El Di Tella: “Como Liverpool para los Beatles”, en el recuerdo de sus protagonistas
Marta Minujín, Delia Cancela y Edgardo Giménez coinciden en que la usina creativa del Di Tella fue un fenómeno irrepetible
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El público formaba fila sobre la calle Florida para entrar en una sala del Instituto Torcuato Di Tella iluminada con luz negra, donde se podía bailar al ritmo del rock & roll y de melodías orientales interpretadas en vivo. Vestida con pantalones de gamuza, collares y un anillo en cada dedo, la impulsora de la muestra Importación/Exportación se vio enfrentada a la pregunta de rigor: “¿Esto es arte?”
“Mis manifestaciones son para la multitud, ya se pasó la época de los cuadros para elites”, respondió Marta Minujín a La Razón en julio de 1968, poco después de que se proclamara en París “la imaginación al poder”. “La mayoría quiere participar y hay que crearle los medios –agregó-. Es una forma de cambiar el mundo”.
Si el mundo no cambió –como lo demostraría el cierre del instituto un par de años más tarde, en plena dictadura de Onganía–, sí lo hizo el de quienes vivieron experiencias irrepetibles en una usina cultural que expandió los límites del arte. Así lo demuestra El Di Tella, exhaustiva investigación de Fernando García, que rescata esa historia con testimonios de muchos de sus protagonistas.
“El Di Tella era para nosotros como Liverpool para los Beatles –dice ahora Minujín a LA NACION–. De una intensidad y un nivel intelectual que no se repitió en la Argentina. Nunca vi otro lugar así, ni siquiera en otros países. Era un hervidero de ideas: encontrabas gente dando conferencias sobre Saussure o Foucault, música electrónica y cine de vanguardia, teatro, danza, revistas de arte de todas partes, exposiciones internacionales… Un instituto de investigación, desde la filosofía hasta los modos de vida. Venían los críticos más fabulosos del mundo… Era como una ciudad”.
En los “suburbios” de aquella urbe utópica, definida en el libro como “Floridanópolis”, se encontraban entonces bares donde los artistas se reunían a alimentar su proceso creativo, como el Moderno y el Florida Garden. “Yo inventé La Menesunda ahí”, asegura Minujín en referencia a la instalación interactiva que, según García, “partió en dos la década y la atención sobre el Di Tella”.
“Éramos los Beatles de Buenos Aires”, le dijo a este “arqueólogo pop” Leopoldo Maler, uno de los artistas que colaboraron en montar aquel laberinto psicodélico, al recordar cómo el público se multiplicó a raíz de una pareja contratada para pasar el día en la cama. Luego de que un diario publicara su foto, corrió el rumor de que era posible ver en el Di Tella escenas de sexo en vivo y en directo. “Marta atraía a la gente –reconoce Juan Stoppani- y así nos conocieron todos”.
“Cuando empezaron a decir que éramos locos y tarados, se hizo una bola de nieve y apareció un público totalmente popular. Mujeres con pollos de la feria haciendo la fila –señala Minujín a García–. Ese fue mi éxito y, a partir de ahí, empecé a trabajar para esa gente y nunca paré”.
Creada en 1965 junto a Rubén Santantonín, la instalación también fue un hito en la carrera de Minujín, que ya había ganado el Premio Internacional Di Tella. En el instituto haría un total de cinco obras, en otros tantos años. Y aunque nunca llegó a concretar la “exportación de la cultura local” prevista para Importación/Exportación, siguió su camino hasta realizar una performance con Andy Warhol y montar su Partenón de libros prohibidos en la Documenta de Kassel.
“Marta nos robó La Menesunda”, dispara Dalila Puzzovio en el libro, que revela disputas sobre la autoría de la obra en un ambiente cargado de rivalidades. En parte por el apoyo que ofreció desde el principio a Minujín Jorge Romero Brest, director del Centro de Artes Visuales del Di Tella. “No es cierto que entrabas si le caías bien a Romero Brest. Él detectaba a la gente valiosa y se dedicaba a eso. Sus ideas eran revolucionarias”, asegura a LA NACION Edgardo Giménez, autor de la remodelación de su departamento de la calle Parera, y protagonista junto a Puzzovio y Charlie Squirru del célebre cartel ¿Por qué son tan geniales?, sobre Florida y Viamonte. El Di Tella, según él, “fue una especie de despertador cultural. Nunca ocurrió algo parecido. En un país donde todo se olvida, que siga siendo un tema significa algo”.
“No recuerdo nada de esa noche”, admite Delia Cancela sobre la “barricada” montada en mayo de 1968 por los artistas con sus obras, en protesta por la censura policial de una obra de Roberto Plate. “Para mí el Di Tella era asfixiante”, reconoce esta pionera de la unión entre arte y moda que trabajó con su marido, Pablo Mesejean, a quien la policía solía detener por su pelo largo. “Tengo muchas fobias, era muy tímida y me costaba mucho participar del caos –explica–. Mi obra es silenciosa, y el Di Tella hacía mucho ruido. Pero fue un momento casi mágico, que no se volvió a dar, y de ahí surgieron muchas cosas que cambiarían la mirada de los artistas que nos siguieron”.