El deseo perverso de Cage que hoy suena posible
“El deseo más profundo que tengo respecto de la música actual es el de escucharla toda; pero no ejecutada sucesivamente, sino toda a la vez al mismo tiempo. ¡Todas las obras juntas! Tal vez sea un deseo perverso… Pero ¿lo parecerá cuando contemos con la técnica que nos permita realizarlo? ¿No existe aún esa tecnología? Y bien, ¡viva la tecnología futura”, decía John Cage, a comienzos de la década de 1970. Como si hubiera buscado contradecir el silencio de su pieza 4′33′', el compositor estadounidense proponía reunir todo el ruido del mundo, al unísono. ¿Cómo sonaría esa suerte de Big Bang sonoro? Tal vez habría que pedirle a la Inteligencia Artificial, si de verdad es tan sagaz, que le cumpla póstumamente el deseo y nos ofrezca el resultado.
Hijo de un inventor, a Cage (1912-1992) le gustaba lanzar ideas inesperadas como esa por doquier. Por eso sus libros de conversaciones (con Richard Kostelanetz, con Joan Retallack) tienen una impronta que los convierte en un género en sí mismo: un Cage oral. Son el complemento –además de los libros con su firma– de su espíritu duchampiano y de sus composiciones musicales. La obra de Cage apuntaba a la indeterminación, a abolir el yo del creador, pero en los diálogos no puede evitar, aquí y allá, ser íntimo y personal.
La cita del comienzo pertenece a Por los pájaros (Alias), tomo que reúne los intercambios que Cage mantuvo con el musicólogo francés Daniel Charles. El primero fue público y se realizó en el Museo de Arte Moderno de París, en octubre de 1970. Fue tan productivo que Cage aceptó prolongarlo en otras diez conversaciones que van desde sus comienzos (sus estudios con Henry Cowell y Schönberg), su encuentro con Virgil Thompson, su interés por el I-Ching (que usó como método de componer), el pensamiento oriental en general y el budismo zen en particular, y la multitud de etcéteras que componen su visión. También hay incursiones por su larga lista de obras, en las que predomina la indeterminación. “Yo no escribo, en definitiva, para tal o cual, sino que trato de crear las condiciones para una interpretación generalizada: que los sonidos se identifiquen con nosotros y nosotros podamos identificarnos con los sonidos”, dice para explicar su actividad.
Lo más notable del Cage que surge de las entrevistas es que más parece un artista del presente enquistado en el pasado, que un simple precursor, condición que requeriría de alguna cuota de anacronismo. Algunos ejemplos que traspasan la frontera –todo en Cage lo hace– de lo estrictamente musical. Dice sobre los sonidos y la impresión de que la especie humana ha puesto en peligro la naturaleza y hay que devolverle el lugar que le es propio: “La naturaleza no consiste en una separación del agua y el aire, del cielo y la tierra, sino en un “trabajo conjunto” o un “juego conjunto” de esos elementos. Es lo que llamamos ecología. La música, tal como la concibo es ecológica. Podría llegar más lejos y decir: ES ecología”.
En tiempos en que la palabra revolución era moneda común, también su versión del término se acerca a la sensibilidad actual. La revolución –dice Cage, para el que la idea de cambio permanente es central – no tendrá una sola causa, “no la harán necesariamente los revolucionarios porque la revolución se está desarrollando delante de nuestros ojos todo el tiempo” (el ejemplo que pone son las tarjetas de crédito, que significa que el dinero está en tren de desaparecer). Será “global y sinérgica”. Pero no significa que las emociones básicas (se refiere a las nueve del pensamiento hindú) deban mutar. La pregunta por la revolución es una de orden privado: “No veo por qué la posibilidad de esas emociones deba desaparecer, sobre todo si se piensa que cada una de las tiene por sí varias dimensiones: por ejemplo, según los hindúes, la forma más alta de lo erótico es la devoción. ¡Para que un estudiante, en el marco expandido de una situación revolucionaria, tal como ya la entiendo pueda estudiar, necesitará siempre devoción! También pienso que en el centro de todas emociones estará siempre la tranquilidad, esa misma tranquilidad que podríamos denominar la no violencia y que Satie llamaba ‘inmovilidad interior’”. Para Cage, lo principal –y componer formaba parte de eso– no era tanto cómo crear, sino cómo estar en el mundo.