El pesebre, una tradición navideña que La Rioja mantiene con orgullo
La reconstrucción del nacimiento de Jesús tiene en la provincia cuyana una larga historia
- 6 minutos de lectura'
“Todo, hombres y dioses, creencias y tradiciones, todos nos marchamos, Quizá sea una obra piadosa preservar estas últimas del olvido completo, embalsamándolas”. La frase, fechada en París en marzo de 1853, pertenece al poeta alemán Heinrich Heine y está en su libro Los Dioses en el exilio.
Cuna de políticos, escritores e intelectuales como Joaquín V. González, autor de Mis Montañas, y Arturo Marasso, su discípulo, nacidos ambos en Chilecito, La Rioja es pródiga en viejas tradiciones preservadas del olvido. Una de las más notables es La Plaza del Pesebre, en la capital riojana. La tradición que el Nacimiento o Pesebre mantiene en esta provincia parece ser única, a tal punto que, durante la presidencia de Carlos Menem, el Congreso de la Nación declaró en 1998, por iniciativa del senador Raúl Galván, a la provincia riojana como “Capital Nacional del Pesebre”.
A partir de entonces surgió un nuevo desafío: construir una plaza del pesebre estable. Los arquitectos Pedro Brígido y Jorge Ripoll propusieron “un monumento perdurable en el tiempo, con una sólida estructura soporte de hormigón armado, sobre la que se vestirá el pesebre”.
¿Cómo eran las Navidades de antes en La Rioja? Poco sabemos sobre la imaginería religiosa local de aquellos lejanos tiempos. Nada queda de la ciudad colonial, de la que solo sobreviven uno o dos edificios. La ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja, fundada por don Juan Ramírez de Velazco, fue destruida por un sismo devastador en octubre de 1894.
En el casco antiguo, donde se levanta el Convento de Santo Domingo y la iglesia, construida por los indios en 1623, solo se mantienen las paredes exteriores originales; el interior resultó parcialmente destruido. En cuanto al convento, tuvo peor suerte, ya que casi nada quedó de la construcción primitiva.
Sin embargo, el relato oral ha logrado transmitirnos tradiciones y costumbres que se remontan a los comienzos del siglo XIX y que conmemoran el nacimiento de Jesús, el Niñito Dios, como se le dice en esta provincia. También, sobre la proliferación de pesebres en los barrios, que niños, jóvenes y adultos vecinos solían visitar. Una de las particularidades del habla coloquial es que la gente no dice armar el pesebre sino “vestir” el pesebre. Dos estudiosos del tema, el recordado antropólogo y arqueólogo Julián Cáceres Freyre y Antonio Lascano González, dejaron escritos sus recuerdos en La Navidad y los pesebres en la tradición argentina, libro publicado en 1963, bajo la dirección del poeta Rafael Jijena Sánchez.
Cáceres Freyre había nacido en Buenos Aires en 1916, donde murió en 1999. Vivió su niñez en La Rioja y allí nació su amor por la antropología y la arqueología, que acrecentó con expediciones realizadas en nuestro país, en México y los Estados Unidos. Cáceres Freyre rememora, entre otros recuerdos asociados a la Navidad, la vieja casona de sus abuelos, con sus huertas y corrales, que ocupaba más de media manzana en un barrio de la capital riojana, y los notables pesebres que vestían los vecinos.
Recuerda, en especial, el de don Antonio H. de la Fuente, el mejor de la cuadra, que se levantaba en un patio interior, debajo de una parra; además de ser muy grande estaba ornado con detalles de gran colorido que despertaban la admiración de los visitantes. De todos los barrios venían las pacotas, variante del argentinismo “patotas”, en su mayoría juveniles, que cantaban villancicos, y gente de los pueblos cercanos: Sanagasta, Talamuyuna y Bazán. Recuerda, también, el de doña Carlota Duarte, que vivía enfrente de la casa de sus abuelos; un pesebre pequeño pero con los más curiosos elementos de la fauna y flora local: huevos de aves y de pájaros, flores del aire, cardones y pencas de hermosas flores. Y evoca los versos de Joaquín V. González: “Flor de los cardones/ blanca como el lirio/ en lecho de espinas/ lloras tu martirio”.
Por último, menciona dos pesebres famosos que recordaba su padre, Julián Cáceres: el que vestía don Aurelio de la Vega y el de la señora Carmen de la Vega de Vallejo, ambos de gran calidad artística. Tampoco olvida el uso que niños y damas daban a los tucos, enormes luciérnagas a las que cazaban al grito de tuco-tuco, que iluminaban las noches con sus luces fosforescentes. Los colocaban en los vestidos blancos y en las cabezas.
Una visita reciente a esta provincia hizo que este cronista se sorprendiera ante los tucos y la gigantesca chicharra, llamada coyoyo, moradora de los algarrobos, a la que atribuyen hacer madurar, en vísperas de Navidad, a la algarroba blanca. Con las primeras vainas se fabrica la aloja, refrescante bebida clásica, con la que brindan.
“¡Ay Navidad de Aimogasta!, añapa y aloja no habrá de faltar/ mientras la luna riojana se muere de ganas de participar”, cantaban Los Fronterizos en la versión original, de 1964, de “Navidad nuestra”, con letra de Félix Luna y música de Ariel Ramírez, y la participación de Jaime Torres, en charango, y el Chango Farías Gómez en percusión, entre otros músicos notables.
El testimonio de Antonio Lascano González no es menos interesante, aunque su mirada no está puesta en describir o recordar pesebres locales. Se titula “El Niño Dios de alabastro en los pesebres riojanos”. Su autor recuerda que el armado del pesebre solía ser una tarea colectiva, comunitaria, tanto en los ranchos como en las casonas señoriales, cuyos ocupantes rivalizaban para lograr que fuera el más llamativo. No importa que incurrieran en candorosas ingenuidades y anacronismos.
En la zona aledaña a Chilecito eran comunes los Niños en alabastro de un santero riojano, orfebre y platero, Ruperto de la Vega, nacido hacia 1823, que vivió sus últimos años en Sañogasta y realizaba su trabajo en un valle paradisíaco en las estribaciones del Famatina. Lascano González agrega que tuvo oportunidad de ver varias piezas de este destacado artista, conservadas por sus descendientes. De la Vega murió en 1885 y un nuevo casamiento de su viuda hizo que se dispersara gran parte de la platería y numerosos objetos.
Sin embargo, el nombre y la contribución de de la Vega al culto del pesebre en La Rioja merecen ser recordados entre los pocos que han llegado hasta nosotros, en medio de otros tantos artistas ignorados.
El lado melancólico que suele tener la Navidad está en uno de los villancicos más populares: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va/. Y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Pero está también la otra cara, esperanzadora y risueña, como en esta copla que Juan Alfonso Carrizo recogió en su Cancionero de La Rioja, de 1942: “Buenas noches Doña María/ ¿Cómo se halla su Merced? /¿Cómo va el Viracocha, el niño que parió usted?”