El país, ante los penales del balotaje
En el remoto abril pasado, neuquinos y rionegrinos abrieron el largo camino de elecciones que terminará en apenas ocho días con la segunda vuelta presidencial entre Sergio Massa y Javier Milei.
Como en un relato de Roberto Fontanarrosa, el destino del país parece condenado a definirse en el albur de una serie de penales. Colmo de males, ambos protagonistas fueron arqueros.
La Argentina escondía esta enorme sorpresa como respuesta a un oficialismo en retirada, ya duramente vencido en las elecciones de 2021 y con una acelerada crisis inflacionaria y de empobrecimiento.
Sergio Massa acunaba pero no concretaba su ambición de candidato. Javier Milei estaba lejos de imaginarse en un balotaje. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich esperaban competir entre ellos para luego ir en busca de una presidencia segura. Están empezando las últimas cuatro semanas de Alberto Fernández; hace tiempo es un fantasma.
"Un cambio inercial parece conducir a Milei a un final que puede encontrarlo arriba de Massa y convertirlo en presidente"
Desde aquel comienzo del año electoral ocurrieron al menos tres enormes sorpresas. La autodestrucción de Cambiemos, la irrupción de Milei y la resistencia de Massa.
La fuerza favorita para ganar, Juntos por el Cambio, se autodestruyó en una pelea interna que lo separó de al menos la mitad de sus votantes. Esa guerra precipitada y torpe incluyó el renunciamiento a ser candidato de Mauricio Macri y su fuerte corrimiento hacia posiciones extremas que lo acercaron más a Milei que a sus subordinados en pugna.
Esos movimientos terminaron de romper las relaciones internas dentro del PRO y, también, liquidaron la sociedad con los socios minoritarios de la coalición, los radicales y la Coalición Cívica de Elisa Carrió. Nadie es culpable y todos lo son, en proporciones que siempre estarán en discusión.
Al momento de las elecciones primarias, los dos candidatos de Cambiemos sumaron menos que Javier Milei y alumbraron una postulación débil y sin rumbo de Patricia Bullrich, cuyo logro de vencer al supuesto favorito Rodríguez Larreta no le sirvió para potenciarla sino para exponerla a sus propias limitaciones.
"La campaña del miedo del ministro Massa confronta con la voluntad de cambio en un desesperado intento de mostrarse como una alternativa a él mismo"
En lugar de la fuerza que durante casi una década confrontó mano a mano con el peronismo kirchnerista apareció Javier Milei, una expresión hija del hartazgo social. El peronismo lo había ayudado a estructurar la fuerza con la vieja receta de crearle rivales al adversario, hasta que se encontró que el libertario se convirtió en un enemigo peligroso.
Novedad incendiaria por su triunfo en las elecciones primarias de mediados de agosto, Milei quedó estancado en el mismo 30% de votos en la primera vuelta. No es un capital despreciable para competir en el balotaje con Massa, en especial si se tiene en cuenta que la abrumadora mayoría de los votos que quedaron vacantes luego de votar a Bullrich y Juan Schiaretti habían apostado a un cambio de rumbo político claro y concreto.
En pocas palabras: más del 60% del electorado votó el 22 de octubre con el deseo de que el peronismo kirchnerista se vaya.
Milei es hijo de su propia proeza de ser el avasallante hombre del cambio y al mismo tiempo esclavo de sus propias limitaciones personales y de la ausencia de una estructura política sólida.
Como nadie en la historia electoral de la Argentina y como pocos en un mundo que hizo aceptables a los candidatos excéntricos, el líder de La Libertad Avanza logró consenso para ideas muy a la derecha del mapa ideológico.
"Massa y Milei tendrán una oportunidad que puede ser decisiva en el debate de mañana frente al cual una pregunta desnuda la pobreza política del momento: ¿Podrá Massa sacarlo de sus casillas a Milei?"
Un cambio inercial parece conducir a Milei a un final que puede encontrarlo arriba de Massa y convertirlo en presidente. Más que las encuestas, es un dato que aparece en la conducta de los dos competidores. Massa al ataque; Milei tratando de conservar la acumulación de votantes que quieren sacar al kirchnerismo.
Los flancos que deja Milei construyeron la oportunidad a la que se aferra Massa entre su triunfo en la primera vuelta y el desafío de lograr acercarse a la mitad de los votos imprescindibles para ser presidente. La campaña del miedo del ministro de Economía confronta con la voluntad de cambio, en un desesperado intento de mostrarse él mismo como una alternativa.
El montaje del peronismo kirchnerista que encabeza Massa apunta precisamente a negar esa condición. Eso explica la ausencia de Cristina Kirchner y de su hijo Máximo, que, más allá del hipotético repliegue de la primera, parece tener asegurada la presidencia de la Cámara de Diputados si Massa es presidente.
El candidato oficialista se muestra desprendido de sus socios y hasta de su fallida gestión como ministro, salvo para dos cosas: en primer lugar, para usar y abusar del imprescindible aprovechamiento de la estructura estatal y partidaria del peronismo. En segundo lugar, para hacer un reparto indiscriminado de dádivas para cazar votos.
En el tramo final apareció la siniestra trama de espionaje ilegal montada por el kirchnerismo. No parece sin embargo tener un impacto directo en la conducta de los votantes ya definidos. Por doloroso que resulte, pasó lo mismo con la repugnante exhibición de la riqueza inexplicable de Martín Insaurralde antes de la primera vuelta.
Massa y Milei tendrán una oportunidad que puede ser decisiva cuando mañana se crucen en un debate precedido de una pregunta que desnuda la pobreza política del momento: ¿Podrá Massa sacar de sus casillas a Milei?
Luego quedarán los últimos trazos de la campaña y las urnas del 19, en medio de un feriado confirmado para beneficiar a Massa, en el supuesto de que viajarán más votantes opositores que oficialistas.
Si una maldición le falta a la Argentina es que el resultado de las elecciones sea tan ajustado que habilite la irresponsabilidad de desconocerlo sin elementos ciertos para impugnarlo. No hacen falta más chispas en un país que vive sobresaltado por su propio e interminable incendio.