El destino que Dante les reservó a los corruptos en su Infierno
Para el autor de La Divina Comedia, el pecado de quienes se quedaban con lo ajeno desde el poder era más grave que el de los asesinos
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Resulta atinado recordar aquí en la Argentina, como homenaje a los setecientos años de la muerte de Dante Alighieri, el inmortal poeta, sus opiniones sobre la corrupción política. No es casual que Antonio Di Pietro, el fiscal del famoso proceso llamado mani pulite, iniciara sus alegatos con párrafos del Dante. Un proceso anticorrupción que, recordemos, barrió del mapa a toda la clase política italiana, que sin embargo había sido sumamente exitosa en sacar a Italia de la postración en que se encontraba luego de la guerra y transformarla en una de las primeras economías de Europa. Pero su corrupción se había vuelto ya insoportable para el pueblo de la Península.
¿Qué decía el fiscal en sus alegatos? Di Pietro recordaba de qué manera estaba construido el Infierno para el Dante: una serie de círculos que se hundían cada vez más y se acercaban a Satanás. Y cuanto mayor fuera la magnitud del pecado, más profundo era el círculo en el que se ubicaba a esos pecadores, y peor el castigo. En el último, destrozados por las garras del mismísimo Señor de las Tinieblas, se torturaba a los grandes traidores: Casio y Bruto, que traicionaron a César; Judas Iscariote, que lo hizo con Jesús. Pero tan solo un círculo por encima de lo más profundo y en un lugar mucho peor aún que el correspondiente a los parricidas, los asesinos, los herejes, los ladrones, los adúlteros, el Dante ubicaba el infierno de los corruptos. Para él era evidente que la corrupción era un pecado mucho más grave que los anteriores.
¿Y como describía el Dante a los corruptos en su Infierno? Los contemplaba inmersos en un río de brea o alquitrán, un río interminable mezclado con mugre y suciedad de todo tipo. En ese río siniestro los corruptos se mueven frenéticamente, con insólita actividad: hacia un lado y hacia el otro, hacia arriba y hacia abajo, procurando escapar al castigo de los demonios. ¡Qué interesante, profunda y perspicaz es la visión del poeta!
Su acertada visión implica todo lo que sabemos hasta hoy de los corruptos. Por un lado, actividad. Los corruptos no se detienen, no cesan de actuar ni por un instante. Por el otro, oscuridad y disimulo, la brea cubre todo e impide ver lo que están haciendo; para ellos el ocultamiento es esencial. A eso se suma su viscosidad y lo untuoso: la brea es pegajosa y maloliente. Por último, la mugre, la suciedad insoportable y total los envuelve por completo.
¿Y cómo es descripto su castigo, ya que en el Infierno del Dante afortunadamente lo tienen? Los demonios con enormes ganchos pescan a los corruptos pese a sus esfuerzos por evadirse, y los destrozan con todo tipo de instrumentos torturantes, sin atender a sus súplicas de piedad. Pero los pedazos se vuelven a rearmar y el proceso se reinicia eternamente. Y cuenta además el poema (está claro que el Dante estaba frenético con ellos) que los peores corruptos son arrastrados por el río de alquitrán hasta campos de hielo donde reina un frío infinito, y en los que un viento infernal astilla sus cuerpos congelados hasta hacerlos saltar en mil pedazos, cuerpos que vuelven a recomponerse para seguir recibiendo el dolor del castigo eterno.
Ese es el Dante. ¿Y nosotros, los argentinos, debemos reclamar castigos análogos o limitarnos tan solo a pedir lo que indica la ley? Y sobre todo: ¿qué debemos pedir para esos tímidos jueces que estiran interminablemente los procesos hasta que el tiempo extingue incluso la memoria de lo que fueron los delitos?
Al respecto, el poeta da una pista de su opinión sobre el destino de tales jueces. Uno de los momentos más sublimes de La Divina Comedia lo constituye la entrada del Infierno. El poeta comprueba allí que un enorme número de almas vaga sin destino, sin alejarse de su entrada pero sin penetrar en él. Recordemos que de acuerdo a la teología del Medioevo era dual el posible destino de las almas: el Infierno o el Paraíso, sea en forma directa o pasando antes por las penurias del Purgatorio. Pero, esas almas sin destino, ¿a qué tipo de personas corresponden?
Virgilio, su guía, se lo explica al Dante brillantemente: “Son las almas de los hombres que jamás se jugaron. De los indiferentes y siempre tibios. Que quizá vivieron sin grandes escándalos, pero también sin honor. Los pusilánimes, los incapaces de asumir responsabilidad alguna, ni para sí mismos ni para los demás. A tan mezquinos individuos el Cielo no los ha querido, pero tampoco el Infierno ha querido aceptarlos...”
¿Será ese el destino de tales magistrados?
Empresario y magíster en Historia