera votado, y Mauricio Macri moderó sus objetivos ante la convicción de que la sociedad no estaba preparada para asumir el cambio en toda su dimensión.
“Javier tiene una tenacidad lindante con la obstinación y va a tratar de llevar adelante su idea”, vaticinó Rafael Bielsa, actual embajador en Chile, a quien han interrogado desde distintos despachos del oficialismo saliente por su experiencia como antiguo jefe de Milei en el grupo Eurnekian.
Si hiciera falta confirmación, el presidente electo bombardea declaraciones a diario en las que exhibe las piezas del rompecabezas que se propone armar. Dijo que aspira a privatizar los trenes, AySA, los medios públicos, las acciones estatales de YPF; que le va a entregar Aerolíneas Argentinas a los empleados; que va a frenar la obra pública y que será implacable con el reparto de fondos discrecionales a las provincias. Se propone a recortar partidas presupuestarias por el equivalente a 5 puntos del PBI.
En sus análisis previos al desenlace electoral, Cristina Kirchner creía que un triunfo del libertario sería la consecuencia inevitable del decepcionante desempeño económico del Gobierno. Pero calculaba también que la diferencia habría de ser ajustada, como ocurrió con Macri en el 2015, y que la debilidad estructural y la inexperiencia del nuevo presidente lo pondrían rápidamente a la defensiva. La resistencia tendría una base sólida para operar desde el primer día.
La ventaja por más de 11 puntos sobre Massa cambió el campo de batalla. Milei parece descifrar en ese número un mandato claro para desatar el shock sin darle tiempo a la recuperación de sus rivales. Que son los mismos que lo alimentaron durante la campaña con el sueño de usarlo como un instrumento para dividir a Juntos por el Cambio.
Al kirchnerismo le cayó la ficha de que esto no es 2015. Lo que tienen enfrente es un fenómeno nuevo, todavía con rasgos difusos, pero que logró imponer la narrativa del debate público durante toda la campaña, que tiene apoyos en todas las clases sociales, que ganó en 20 provincias y que llega al gobierno con una agenda de ruptura que no hizo el intento de esconder.
Cristina medita sus próximos pasos. Cuando invitó a Victoria Villarruel a reunirse con ella para iniciar la transición en el Senado mostró que entiende la magnitud del dilema. La esperó sin estridencias ni sermones, a pesar de que cuesta imaginar a una dirigente política que pueda considerar más ajena a sus coordenadas ideológicas. Apenas se reservó el discreto consuelo de que un momento que habrá sentido ingrato no quedara retratado en una foto.
El bastión bonaerense que Cristina aseguró con la reelección de Axel Kicillof como gobernador quedó amenazado por el opaco resultado del domingo, en el que Massa apenas superó por 1,5 puntos a Milei en la provincia. El voto libertario permeó hasta en el conurbano profundo, donde los dirigentes peronistas hallaron un rechazo inesperado a la masiva campaña del miedo al ajuste que se inyectó desde el poder.
Cómo será la resistencia
La ola de resistencia a Milei por ahora llega mansita a la orilla. El sindicalista de los pilotos Pablo Biró clamó que lo van a tener que matar antes de que el Estado se deshaga de Aerolíneas. Los gremios de la CGT oponen al “no hay más plata”, la bandera “ni un paso atrás”. Los piqueteros calientan motores con movilizaciones preventivas.
Pero los verdaderos jugadores del poder peronista saben que deben ser quirúrgicos en la reacción. ¿Se puede salir a atacar al presidente que acaba de sacar 55% de los votos? Cristina con esos números (en su caso, obtenidos en una primera vuelta) se lanzó a la fantasía del “vamos por todo”. Es plenamente consciente de que se requiere precisión, timing y conducción política para trazar un plan de oposición en estas condiciones. Primero que nada tienen que salir del aturdimiento de la derrota y reflexionar sobre qué tiene para ofrecer a una sociedad que le dio la espalda en dos elecciones seguidas (2021-2023).
Milei da señales de que intuye la complejidad del duelo, mientras a su alrededor se construye un gobierno de manera caótica y acelerada, sin las ventajas de contar con un partido político que tuviera historial de gestión y experiencia de mando.
Al lanzar desde el primer día la ofensiva contra eso que llama “la casta”, espera aprovechar el impulso de los votos para sortear la trampa que le plantea su famélica fuerza parlamentaria. Al menos en el discurso dejó atrás la fantasía de los plebiscitos y espera construir mayorías con el Pro macrista, los gobernadores del Juntos por el Cambio residual y con los peronistas no kirchneristas. El frenético reparto de cargos refleja esas intenciones. A costa de dejar en boxes a los fieles de la primera hora. Salen los amateurs, entran los profesionales.
Lo tiene difícil. Los actores con los que debe negociar pueden ser víctimas colaterales del ajuste. Seduce a “todos los que quieran abrazar las ideas de la libertad”, pero la invitación no viene con financiamiento garantizado. Cada uno de los protagonistas del sistema político tiene juego. Cada diputado vale. Cada gobernador puede ser decisivo. Pero, en medio del vendaval de la crisis, se aconseja estar guardia.
Una de las incógnitas centrales que persisten es cuál es la traducción completa que hizo Milei del mandato electoral. ¿Entiende que su triunfo tiene un enorme componente de voto prestado; que una porción de la ciudadanía priorizó la opción de terminar con un gobierno fallido? ¿O creerá que el éxito del domingo validó las excentricidades de su personaje público, sus posturas extremas en material social, la negación del cambio climático, la banalización de los crímenes de la dictadura, los rasgos intolerantes con el que piensa distinto?
Los indicios de la primera semana sugieren que ha interpretado la prioridad que le imponen sus votantes circunstanciales: bajar la inflación a partir de una racionalización del Estado. Se enmendó a sí mismo con los gestos de reconciliación con el Papa, la cordialidad con China, la amabilidad con Joe Biden (al que atendió antes que a Donald Trump), la disposición a conversar civilizadamente con Alberto Fernández, el archivo del plan dolarizador. Ha presentado el ajuste con términos catastróficos: “Si no lo hacemos, vamos hacia una hiperinflación que va a llevar al 90% de los argentinos a la pobreza”.
Con esa frase completa el sentido que le da al “plan no hay plata”, la contracara del “plan platita” que simbolizó la era Fernández-Kirchner-Massa.
El gigantesco desafío que le espera es no fallar en la receta. Quienes conocen a Milei coinciden en describirlo como un dogmático con una fe ciega en la capacidad del mercado para ordenar la vida material de las personas. El tamaño del desastre acaso lo obligue a flexibilizar posiciones, a afinar la empatía, a entrenar la aceptación de la crítica.
Apunta a contener la reacción populista cuando dice que los recortes no van a afectar a la “gente de bien” sino a “la política”. ¿Es posible desfinanciar la obra pública sin afectar a los obreros?, ¿puede suponerse que el cierre de empresas públicas no va a dejar empleados honestos en la calle? Si aplica un corte drástico a las transferencias nacionales con las que gobierna Kicillof la provincia, ¿es imaginable que el costo social vaya a ser nulo?
Carlos Rodríguez, el economista liberal que hasta hace poco asesoraba a Milei, respondió sin la cautela de quien ocupa un cargo: “Los argentinos van a sufrir. Cuando hay una guerra, ¿quiénes sufren? Los que van a pelear”.
Milei apuesta dosis monumentales de capital político en la promesa del ajuste sin daño, que solo afecte a los malos. La idea prendió en los votantes, pero tiene que pasar el test de la realidad. El hacha puede parecer tentadora mientras uno no sea el árbol.