El doble rostro de las noches en vela
Para algunos, el fin del día es sinónimo de inspiración y misterio; para otros, la hora de convocar al sueño esquivo
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“Algunos de los grandes libros de mi vida me afectaron más porque los leí sin interrupción en las noches de insomnio”, escribió el español Antonio Muñoz Molina. A Van Gogh siempre le pareció que “la noche está más viva y que tiene colores más vivos que el día”. Henry David Thoreau escribió que “la noche es ciertamente más innovadora y menos profana que el día”. Momento de crear, de imaginar lo trascendente, de adueñarse del silencio y de controlarlo todo sin estímulos banales ni distracciones: el mito de la noche como espacio propio es poderoso. “Me dejo retener por la noche porque estoy convencida de que el misterio secreto de nuestra existencia podría estar en sus entrañas”, dice Marina Benjamin en su Insomnio (Chai Editora). Recuerda a Proust, que en En busca del tiempo perdido “toma las experiencias de insomnio como musas, describe el desconcierto en el que cae como si lo hubieran abandonado, consciente pero desprevenido, en el sueño lúcido de otro”.
La periodista Laura Spinney, autora de El jinete pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo (Crítica), señala que es necesario considerar aspectos poco visibilizados de las pandemias protagonizadas por virus. “Menos conocido es que la gripe afectó a toda la constitución corporal. Se cayeron los dientes y el cabello. Las personas informaron mareos, insomnio, pérdida de audición u olfato y visión borrosa. Hubo secuelas psiquiátricas, en particular ‘melancolía’ o lo que ahora podríamos llamar depresión posvírica –escribió en un artículo para la BBC–. La gripe no era en 1918, y todavía no lo es, exclusivamente una enfermedad respiratoria”. La literatura de récords y también algunos estudios científicos confeccionan listas interminables de personas que, por noctámbulas, se inscriben entre las más inteligentes, creativas o productivas. Pero quizá de lo que en estos tiempos duros se trate sea de ver una realidad menos romántica. Lo dice claro la doctora Graciela Rozenberg: “Dormir no es anestesiarse. No es apoyar la cabeza sobre la almohada y punto. En ciertas personas, los factores ansiosos y de angustia arman un círculo vicioso: no dormir es traumático per se; luego, la gente se desespera; aparece un estado de disociación y la persona se mira a sí misma para ver si va a dormir o no. Finalmente: nadie puede dormir pensando si se va a poder dormir”.
En las antípodas de ese círculo vicioso está la frase de Napoleón: “Quítate de encima las preocupaciones cuando te quites la ropa por las noches”. El sueño es un déspota que nos está ganando la batalla y solo desistiendo del modo anestesia se puede lograr el descanso genuino.
Con cierto humor, Joaquín Navajas plantea una hipótesis, o una pregunta, o un acertijo. ¿Y si el insomnio tuviera algún valor evolutivo? ¿Por qué se seleccionaron personas que sufren de insomnio? ¿Tendrán que estar alertas, atentas, intentando proteger a su tribu de los depredadores en una situación critica, de vida o muerte, como la que vivimos ahora?
Algunas cuestiones planteadas por la ciencia, dice, están actualmente más claras, como los modos subjetivos con los que contamos para enfrentar el insomnio. El ejercicio físico, la meditación, el contacto social respetando las medidas de prevención adecuadas y el mantener una higiene del sueño basada en un despertar matinal obligado están para apropiárselos y desandar el camino en el que todo es rumiar mirando estrellas.
Si antes de la pandemia renegábamos de la rutina, dormir y despertar en horarios regulares sería volver a abrazar ese estilo de vida que hoy más que nunca se perfila como saludable. Se trata hasta de ejercer un derecho: el de dormir con normalidad, lejos de cualquier estigma de pereza.