El interminable mundo de las emociones
Tras los aportes de la psicología y las neurociencias, un nuevo abordaje revaloriza la cultura para entender cómo sentimos
- 6 minutos de lectura'
El estudio de las emociones está en revisión. De la mano de las neurociencias, el primer gran cambio fue revalorizar el papel de los afectos en la racionalidad: no hay razón sin emoción. Entre los nombres más destacados en este giro, se cuentan los de los especialistas Joseph LeDoux, así como Antonio y Hanna Damasio.
El segundo cambio es más reciente, y da un vuelco hacia las humanidades, ya que tiene que ver con revalorizar la cultura para entender cómo se moldean las emociones. Digamos: así como distintos pueblos piensan diferente, también sienten diferente.
De este giro es destacado representante Homo emoticus. La historia de la humanidad contada a través de las emociones, del británico Richard Firth-Godbehere, miembro asociado de Centro para la Historia de las Emociones de la Universidad Queen Mary de Londres.
El libro recorre distintas culturas y momentos históricos, de la Grecia clásica al ascenso de China a fines del siglo XX, pasando por el cristianismo antiguo, la caza de brujas en los siglos XVI y XVII, el Japón en etapa de modernización y la Guerra Fría. En estas sociedades, cuenta Firth-Godbehere, se da un papel diferente a los afectos en la vida personal y social. Las emociones mismas son distintas, no meramente en su expresión sino en su propia conformación.
"Firth-Godbehere va un paso más allá del culturalismo en el análisis de los casos históricos: también cuestiona la noción misma de emoción, que vincula al desarrollo de la ciencia occidental"
El contexto importa: “Nuestra educación y nuestra cultura concretas nos enseñan cómo se supone que debemos comportarnos cuando sentimos algo”, explica el británico, quien propone categorías clave. La primera es la de “régimen emocional”, el sistema que rige en grupos o subgrupos, y que propone las emociones adecuadas a cada situación. Su ejemplo contemporáneo es el de los asistentes de vuelo en primera clase, que deben manifestarse pacientes y solícitos más allá del posible maltrato de los pasajeros vip.
De este ejemplo surgen otras dos categorías: “trabajo emocional”, que es el esfuerzo personal para adecuarnos al régimen, marcado por la mayor o menor distancia entre nuestra experiencia y el deber ser; y “refugio emocional”, que habla de las situaciones en que podemos actuar en disidencia con lo que el régimen impone. Cuando estamos con amigos, por ejemplo: imaginemos las charlas entre los asistentes de vuelo al aterrizar.
Ahora bien, la propuesta de Firth-Godbehere como parte de un segundo momento de revisión del estudio de las emociones va un paso más allá del culturalismo en el análisis de los casos históricos: también cuestiona la noción misma de emoción, que vincula al desarrollo de la ciencia occidental.
Charles Darwin propone en La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, publicado en 1872, que las emociones surgen, en los humanos y en los animales, cuando el sistema nervioso reacciona ante algo. Algunas de esas reacciones tendrían un carácter instintivo: temblar de miedo, por ejemplo. Estas observaciones serían una prueba más de nuestra vinculación evolutiva con otros animales, así como del origen biológico de las emociones.
Firth-Godbehere también comenta los aportes de autores posteriores, como William James; o previos, como Platón, Aristóteles, René Descartes o Thomas Hobbes.
En ese trayecto, el británico se detiene en una mirada opuesta a la suya. Se trata de la teoría biologicista y universalista del psicoterapeuta Paul Ekman, quien sostiene que los seres humanos compartimos seis emociones básicas, que pueden vincularse a seis expresiones faciales: felicidad, ira, tristeza, repugnancia, sorpresa y temor.
Postulada en la década de 1960, pese a observaciones contrarias de antropólogos como Margaret Mead, esta teoría pasó a ocupar un lugar destacado. Muchos lectores pueden conocerla. De ella se deriva la idea de que hay microexpresiones faciales que delatan nuestras verdaderas intenciones, una noción que dio origen a una serie de televisión y, más impresionante, a medidas de vigilancia en los aeropuertos para detectar sospechosos. Medidas fallidas, cuenta el británico, porque no ofrecieron resultados mejores que una selección al azar.
Aquí es donde llega la nueva propuesta teórica, de la mano de una psicóloga canadiense, Lisa Feldman Barrett. Investigando para su tesis doctoral sobre psicología en el marco de los estudios de Ekman y seguidores, Feldman Barrett se encontró con sus limitaciones. Elaboró una teoría alternativa, que tiene en su base la noción de “afecto nuclear”: la forma cómo el cerebro da sentido a los datos sensoriales depende de muchos aspectos, incluidos los contextuales.
Es decir, las emociones no “se disparan” automáticamente, sino que “emergen como una combinación de las propiedades físicas del cuerpo, un cerebro flexible que se conecta de acuerdo al ambiente en que se desarrolla, y la cultura y crianza, que proveen ese ambiente”, explica Feldman Barrett, hoy directora del Laboratorio Interdisciplinario de Ciencia Afectiva en la Universidad Nortwestern de Estados Unidos.
La canadiense presentó sus ideas al gran público en dos libros recientes. En La vida secreta del cerebro. Cómo se construyen las emociones (publicado originalmente en inglés en 2017 y traducido al castellano en 2018) plantea las grandes líneas de su visión, en diálogo entre la psicología y las neurociencias.
Y en Siete lecciones y media sobre el cerebro (de 2020 y traducido en 2021), suscribe a la idea de un cerebro emocional (el primer gran giro del que hablamos al comienzo) y vincula paso a paso su propuesta con el marco más amplio de las visiones actuales de las neurociencias, desbancando ciertos mitos arraigados.
La visión de Feldman-Barrett no supone desconocer que nacemos con sensaciones simples, como las de tranquilidad o agitación, de comodidad o incomodidad, que sienten los bebés, que corresponden a una suerte de barómetro interno. Pero insiste en que necesitamos más detalles para entender cada situación que enfrentamos. Esos detalles surgen de nuestra experiencia vital, y el cerebro la tiene en cuenta al construir las emociones.
Si todo esto suena a la disputa de nature frente a nurture, es decir, naturaleza o crianza, la respuesta es simple: pues claro. Lo interesante es que en el campo de las emociones, como antes en el del lenguaje y muchos otros, cada vez se complejizan más las visiones y resulta más difícil suscribir a uno u otro extremo.
Homo emoticus
Por Richard Firth-Godbehere
Trad.: Francisco J. Ramos Mena
Salamandra
296 páginas, $ 7999
Siete lecciones y media sobre el cerebro
Por Lisa Feldman Barrett
Paidós