El país de la doble vara: la peor corrupción es siempre la ajena
En la tradición de los grandes medios que se precian de tales, Pablo Sirvén redactó la necrológica de Jorge Lanata hace cinco años. Era una previsión tan natural como incómoda que se tomó durante una de las crisis de salud que atravesó el periodista muerto en el anteúltimo día de 2024.
Durante una entrevista con el mismo Lanata, Sirvén le concedió el estremecedor privilegio de conocer las primeras líneas del texto con el que sería despedido por LA NACION varios años después.
"En el adiós de Lanata asomó otra vez el país de las miserias, la Argentina que esconde su hipocresía detrás de afinidades ideológicas e intereses materiales concretos"
Como el gran editor periodístico que fue, tal como lo había descrito el agudo redactor del obituario, Lanata no pareció sorprenderse por la descripción y, mucho menos, de que ya estuviese redactada su despedida. Una regla no escrita de las viejas redacciones indica que cuando a un notable le escriben su necrológica le prolongan la vida.
Además de las extendidas muestras de pesar por su muerte al final de un largo padecimiento, el adiós de Lanata asomó otra vez a los argentinos al país de las miserias. Es la Argentina que esconde su hipocresía detrás de afinidades ideológicas e intereses materiales concretos.
Esa muerte habilitó una vez más el desprecio del que son blanco quienes denuncian la corrupción política sin distinguir su origen. En las redes sociales, desde los márgenes de la derecha y la izquierda populistas que supimos conseguir, llovieron agresiones al periodista que editó numerosas notas con denuncias contra el menemismo, tanto como director de Página 12, como luego en televisión, en su programa Día D.
Una década después, Lanata hizo lo mismo con los latrocinios del kirchnerismo en Periodismo para Todos, por El Trece, junto a otros muchos periodistas que desde distintos medios hicieron su trabajo de contar lo que el poder quiere mantener oculto.
En los momentos complicados de la economía argentina –es decir, siempre–, el señalamiento de delitos cometidos por los dirigentes políticos registra un gran interés de las audiencias. Es una forma simple y directa de explicar y establecer responsables por los desastres colectivos que el mal manejo de la economía provocó en términos de achicamiento de la producción, desempleo y empobrecimiento.
"El recurso de dividir al mundo entre amigos y enemigos, tan usado por el kirchnerismo, es también una herramienta de los libertarios, tan reactivos a las críticas e igualmente dispuestos al insulto a repetición"
Diferente fue y es el verdadero castigo que los ciudadanos aplicaron cuando juzgaron con su voto a esos políticos. Por lo tanto, diverso es el criterio para valorar la actuación del cartero que lleva las malas nuevas.
Lanata era un ídolo del progresismo cuando mostraba los casos que llevaron a tribunales a muchos funcionarios de los años noventa y al propio Carlos Menem. Pero para los kirchneristas y su elenco de incondicionales se convirtió en un traidor cuando difundió las maniobras de la familia presidencial y sus subordinados, que derivaron en causas que en su mayoría terminaron en condenas y juicios en trámite. No era conveniente para la causa de la liberación nacional, sentenciaron a coro los negadores de lo evidente.
Lanata al margen, esa doble vara es un recurso que se utiliza sin pudor como si la memoria y el registro de posiciones anteriores pudiesen borrarse mágicamente. Es lo que permite ahora a los libertarios idolatrar a Menem y pasar por alto sus oscuros manejos detrás del éxito económico. Es lo que habilita a los peronistas a mantener a Cristina Kirchner como jefa e insistir en presentar como actos persecutorios denuncias, pruebas, procesamientos, juicios y condenas realizados según ordena la ley.
A los muchachos de Milei no les importa que Menem haya sido condenado en tanto haya hecho, como en verdad lo hizo, el ensayo más duradero de un esquema de estabilidad inflacionaria. Importa más eso. A la corrupción menemista mejor licuarla en el olvido mientras la afinidad ideológica y el valor simbólico de los años de la convertibilidad sean útiles para el presente.
"Al populismo le obsesiona lo que pueda decirse de él, le encanta la comunicación propia y detesta a los periodistas y la información que no pasa por su control"
El kirchnerismo utiliza desde hace dos décadas el mismo recurso. El corrupto siempre es el otro, y quien la denuncia es retratado como un enemigo. Ni hablar de los fiscales y jueces que se atrevieron y atreven a investigarlo. A ellos se los hostigó durante años con todo tipo de amenazas y aprietes hasta presentarlos como una minoría separada del sistema judicial, que incluye personajes siempre dispuestos a mirar para otro lado.
El recurso de dividir al mundo entre amigos y enemigos, respectivamente leales y despreciables, es también usado por los libertarios, tan reactivos a las críticas e igualmente dispuestos al insulto a repetición.
Como el kirchnerismo, el mileísmo pretende reducir el impacto que tuvieron y pueden tener en el futuro investigaciones periodísticas que reflejan delitos cometidos por la vieja y la nueva casta política de la Argentina. Considerar que el periodismo es un problema es una antigua manía enraizada en la cultura del poder que los libertarios han incorporado con naturalidad.
Al populismo le obsesiona lo que pueda decirse de él, le encanta la comunicación propia y detesta a los periodistas y la información que no pasa por su control.
El kirchnerismo ha incorporado un nuevo artificio luego de años de negación de responsabilidades y persecución a sus acusadores y juzgadores.
Alberto Fernández fue expulsado del paraíso cristinista por ineficiente, denunciado por supuestos abusos contra su exesposa y ridiculizado por sus impropias conductas personales. Es una forma oblicua de negar que le caben similares sospechas que a la misma Cristina, Julio De Vido o Amado Boudou, en tanto Fernández es también investigado por el escandaloso manejo de los fondos de las aseguradoras.
Más inquietante que las viejas y nuevas maniobras del peronismo kirchnerista, es la conducta negadora de los votantes argentinos, siempre listos a soslayar la condición de corruptos de los dirigentes por los que sienten afinidad ideológica, o mientras haya una mejora circunstancial de la economía, o los motive un odio visceral por las opciones distintas a las elegidas. Siempre estará permitido disimular que sobran prontuarios y faltan fichas limpias.