El eslabón perdido del caso Céline
Cuando a fines de 2017, Gallimard anunció que publicaría en un solo volumen los desquiciados panfletos que Louis Ferdinand Destouches, más conocido como Céline (1894-1961), sacó en el preludio de la Segunda Guerra Mundial y durante la ocupación nazi de Francia, se produjeron reacciones en cadena. Meses después la editorial suspendió el proyecto. Por muy rodeada de aparato crítico que estuviera, y por muy fácil que los textos se consiguieran en los tugurios de la web, la reunión de Bagatelles pour une massacre (1937), L’École des cadavres (1938) y Les beaux Draps (1941) resultó demasiado. El mismo Céline, que siempre se cuidó de que el antisemitismo directo no manchara Viaje al fin de la noche (1932), se negó a que volvieran a circular alguna vez sus salvas a Hitler y el violento discurso racista que –si algo faltaba–se disfrazaba de pacifismo.
En estos días Gallimard publicó Guerre, una de las “novelas perdidas” del escritor francés
La pregunta ahora es otra: ¿en qué difiere esa reedición cancelada de la serie de inéditos que Gallimard comenzó a dar a conocer este mayo con la publicación de Guerre, una de las “novelas perdidas” del escritor? Es el eterno retorno del caso Louis-Ferdinand Céline, del oxímoron que plantea su figura de genio impresentable. En la depuración francesa se ejecutó a Robert Brasillach; antes, se suicidó Drieu LaRochelle. Céline, en cambio, escapó en dirección a Baden Baden, después a Sigmaringen (donde se había fugado el gobierno de Vichy) y después todavía a Dinamarca. Más tarde retrató esa fuga demencial en un tríptico (De un castillo al otro, Norte y Rigodon) que –aunque poco leído al lado de Viaje al fin de la noche– tal vez esconda la explicación de por qué la literatura francesa no puede prescindir de Céline, por mucho que su nombre queme como un ácido. Así como la imaginaria musiquita de Vinteuil hace eco en la respiración de Proust, existe una acústica que es privativa de la prosa de Céline. La música de Celine está hecha de puntos suspensivos, es una masa sonora llena de estridencias y platillos a destiempo. Que el estilo se afinara para siempre en aquella serie escrita en prisión y tras la guerra, con Céline ya aislado en Meudon, vuelve más difícil la impugnación. Por revolucionaria que fuera la oscura oralidad de Viaje al fin de la noche –ese clavo enquistado en la elegancia del francés–, todavía se podía tomar la sordidez que rodea a Bardamu como parte del pesimismo reaccionario de entreguerras. Después de la trilogía, de la manera en que Céline siguió martillando el idioma, no.
La historia de los inéditos nos devuelve al final de la Segunda Guerra. Céline escapó con lo puesto de su departamento de Montmartre sin llevarse muchos manuscritos. La desaparición de esos papeles no sorprende, dadas las circunstancias. El verdadero misterio es que hayan reaparecido casi ocho décadas después. En agosto del año pasado un periodista del diario Libération reveló que un anónimo le había hecho llegar el material en su momento a condición de darlo a conocer tras la muerte de Lucette (la viuda de Céline, que murió en 2019, a los 107 años). “Dicen que Casse-Pipe está incompleta, pero que le pregunten a los que se llevaron la otra parte”, decía Céline. Entre los inéditos hay 600 páginas de esa novela, otra llamada Londres, y La voluntad del rey Krogold, una historia medieval que no resultó ser leyenda, como se pensaba.
Lo más inesperado de ese fondo –porque sobre ella no había noticias– es Guerre, la novela recuperada que acaba de publicarse en Francia. Hay razones para tomarla como algo más que una curiosidad. Es, por un lado, el eslabón perdido, lo que Céline escribió entre Viaje al fin de la noche y antes de Muerte a crédito (1936). Por otro, se centra –cuentan las primeras críticas francesas– en la traumática experiencia de Céline durante la Primera Guerra Mundial, de donde salió como héroe para siempre dañado. En el relato, Ferdinand (¿Bardamu?), recibe una herida bélica en la cabeza (como Céline), que lo lleva a una larga convalecencia hospitalaria. “Después del 14 de diciembre viví siempre inmerso en un ruido atroz. Me quedó atrapada la guerra en la cabeza. Está encerrada en mi cabeza”, se lee en el nuevo libro. El escritor buscó justificarse más de una vez adjudicando sus trastornos y furores a un zumbido atronador y recurrente, herencia de aquellos días. Guerre nunca será excusa, pero seguramente ayudará a entender mejor de dónde viene esa prosa percusiva de Céline, con su silbido sesgado de obuses y trincheras.