El enigmático derrotero de los libros usados
Que el libro desaparece, que lo fagocita la tecnología, que la gente ya no lee, que los precios los vuelven inalcanzables son solo algunas de las tantas profecías que no cesan de repetirse. Los fantasmas van variando según las circunstancias y las épocas, y se van reemplazando por otros a medida que las teorías conspirativas se van esfumando y entonces aparece otro demonio que representa una nueva acechanza. Durante años, el e-book, por ejemplo, fue la gran amenaza que con el tiempo demostró que su porcentaje de consumo ha afectado poco al libro físico.
Una de las tantas demostraciones de que el libro de papel goza de muy buena salud es la proliferación de ferias: de libros antiguos, de editoriales independientes, de libros raros, y un largo etcétera. Dentro de esta gran oferta, está la Feria del Libro Usado (FLU), que hace algunas semanas se celebró en la Plaza del Lector, en la Biblioteca Nacional. Cuando llegué, ya en el primer puesto me topé con la primera tentación: las crónicas de Patricio Rago, uno de los organizadores de la feria y dueño de la librería Aristipo, reunidas en Ejemplares únicos (Bajo la Luna, 2019). El único libro que compré en todo el recorrido que, irónicamente, no era un libro usado.
Ejemplares únicos es un anecdotario sobre el oficio del librero de usados: cómo se hacen de esos textos que no son a estrenar y que por esa razón ya tienen una vida anterior muchas veces digna de contar. Las vivencias de Rago no solo hablan de su enorme pasión por los libros y la literatura, además de su gran sabiduría en la materia, sino que con mucha naturalidad y humor les confiere entidad a las personas que se deshacen de sus libros, que se despojan de aquello que la mayoría de los amantes de la lectura consideramos un desgarro, un acto abandónico digno de una culpa irremontable. Sencillamente, algo impensable.
Pero los demás no somos nosotros y lo hacen o, mejor dicho, se deshacen hasta de bibliotecas enteras. Hay que admitir que no todos son seres desalmados, sino que muchos padecen este acto de desprendimiento como si fuera una amputación de parte de sus vidas. Empecemos por estas almas bellas. Muchas, por problemas económicos, van soltando ejemplares de a uno a medida que el agua les va llegando al cuello. Es como un goteo tortuoso, una agonía que se prolonga a la espera de que cada texto que venden sea el último porque lloverá maná del cielo y eso los salvará del siguiente acto sacrificial. También están quienes deben mudarse a un espacio más reducido, y una nutrida biblioteca implica muchas veces alquilar o comprar un ambiente más. No olvidemos aquello de que el saber sí ocupa lugar y en esas situaciones se vuelve más patente que nunca.
Una vez perdonadas todas estas almas bellas, pasemos a las que no lo son tanto o que no lo son en absoluto: los desalmados. Por lo general, no son los dueños de esos estorbos de papel, sino que los han heredado y simplemente se los quieren sacar de encima. Hay algunos, como relata Rago, que ni siquiera esperan a que el familiar pase a mejor vida. Ejecutan sin piedad, con el futuro occiso presente, esos objetos juntadores de polvo para ir ganando tiempo y dinero. No faltan tampoco las mujeres y los hombres despechados que ante el abandono de sus parejas no encuentran mejor venganza que venderles las bibliotecas. Dañinos pero ingeniosos, hay que reconocerlo.
A medida que avanzaba en la lectura de Ejemplares únicos fue resurgiendo en mi memoria una anécdota familiar. Cuenta la leyenda que, al mudarse a un departamento con un extenso pasillo, mi abuelita decidió decorarlo con libros. Midió el largo del pasillo y no tuvo mejor idea que ir a Harrods y comprar en libros los metros que necesitaba para rellenar los estantes, sin importarle en lo más mínimo de qué trataban ni quién los había escrito. Al recordar esta historia, me di cuenta de que estaba frente a una suerte de “revés de la trama”: la génesis de una futura biblioteca de libros usados, ya que años después, por apremios económicos, mi abuelita se mudó a un departamento sin pasillo extenso y rápidamente se deshizo de todos los libros. Aunque no lo crean, no era en absoluto desalmada, sino simplemente práctica.