El experimento inconcluso del presidente antipolítica
Javier Milei dinamita cualquier oferta de un pacto de cúpula y sueña con una fuerza moldeada a su medida; los riesgos para la gobernabilidad y la mirada de un peronismo atrapado en su crisis
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Javier Milei casi no sale a la calle. No corta cintas, no viaja por el país ni se hace armar actos para que le rindan pleitesía. Desoye los cantos de sirena del círculo rojo que lo tientan con pactos de cúpula para maquillar su debilidad institucional. Ofrece austeridad a una sociedad empobrecida. Le repugna el verbo “negociar” y ejerce sin disimulo la rutina del apriete a sus adversarios.
En el camino hacia el poder ha abandonado proyectos emblemáticos, compañías que parecían inseparables y algunos dogmas de su fe libertaria. Pero a medida que pasan los días refuerza el costado antipolítico de su gestión, a la larga el rasgo más distintivo del experimento que triunfó en las elecciones nacionales de 2023.
Alrededor de esa característica se dibuja una de las grandes incógnitas sobre el destino próximo de la Argentina. Milei esbozó las líneas centrales de un programa y un rumbo económico, pero aún no se distingue con claridad cuál es el mecanismo con el que cimentará la gobernabilidad, carente como está de apoyos parlamentarios.
En ese mar de opositores al que él describe como “la casta” reina la perplejidad. Lidian con un cuerpo extraño. Los que le tienden la mano para ayudar a menudo la retiran mordisqueada. Quienes lo combaten como a un demonio se atragantan de tanto en tanto con la sorpresa de ver a alguno de sus filas recibido con honores en las Fuerzas del Cielo.
Milei juguetea con el complejo de los derrotados. Señala a sus rivales –sin distinción– como culpables del gran fracaso argentino y les refriega sus votos en el balotaje, como si la legitimidad de las elecciones legislativas fuera de un rango menor. Habilita diálogos de Estado con ellos, pero acostumbra a desautorizar a sus delegados desde su altavoz de las redes sociales.
Como hijo del fiasco de Alberto Fernández y el Frente de Todos, descree de las bondades de un esquema de coalición política. Lo ha demostrado desde que ganó la Presidencia. Mauricio Macri fue el primero en ofrecerle un acuerdo parlamentario de gobernabilidad con el Pro y otros sectores afines ideológicamente al nuevo poder. Milei lo rechazó amablemente. Y, de inmediato, incorporó al gabinete a los integrantes de la fórmula electoral de Juntos por el Cambio –Patricia Bullrich y Luis Petri– como quien contrata a dos cuentapropistas.
Es la misma lógica con la que esta semana le dio la bienvenida al gobierno a Daniel Scioli, actor protagónico de la era kirchnerista. En la gestión sobreviven massistas y camporistas, entraron peronistas de Juan Schiaretti y se aprobó una alianza impensable con el gobernador peronista de Tucumán, Osvaldo Jaldo.
Milei concibe a su fuerza política como una suma de individualidades y rehuye de las construcciones colectivas. El sueño de la casta propia.
Tal como le dijo que no a Macri, se niega a aceptar la soga que le tienden los gobernadores del antiguo Juntos por el Cambio y otros caciques no alineados con el kirchnerismo. La implosión del sistema político y las urgencias financieras le daban la oportunidad en apariencia valiosa de apoyarse en una red territorial que blindara la gobernabilidad aun cuando La Libertad Avanza no controla una sola provincia.
Desairó, sin embargo, a los que le traían en bandeja promesas de lealtad. A ninguno de los gobernadores lo recibió a solas, ni siquiera a aquellos con los que tenía trato de antes, como si temiera contaminarse con una relación personal.
“Coimeros” y “extorsionadores”
El retorcido trámite de la ley ómnibus que mandó en diciembre refleja los riesgos a los que está expuesto con un plan político de estas características. A los diputados dialoguistas que se morían por aprobarle el proyecto –con la condición de discutir los puntos más controversiales para los electorados que representan– Milei los trató de “coimeros” y “extorsionadores”. Convirtió a palomas en halcones. Y les advirtió en público que no iba a ceder: “No estoy dispuesto a negociar nada”.
Es un decir. Tuvo que eliminar cerca de 400 artículos de la ley para evitar un fracaso estrepitoso en el Congreso. Para alguien que prioriza la narrativa a los hechos el mensaje transmite intransigencia con lo viejo. Pero, ¿es suficiente para demostrarle a un mundo que desconfía de la Argentina que tiene capacidad para ejecutar el cambio fundacional que promete?
El ensayo libertario presume que su fortaleza se agiganta con el desprestigio y la debilidad de quienes se le oponen. Por eso Milei hace tiro al blanco con ellos: su arma son los índices de popularidad, que por el momento se mantienen en niveles parecidos al 55% que lo votó en la segunda vuelta de noviembre contra Sergio Massa.
El desafío titánico que le espera consiste en retener el apoyo social cuando los efectos del ajuste fiscal se sientan en toda su magnitud y aquellos aliados a los que hoy rechaza pierdan el ansia de ayudarlo.
El dilema peronista
Cristina Kirchner lee esa realidad y pide paciencia a sus seguidores. Volvió a instalarse en Buenos Aires y despacha de lunes a viernes en su oficina del Instituto Patria. Hace silencio público porque cree que no están dadas las condiciones para un choque directo con el nuevo presidente. “Hay que dejar que el tiempo haga su trabajo”, la cita una diputada que la visitó esta semana, mientras el Congreso discutía la ley ómnibus.
La expresidenta no avaló la huelga prematura de la CGT. Ordenó apenas un acompañamiento sigiloso a los dirigentes de La Cámpora y de las agrupaciones que la veneran. Prefiere que de la erosión callejera se encargue la izquierda. Las encuestas que le llegan le muestran el desastroso juicio público sobre la gestión que ella integró hasta diciembre. La afinidad al peronismo también está comprometida. El partido se debe un debate profundo. Y ante todo resolver quién lo conducirá: hoy formalmente sigue a cargo de Alberto Fernández, entregado al esfuerzo de su año sabático en Madrid.
Al kirchnerismo lo tortura la incógnita de si es posible reconstruir una alternativa de poder después de dejar el gobierno con 200% de inflación y una pobreza superior al 40%. La huida de referentes provinciales, no solo del tucumano Jaldo, y las penurias de Axel Kicillof para gobernar sin plata son alarmas atronadoras.
La crisis del peronismo y la implosión de Juntos por el Cambio le dan un margen a Milei para gastar capital político mientras trata de domar la inflación, el verdadero (y acaso único) mandato que recibió de las urnas. Nunca está de más una dosis de grieta y división, aunque a alguno lo agote ese recurso tan afín a los populismos.
“Hay que trabajar en la construcción de mayoría parlamentaria para poder gobernar. ¡Así no se puede funcionar los cuatro años!”, azuzó Miguel Ángel Pichetto antes del debate de la ley ómnibus, irritado por el intrincado comportamiento de los libertarios.
Nada más alejado de las intenciones de Milei, que se empeña en sobreactuar audacia como forma de suplir su carencia de diputados y senadores. Él cree en un vínculo directo con la sociedad, sin intermediaciones, y les abre los brazos a todos aquellos que se animen a sumergirse en el Jordán de entrecasa que despliega en su despacho.
En la Casa Rosada perciben este tiempo como un puente hacia el verdadero gobierno libertario, uno que no esté obligado a doblegarse ante una casta ajena. Antes que acuerdos sustentables persiguen la eficiencia de gestión.
El ministro del Interior, Guillermo Francos, apeló en una entrevista reciente al ejemplo del salvadoreño Nayib Bukele, como si fuera el espejo en el que se mira el Presidente.
Recordó que Bukele también tuvo que convivir con un Congreso hostil durante los primeros años de su experiencia de gobierno, entre 2019 y 2021. Pero que su situación cambió cuando se impuso de manera abrumadora en las primeras elecciones legislativas celebradas bajo su mandato, gracias al éxito de la política de mano dura contra la delincuencia. “Cuando un gobernante interpreta lo que siente la gente, lo expresa y lo ejecuta al final tiene el apoyo. A partir de la próxima elección estoy seguro de que vamos a tener muchísimo poder parlamentario. Vamos a poder gobernar mucho más fácil”, dijo Francos. No entró en los detalles de cómo combatió Bukele a quienes se le oponían en los primeros tiempos: llegó por ejemplo a ingresar al Parlamento con militares para torcer el rechazo de una ley y ha aplicado un hostigamiento sistemático a la prensa libre. Minucias.
Para las próximas elecciones falta una vida. Al presidente antipolítico le urge primero ordenar el descalabro económico que heredó antes de extraviarse en las ensoñaciones de instaurar una democracia de resultados.
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